Tocilandia: once cerdos por habitante

La producción porcina genera en Aragón un elevado coste ambiental en diferido mientras crece sin freno sobre el frágil cimiento de depender de las exportaciones de la industria cuando cae el consumo interior

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Foto: Pablo Ibáñez (AraInfo)

El cerdo deja huella en Aragón, donde su rastro y su renta presentan considerables y crecientes magnitudes como consecuencia del incremento que está experimentando la cabaña, con elevados costes ambientales en diferido, al socaire de la evolución de los mercados internacionales.

Según los datos del Ministerio de Agricultura, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente, España produce un 70,6% más de carne de porcino de la que consume, lo que la sitúa como la cuarta potencia mundial del sector tras EEUU, China y Alemania, a la que pronto superará en carne tras haberla rebasado en cabezas. Eso “convierte a la exportación en un elemento esencial para el equilibrio del mercado” tras haber aumentado “espectacularmente” los envíos “a terceros países, especialmente a China, que se ha convertido en el primer destino” para la producción española.

Puede seguir siéndolo. Y de hecho, parece que continuará como principal destino mientras el aparato de capitalismo de Estado de su principal cliente no abra otras vías de abastecimiento, como la que sondea en África, donde la carencia, entre otras infraestructuras, de carreteras que permitan garantizar la cadena de frío del transporte aparece como el principal hándicap.

¿Y si China resuelve ese problema y comienza a suministrar carne de cerdo a sus casi 1.400 millones de potenciales consumidores por otras vías? Estaría por ver, aunque no sería descartable que el cuadro pudiera tender al colapso para la ganadería de comunidades como Aragón, en la que se engorda alrededor de una cuarta parte de la cabaña española. Según  la Encuesta Ganadera de mayo, en las granjas aragonesas crecían 4,3 de los 17,9 cerdos de cebo del país y 2,1 de los 8,2 de lechones, cifras que solo supera Catalunya con 4,7 y 2,3.

Más granjas que nunca

Ese peso responde, principalmente, al aumento en los últimos años del número de  granjas, que, según los datos del Gobierno autonómico, han pasado de las 2.780 con 5.072.143 plazas de 2013 a las 3.098 granjas con 5.817.926 de mediados de 2017, con incrementos del 11,4% y el 14,6%.

Eso, en cuanto al parque. La cabaña es mucho mayor ya que cada plaza de engorde es ocupada por un mínimo de dos animales al cabo del año. De hecho, alcanzó el año pasado, según los datos de la Consejería de Desarrollo Rural, las 14.874.335 cabezas. Ese ritmo productor de algo más de 2,5 animales por plaza autorizada, que supone rebasar los once cerdos por habitante, indica que el tiempo medio de engorde no alcanza los cinco meses, con los periodos de limpieza, desinfección y adecuación de las granjas entre remesa y remesa.

Sin embargo, el grueso del dinero que genera ese volumen de ganado no se queda en el territorio que soporta sus residuos líquidos y sus emisiones de gases: solo 6.634.399 de esos casi quince millones de cerdos (el 44,37%) se sacrifican en los 35 mataderos de Aragón. Más concretamente, el 83% de ellos acaba en The Pig Pink de Zuera (2.128.965), de Grupo Jorge; Cárnicas Cinco Villas de Ejea (2.293.156), de Vall Companys, y Fribín de Binéfar (1.108.186). El magro de la cadena de valor añadido del resto de los tocinos (7.291.141, más 765.715 animales exportados vivos o en canales) comienza en otras comunidades, principalmente en Catalunya, a la que van a parar 8.239.936.

Ocurre algo similar con otros tipos de ganado. Solo 179.826 de los 85.292.165 pollos que se engordan en las 414 granjas de la comunidad (el 0,21%, uno de cada 500) se sacrifican en ella, aunque sus seis mataderos llegan a importar casi 2,2 millones de aves para alcanzar los 2.362.222 de sacrificios.

Se come más carne, sí, pero procesada

El consumo de carne se mantiene estable en España, donde, con un suave descenso en los años más duros de la crisis y una ligera recuperación a partir de 2013, ha recuperado el nivel de los 2,17 millones de toneladas, según indica la Encuesta de Presupuestos Familiares del INE para el periodo 2010-2015.

