Tras la Expo 2008: destruir, construir, destruir...

Diez años ya de la Exposición Internacional de Zaragoza, cuando nos creímos que esta ciudad se comía el mundo. Igual no fue para tanto. Para quien no se hubiera enterado no pasa nada, pues con llegar a la estación Intermodal se encuentra con los anuncios de la muestra. Sí, no es una broma, llevan más de diez años allí. Y a un paso de la estación un teleférico de ningún sitio a ninguna parte, una vez concluido el evento. Sigue allí porque es casi tan caro desmontarlo como lo que costó construirlo. Como el anexo parking Sur que ahora dejará …

Foto: Pablo Ibáñez (AraInfo)

Diez años ya de la Exposición Internacional de Zaragoza, cuando nos creímos que esta ciudad se comía el mundo. Igual no fue para tanto. Para quien no se hubiera enterado no pasa nada, pues con llegar a la estación Intermodal se encuentra con los anuncios de la muestra. Sí, no es una broma, llevan más de diez años allí.

Y a un paso de la estación un teleférico de ningún sitio a ninguna parte, una vez concluido el evento. Sigue allí porque es casi tan caro desmontarlo como lo que costó construirlo. Como el anexo parking Sur que ahora dejará de ser aparcamiento para pasar por la piqueta.

En esencia el desarrollo de este evento, que se vendió con la frase mágica de poner Zaragoza en el mapa, se resume en un ciclo, hasta el momento no cerrado, en el que se ha ido construyendo y destruyendo para luego tirar y volver a hacer. Una dinámica de diez años, 14 en realidad si le sumamos el período de obras.

La perspectiva nos permite ahora ver que Expo del agua y la sostenibilidad sobre todo fue la Expo del urbanismo. Un plan extraordinario permutó terrenos en el espacio natural del meandro de Ranillas. Vino el movimiento de tierras, talas y acondicionamiento cuestionable de las riberas del río. Dragados sin contemplaciones del Ebro y expropiaciones de huertas y fincas.

Tras el arrase, a construir. 700 millones de euros costó el recinto, aproximadamente, y otros 500 de obras asociadas. Ese fue el gasto teórico. El real sigue activo y es muy difícil de cuantificar. De hecho aún quedan pendientes recursos por las expropiaciones.

Tres meses de gloria y parranda. Clausura y a tirar lo construido.

Pabellones enteros se derribaron y los edificios emblemáticos echaron el cierre para nunca más abrirse, salvo alguna visita guiada al cascarón vacío de Torre del Agua o Pabellón Puente. Se valló el pabellón de España porque el revestido de sus columnas se caía... y a criar polvo.

De nuevo construcción para remodelar parte del recinto e intentar colocarlo a la iniciativa privada. La empresa pública gestora devino en fiasco y la pos-Expo ha terminado convertida en parque institucional. Al final el macroevento zaragozano hizo lo que todos. Apabullar con presuntas excelencias para acallar cualquier crítica sensata.

Se hizo una intensa labor de maquillaje. Los millones de visitas, que no visitantes, fueron casi todas aragonesas. De hecho las cifras de turistas en Zaragoza llevan tiempo siendo mayores que las de 2008.

Nos quedaron las obras anexas, la reforma del aeropuerto y el parque del Agua. Quedan cosas a medio hacer, como el túnel de la N-330 o un canal de aguas bravas que nunca ha llegado a funcionar correctamente. Más triste fue el destino de algunas instalaciones artísticas, que ahora se deterioran junto al Ebro.

Despertamos de la fiesta y llegó la resaca y con ella la crisis. Hasta el aniversario va a ser discreto, asumiendo la deuda que se arrastra y con críticas fáciles, las que se hacen a toro pasado.

Porque, de momento, seguimos manteniendo una sociedad pública, Zaragoza Expo Empresarial y los edificios vacíos nos siguen costando dinero. Lo último los 300.000 euros en reparaciones del Pabellón de Aragón. No está mal para un edificio cerrado y sin ningún proyecto real.

Del agua y la sostenibilidad que trataba el evento ni se habla. Debió servir para lavar la cara de los que se lucraron de la Expo.

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