Tito Berni, is coming

Tito Berni, es universal. No es un tipo cañí, marca España; no representa los usos y abusos del tardofranquismo; no es un personaje casposo y patrio. El Tito Berni es Bill Clinton y sus líos de faldas (vestido con mancha de semen incluido); son las orgías de Dominique Strauss-Khan; son los restos de cocaína encontrados en los lavabos del Parlamento inglés; son los parlamentarios europeos sobornados por países que compran su ética a base de talonario Es, en definitiva, la corrupción de aquellos (me niego a utilizar el lenguaje inclusivo) que anteponen su servilismo a una maldad primaria a cualquier tipo …

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Tito Berni, es universal. No es un tipo cañí, marca España; no representa los usos y abusos del tardofranquismo; no es un personaje casposo y patrio. El Tito Berni es Bill Clinton y sus líos de faldas (vestido con mancha de semen incluido); son las orgías de Dominique Strauss-Khan; son los restos de cocaína encontrados en los lavabos del Parlamento inglés; son los parlamentarios europeos sobornados por países que compran su ética a base de talonario Es, en definitiva, la corrupción de aquellos (me niego a utilizar el lenguaje inclusivo) que anteponen su servilismo a una maldad primaria a cualquier tipo de decencia.

Ya que, no seamos ingenuos, la maldad existe. Desde lo más simple en las vidas rutinarias de nuestro día a día hasta en lo más complejo de este sistema geopolítico y económico que nos engulle en falsedades, explotaciones y vidas al límite que te hacen replantear tu vida. Pero, como casi todo en el día a día, depende del dinero que tengas y lo que estés dispuesto a renunciar en cuestiones materiales tendrás más posibilidades de salirte y simplemente vivir a lo Henry David Thoreau. Viviendo en cabañas existenciales en medio de bosques que estén alejadas de esta toxicidad que nos devora.

Por eso, cuando sabemos de personajes tan variopintos, pero iguales en su esencia, como el Tito Berni surgen las preguntas de si no será necesario marcar tus propias reglas fuera de estos tipejos que son los que mangonean, mienten, marcan reglas y leyes que no hacen feliz a la gente. El cabreo generalizado, que hoy en día se observa, no es más que un reflejo de las insatisfacciones de la gente en sus vidas. Aunque también es cierto que todos, en algún momento de nuestras vidas, nos debemos plantear qué queremos hacer con ellas fuera de formalismos sociales que encorsetan y asfixian. Queremos libertad, pero se tiene miedo a ella y es por ello que se practica el libertinaje que nada tiene que ver con aquella.

¿Son los políticos de fiar? ¿Ellos pueden dar a la sociedad leyes que equilibren la balanza de la justicia e igualdad social? ¿Se puede cambiar el sistema? Si hubiera hombres y mujeres de Estado, quizá. Pero hace tiempo que el Estado dejó de regular a una comunidad de individuos para buscar el equilibrio social, cuando aquel se rindió a una economía neoliberal que desequilibró todo.

El Tito Berni es ese personaje que desequilibra, que conoce las reglas de un juego de cartas marcadas que te hacen ganar siempre y que, cuando te pillan, dices aquello que dijo Pujol en esa comparecencia incendiaria ante los parlamentarios catalanes: “Si vas tocando una rama de un árbol, al final acaba cayendo todo el árbol. Caerán todos.”

Más claro, agua.

Últimamente, he leído una parte de la biografía del escritor keniano Ngugi wa Thiong’o que pasó parte de su juventud en la Alliance High School que era algo así como una alianza de misiones protestantes que formaron la primera escuela secundaria para africanos del país y que pretendía formar a una futura generación de jóvenes tanto moral como intelectualmente. Aquí, en esta escuela, su director, Edward Carey Francis, persona compleja, severa pero humanista por momentos repetía a sus alumnos que los políticos sólo podían ser hombres de Estado o bribones.

Cuando el Estado está sometido, actualmente, a un poder económico, qué nos queda. Que cada cual busque la respuesta o vayan buscándose cabañas vitales donde en cierta manera uno se imponga normas que te hagan feliz o, al menos, satisfecho contigo mismo. Que no es poco.

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