Sin embargo, ese pequeño aumento tiene matices importantes que revelan cómo el negocio se desplaza hacia lo industrial. Uno es la reducción del consumo de más de 10.000 toneladas anuales de carne fresca, con las aves al alza (casi 11.000 más), el cordero a la baja (pierde más de 23.000, casi un tercio) y el porcino resistiendo (gana mil). Otro, la caída de casi 18.000 en productos de carnicería. Frente a esto, y mientras las medianas y grandes superficies arrebatan en apenas una década más de un 13% de la cuota de mercado de la alimentación al pequeño comercio, los preparados cárnicos registran un notable avance de casi 40.000 toneladas anuales.

Cambian los patrones de consumo y, mientras pierden peso los canales tradicionales de venta, según indica la evolución del IPC, el valor añadido tiende a concentrarse, más si cabe, en la industria de transformación agroalimentaria y en la elaboración de preparados cárnicos, ramos en las que flojea un sector porcino aragonés que se centra en la fase de engorde.

Los aragoneses, por otro lado, están reduciendo su gasto en carne, que cayó de 601,9 millones de euros en 2010 a 577 en 2015, según indica la Encuesta de Presupuestos Familiares, que señala cómo la factura por hogar se ha reducido en más de un 5% (de 1.130 a 1.072). Y lo ha hecho a pesar de que el precio de la vianda fresca más consumida, el cerdo, bajó un 3,3% en ese periodo mientras la segunda, el pollo, solo subía un 1,9%.

Mayor negocio y menor renta, más empleo y menos ganaderos

La ganadería, y dentro de ella el sector del porcino, es uno de los componentes clave de la renta agraria en la comunidad y uno de los principales factores de su mejora en los últimos años, en los que han pinchado otros subsectores, caso de la fruta dulce con el veto ruso. De hecho, el Instituto Nacional de Estadística sitúa al campo como el principal responsable de la mejora del PIB entre 2010 y 2016, con un avance de 207 millones (de 1.582 a 1.789) cuando el global fue de 280 (de 34.406 a 34.686).

No obstante, hay tendencias llamativas en la evolución de ese sector agrario aragonés arrastrado por la locomotora porcina. Una señala que la renta agraria o excedente bruto de explotación cayó en esos seis años (de 1.856 a 1.835 millones), algo que también ocurría con la ocupación (de 39.200 agricultores y ganaderos a 35.500 entre 2010 y 2015) y con las horas de trabajo, que se reducían casi un 10%. Y otra apunta que, entre 2010 y 2015, y siempre según el INE, aumentó el número de asalariados, que pasó de 15.400 a 16.400; sus horas de ocupación, que crecieron algo más de un 10%, y su remuneración por ellas, ya que la masa salarial pasó de 165,3 millones de euros a 182.

El cuadro apunta a la profesionalización, o quizás precarización, de un sector que en cinco años pierde casi al 20% de sus agricultores y ganaderos profesionales (4.700 de 23.800) para ser parcialmente sustituidos (uno de cada cinco) por asalariados, y cuyas rentas caen más de lo que crecen los sueldos de esos empleados, los cuales, por otro lado, no superan los 12.000 euros anuales de media. Y todo, mientras el volumen de negocio conjunto de esos ramos mejora (hasta un 13%). ¿Dónde está el beneficio?

Más efecto invernadero que el transporte

Las actividades económicas no solo tienen efectos económicos y sociales. Los ambientales de la ganadería, que resultan notables, se dejan sentir por tierra, agua y aire, aunque apenas tienen repercusión económica en la cadena productiva. Se trata de costes, en todo caso, aplazados. Diferidos al eventual momento en el que las administraciones dejen de socializar los gastos de la lucha contra el calentamiento global y la contaminación de las aguas y comiencen a aplicar medidas tributarias selectivas.

El debate ya está abierto en Europa, donde, según adelantó a primeros de diciembre el diario británico ‘The Guardian’,  los tecnócratas de Bruselas comienzan a perfilar una tasa para gravar la actividad de un sector cárnico al que atribuye cerca de la sexta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero que sufre el planeta.

En el caso de Aragón, el peso de las emisiones de gases de efecto invernadero vinculadas a la ganadería supera el 15% del total, con la inquietante particularidad de ser, además, prácticamente las únicas que aumentan. La fermentación entérica, que es el eufemismo técnico que maquilla las ventosidades del ganado, lanzó a la atmósfera en 2015 el equivalente a 739.590 toneladas de CO2, volumen al que se suman 1,74 millones de toneladas procedentes de la gestión de estiércoles, según el Iaest (Instituto Aragonés de Estadística).

