Transición constante

Si tal como decía Luis E. Aute, el pensamiento no puede tomar asiento resulta difícil de entender, por no decir decepcionante, la lamentable inercia con que la sociedad se enfrenta a la idea de transición. Ahora mismo este es un concepto acaparado por la política que enmascara otros aspectos mucho más trascendentes y en el que todos nos jugamos mucho. Si importante es la conformación del próximo gobierno de la nación del que nos informa hasta el aturdimiento los mass media de nuestra querida España, más grave debería parecernos el hecho de que “nos enfrentamos al reto civilizatorio más grande …

Si tal como decía Luis E. Aute, el pensamiento no puede tomar asiento resulta difícil de entender, por no decir decepcionante, la lamentable inercia con que la sociedad se enfrenta a la idea de transición. Ahora mismo este es un concepto acaparado por la política que enmascara otros aspectos mucho más trascendentes y en el que todos nos jugamos mucho.

Transición constante
Campos de paz / Pilar Iturralde 2023

Si importante es la conformación del próximo gobierno de la nación del que nos informa hasta el aturdimiento los mass media de nuestra querida España, más grave debería parecernos el hecho de que “nos enfrentamos al reto civilizatorio más grande de la humanidad” al que se dedican muchas menos páginas y tiempo de emisión que al espectáculo circense-político, con sus fascio-manifestaciones pidiendo libertad y todas sus perversiones éticas.

Sin hablar del cambio climático, que ya es mucho callar, parece de más trascendencia las exigencias de un ultraconservador metido a nacionalista catalán que la creciente tendencia de empobrecimiento social que impone el neoliberalismo que escribe el guión del telediario constante con que desayunamos, comemos y cenamos. El país entero sigue con verdadero interés el naufragio de Alberto Núñez en el triángulo de las Bermudas (Aznar, Ayuso, Rodríguez) mientras pasa de largo por la conciencia sin extraer la menor crítica, la vendimia de los racimos de bombas que llena el suelo de Ucrania, que matan ahora y seguirán matando dentro de veinte años y que se cultivan en Zaragoza sin ir más lejos.

Tal parece que las extremas derechas españolas están tan ocupadas en convencer al personal de que solo sus consagradas manos pueden recoger la gracia de dios para detentar el poder, que no están dispuestas a ver ni, mucho menos a enseñar, otra realidad que no sea la dictada por las oligarquías patrias. Esas que propician el empobrecimiento de la clase trabajadora mientras los Objetivos de Desarrollo Sostenible se hunden en la Asamblea General de la ONU bajo el peso de la necedad de la penúltima guerra colonial rellena de falacias sobre libertad, equilibrio o desarrollo que, tristemente parecen convencer a la mayoría de la población a la que parece gustar este patriotismo guerrero en el que los muertos los ponen los otros. Esos otros a los que se despoja de su cualidad humana, se les animaliza, para que su muerte no sea problema de conciencia.

El antiguo y mutante virus de la ceguera mental favorece la propagación de la injusticia y la insensibilidad envuelta en una triunfante banalidad, de tal manera que, en una pirueta del sarcasmo, los propios explotados se afilian al partido de los explotadores. Hay que reconocer que las actuales encarnaciones de Joseph Goebbels han superado con creces a su maestro.

Como buenos testaferros de las oligarquías, nuestros políticos no parecen estar, pese a sus discursos, en la palestra pública para afrontar las necesidades reales de la "polis" que se enfrenta a un reto global en el que ya no valen soluciones nacionales ni nacionalistas. La transición es una exigencia del planeta y nadie, con una dotación normal de corazón y cerebro debería tolerar que se pretenda mantener intacto el edificio de la explotación de recursos y personas sin entender y atender lo que significa el planeta tierra y todos sus habitantes.

La idea de transición sea política, energética o social es sinónimo de un gran salto, en un momento en que lo antiguo ya no vale y lo nuevo aun no ha llegado. Por eso será una estupidez pretender llegar al nuevo y deseado escenario utilizando las herramientas del viejo. Es o debería de ser, un tiempo de diálogo profundo en el que se pongan sobre la mesa todas las facetas de la realidad. Porque no se puede comprender la guerra de Ucrania si no se mira con calma las traiciones que ha sufrido Rusia desde la caída de la URSS ni se puede pensar en que vaya a ser posible sustituir sin más ni más, el modelo fósil de energía por otra renovable.

¡Y que la orquesta siga tocando!

No nos cansaremos de repetir que estamos asistiendo a un discurso perverso en el que, so capa de afirmar que caminamos hacia un mundo nuevo, consolidamos cada vez los valores del viejo. Los saltos no se pueden hacer arrastrando los pies y si para alcanzar una estabilidad de gobierno que refleja la realidad de un país plural hay que pasar página de años de torpezas, pásese esa página cuanto antes. Quien no vea que para revisar y adaptar a los tiempos y a la voluntad de las personas el modelo del estado es preciso reformar la constitución o amnistiar a quien sea menester, debería graduarse su visión interior o, mejor aun, hacer un ejercicio personal de memoria de cuantas veces en su vida ha tenido que dar un salto vital (una transición) para seguir siendo.

Eso sí, bueno sería que nuestros políticos abandonaran la grandilocuencia como discurso y las afirmaciones categóricas como marketing electoral y cosecharan en un discreto silencio las semillas de una convivencia sin aspavientos y sobre todo sin ese ruido que nos impide pensar. Quien sabe, a lo mejor si empieza un partido, la idea se contagia y llegamos a ser un país habitable.

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