Tercera jornada de protestas contra la sentencia al independentismo: una historia de violencia

Pese a que los grandes medios de comunicación están decididos a condenar en firme la violencia de los y las manifestantes, cada día aumentan las dudas sobre la actuación policial coordinada de Mossos d’Esquadra y Policía Nacional

calles

La noche del miércoles las principales ciudades catalanas volvieron a ser escenario de luchas callejeras entre manifestantes y Policía Nacional y Mossos d’Esquadra. Los CDR convocaron concentraciones de protesta contra la sentencia condenatoria de casi 100 años de cárcel a las y los políticos independentistas, y contra la represión del lunes y martes en Catalunya.

La noche del miércoles terminó con 96 personas heridas y 33 detenidas que se suman a las 256 personas heridas y 33 detenidas de los días anteriores.

A las 17.00 horas del miércoles el conseller d’Interior Miquel Buch comparecía en rueda de prensa justificando las actuaciones policiales coordinadas entre Policía Nacional y Mossos d’Esquadra y legitimaba el dispositivo. El político afirmaba que “la policía garantiza el derecho a manifestación, pero no podemos permitir incidentes indeseados”.

Buch volvió a agarrarse en el argumento de la “minoría de violentos de provocadores y agitadores que hay que aislar” enfrentados a una “mayoría pacífica”. Asimismo, el conseller legitimaba otras manifestaciones que el consideraba no violentas y daba carta blanca a la represión.

Desde los grandes medios de comunicación se analizaban los sucesos del martes bajo una misma óptica: la de la violencia desmesurada y el caos. De la misma manera los partidos unionistas consideraban intolerables las expresiones violentas de esa noche y pedían responsabilidades al Govern encabezado por Quim Torra y una condena total de la violencia.

Entre esos dos focos se convocaba la manifestación de este miércoles que en Barcelona tuvo su inicio en el cruce entre Marina y la Gran Vía. Los CDR pidieron a las y los manifestantes que llevaran papel higiénico que a las 19.30 se lanzó de forma masiva en lo que podía ser leído como una metáfora de la lucha por limpiar Catalunya de represión política y policial. También podríamos inscribir otro simbolismo en la acción: si las manifestaciones soberanistas se han definido siempre por su civismo con la expresión “ni un papel al suelo”, ver las calles del centro de Barcelona llenas de papel higiénico tenía una fuerte connotación simbólica. ¿Cambio de ciclo en las luchas? Está por ver.

A las 21.00 la concentración se trasladó masivamente dirección Passeig de Gràcia y en el tránsito hacia la principal avenida de la Ciudad Condal muchas de las personas concentradas se detuvieron delante de la Conselleria d’Interior. Fue allí donde empezaron los disturbios que se alargaron hasta la madrugada y que tomaron numerosas calles cercanas –y no tan lejanas- al edificio institucional.

A partir de entonces la misma escena se repitió durante toda la noche: las y los manifestantes situaban los contenedores en medio de la calle, los quemaban y cuando las llamas se extinguían la policía cargaba para dispersar a las y los concentrados. Y vuelta a empezar en otras calles.

La violencia juvenil a debate

Mucho se está hablando estos días de la utilización de la violencia por parte de las personas que se están manifestando en Catalunya. “Violencia descontrolada de unos pocos agitadores”, dicen desde algunos medios. “Violencia y caos generalizado”, afirman otros. “Infiltrados de la policía”, señalan algunos. “Agentes extranjeros y antisistema desplazados a Barcelona”, consideran otros pocos.

Quienes la noche del miércoles tomaron las calles del centro de Barcelona eran en su mayoría jóvenes de entre 16 y 25 años. Sociológicamente se trata de personas que apenas salían de la adolescencia o eran niños durante el 15-M y el surgimiento del independentismo. Son esas mismas personas que han sido educadas en una cultura que prometía que todo se podía alcanzar mediante la democracia y mediante la no violencia. Con todo, esa misma generación ha visto la falacia que pervivía en esas doctrinas sobre todo en los casos de Jordi Cuixart y Jordi Sánchez, dos activistas del pacifismo encarcelados por intentar desconvocar una manifestación.

Por si fuera poco, son las mismas personas que eran niños y adolescentes durante la crisis que ahora les ha dejado un mercado laboral en el que el paro juvenil alcanza el 50%. Son una generación que se ha encontrado con otra crisis, la climática. Y las mismas personas que ahora critican su violencia, son sus padres y madres, quienes les han dejado ese mundo incierto.

Jordi Magrinyà de la CUP de Barcelona resumía perfectamente en un tuit quiénes son: “Esta juventud que toma las calles y que no entendéis, os inquieta y con los que os cuesta empatizar, son personas que han tomado conciencia de que tienen exiguas oportunidades de tener una vida digna si ni luchan. Han tomado conciencia a base de golpes y decepciones”.

Durante los enfrentamientos entre manifestantes y policía esa juventud era la mayoritaria. Nada de agentes exteriores perfectamente preparados, pues no hay que tener demasiada experiencia química para hacer arder un contenedor ni para arrancar un adoquín para lanzarlo contra los antidisturbios.

Dicho todo esto hay que preguntarse si su violencia es legítima y desproporcionada. En realidad, los hechos de Catalunya de estos días se asemejan mucho a lo sucedido en la Grecia asediada por la Troika o a la Francia de los chalecos amarillos; y allí a nadie se le ocurrió aplicar el estado de excepción. Los hechos de estos días en Catalunya harían reír a la minería asturiana.

La violencia policial a debate

El medio público Catalunya Informació señalaba en un tuit de este miércoles durante las cargas policiales, lo siguiente: “fuertes cargas policiales en Tarragona. Hay un joven tendido en el suelo y los manifestantes piden que lleguen las asistencias médicas. La manifestación era tranquila hasta que ha aparecido la policía”.

Con más o menos fuerza, en Catalunya existe la idea de que la policía está contribuyendo a avivar el conflicto en las calles; más que a apagarlo. Con una BRIMO –antidisturbios de los Mossos- que hace años que es acusada de estar fuera de control y con una Policía Nacional que aparece cual paracaidista en Catalunya solo para reprimir la idea no parece tan descabellada.

Es por ello que la actuación de los cuerpos de seguridad está siendo puesta en duda. Pese a que en 2014 se prohibió la utilización de balas de goma en Catalunya, la Policía Nacional –a la que no afecta esta ley del Parlament- está empleándolas de forma extensiva estos días y ya ha dejado a un joven de 22 años sin ojo. ¿Si es la Conselleria d’Interior quien coordina el operativo, por qué la Policía Nacional emplea un armamento que esa misma conselleria ha prohibido?

Por otro lado, también se está poniendo en duda la utilización de métodos de dispersión de concentraciones como el “carrusel”. Esta técnica policial que consiste en dirigir una furgoneta a gran velocidad hacia los manifestantes para apartarlos de un emplazamiento, significó el atropellamiento de un joven en Tarragona la noche de miércoles. Pese a que el método había sido criticado en el Parlament de Catalunya, nunca se llegó a prohibir y Mossos aseguró que solo se emplea en casos excepcionales.

Por último se han criticado los golpes de porra a la cabeza y los disparos con proyectiles foam. En el primer caso parece evidente que pese a la prohibición la policía está saltándose la ley, mientras que en el segundo caso deberíamos preguntarnos porque hay periodistas perfectamente identificados que han sido alcanzados por una bala de foam cuando estos proyectiles son muy precisos.

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