Esos 2,48 millones de toneladas, con un aumento conjunto del 22% en un lustro, suponen el grueso de los 3,48 que emite todo el sector primario de la comunidad, que a su vez representa algo más del 21% del total. Son menos de la tercera parte de los 11,44 que genera la energía, con un papel destacado para la central de carbón de Andorra, aunque triplica con creces a la industria (970.000), octuplica al tratamiento de residuos (510.000) y ya supera al transporte, que en cinco años ha bajado de 3,08 a 2,79.

La tendencia es similar en el conjunto del Estado, donde en cinco años el lanzamiento de gases de efecto invernadero vinculados a la actividad ganadera ha crecido de una manera notable: de 15,5 millones de toneladas equivalentes de CO2 a 18,89 en el caso del metano, de 8,7 a 9,4 en el del CO2, de 427.169  a 458.583 en amoniaco y de 38.566 a 41.323 en óxido nitroso.

Ríos y acuíferos deteriorados

¿Y en el agua? Instituciones como la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) llevan tiempo alertando del deterioro que la intensa y creciente actividad agrícola y ganadera están provocando en los ríos de la cuenca.

Así, el último Informe Cemas (Control del Estado de las Masas de Agua) revela cómo once tramos de río y 36 sistemas de agua subterránea presentan concentraciones de nitratos superiores a los 40 miligramos por litro, lo que los convierte en oficialmente deteriorados o, según el nivel, en formalmente amenazados.

Este “fenómeno cada vez más acusado” de contaminación, que los técnicos de la CHE vinculan con la “producción agrícola intensiva”, afecta a ríos como el Arba de Luesia en Zaragoza, el Tastavins en Teruel y el Cidacos en Navarra, daña barrancos como los de Valcuerna, La Violada y La Clamor Amarga en Huesca, colectores todos ellos de zonas en las que el regadío convive con una intensa actividad ganadera, y está provocando un notable deterioro en los aluviales de los principales ríos de la demarcación, caso del Ebro en Zaragoza y Miranda y entre Tudela y Alagón, el Najerilla y el Oca en La Rioja y el Segre en Lleida.

Las filtraciones, de nitratos, por último, están afectando tanto a los acuíferos de áreas con elevada actividad agropecuaria, como los de Alfamén y el Moncayo, ambos en Zaragoza, sino también a otros protegidos por su interés ambiental, como el propio delta, la laguna de Gallocanta, el Maestrazgo y los Puertos de Beceite.

Entre los sistemas de aguas subterráneos afectados por esta contaminación se encuentran los aluviales de algunos de los principales ríos de la cuenca como, además de varios tramos de Ebro como los de Zaragoza y Miranda y el tramo de Tudela a Alagón, el Segre, el Oca y el Najerilla, así como sistemas de acuíferos en zonas de intensa actividad agropecuaria como los del Moncayo y Alfamén.

Las masas de agua subterránea contaminadas por nitratos, o en riesgo de estarlo, incluyen algunas integradas en espacios de interés ambiental como la laguna de Gallocanta, los Puertos de Beceite o el Maestrazgo e, incluso, el delta del Ebro.

“Los purines abaratan el coste”

La presencia de nitratos es una consecuencia directa de la gestión de los purines, cuya generación ha aumentado en las últimas décadas por la combinación del aumento de la cabaña con una serie de cambios en los sistemas de producción.

“Los purines abaratan el coste, porque reducen la mano de obra, al mismo tiempo que disparan el consumo de agua, ya que es frecuente que las corralinas se laven con mangueras”, explican desde la plataforma Loporzano Sin Ganadería Extensiva, que recuerdan algo obvio: “si los animales durmieran sobre una ‘cama’ de paja habría estiércol en lugar de purín, pero, claro, eso encarece la producción”.

“El talón de Aquilés de la ganadería intensiva del porcino es el nitrato, que hace que no sea sostenible ambientalmente”, añaden, al tiempo que llaman la atención sobre el erróneo uso que frecuente se hace de ese residuo ganadero al aplicarlo a las tierras de cultivo como abono.

“El criterio para usarlo no es ambiental sino productivo-explican-. No tiene sentido echarlo en otoño, porque no beneficia a la planta, que, en cambio y en el caso del cereal, sí procesa el nitrato entre febrero y marzo, que es cuando crea le ayuda a crear el grano”.

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