Sudán del Sur a sus diez años: una infancia de maltratos

A veces es posible cerrar los ojos a la realidad, pero los recuerdos pueden empeñarse en abrirlos. “A los niños cuya agua al nacer se rompe con el zumbido de la metralla, esta es nuestra porción, conocemos la guerra con ojos hundidos, la conocemos en los dolores punzantes del hambre, la conocemos en nuestros pies callosos plagados de ampollas” Traducción libre de “Birth Water” de Bigoa Chuol, poetisa sursudanesa.

Foto: José Antonio Mérida Donoso

Era noche de vísperas, en Yuba el calor se pegaba a la piel como el aceite a las patas de una mosca. Poco importaba que te quitaras casi toda la ropa, el calor se aferraba a la razón. Reporteros, freelance, cazadores de fotos y despistados que nos habíamos dejado caer por ahí nos removíamos evitando la quietud, como si pudiéramos liberarnos de su tórrido abrazo, pero el tiempo que todo lo envuelve, se empeñaba en decirnos lo contrario. Revisábamos fotos, anotaciones y entrevistas tomadas, comentábamos y nos interrumpíamos mientras intentábamos esbozar los destellos de nuestros relatos preconcebidos ante el destello de la celebración que supone todo nacimiento. Los primeros minutos de un nuevo país iban a doblegarse a la percepción de la realidad de unos extranjeros. Al mundo no le interesaban las vicisitudes que había atravesado ese proceso.

Es más del presentismo adormecido en titulares de pocas palabras. Poco importaba que dos guerras civiles habían dejado a un país desangrado entre el hambre y la violencia. La historia hace tiempo que pasó a escribirse en un tweet: “Sudán del Sur. El nacimiento de un nuevo país”. Flamantes letras de esperanzas fueron esculpidas en los titulares de los medios de comunicación de todo el mundo. Afuera, reportajes ataviados aquí y allá con fotografías impregnadas de color a consumir por lectores ávidos de exotismo. Adentro, imágenes en blanco y negro. Años con miles de muertos, millones de desplazados y pobreza, toneladas de pobreza a repartir, no vaticinaban el nacimiento de un nuevo país, sino más bien el de un Estado fallido. Porque adentro, mucho más adentro, el pasado nunca llega a desvanecerse del todo.

Foto: José Antonio Mérida Donoso

Esa noche, sin embargo, era imprescindible soñar, así lo dictaminaban las autoridades. No en balde, el poder siempre sabe mejor que nadie que a los sueños siempre les da por querer ser libres. Y así, las manifestaciones de alegría desfilaron por Jartum hasta la madrugada. Poco importaba que los destellos de felicidad se dieran bajo la sombra de unas medidas de seguridad que, más que el nacimiento de un país, parecían augurar el de un nuevo estado policial. Los enfrentamientos entre tribus y etnias, parecían, por primera vez, esfumarse de un país ansioso por unir distintas esperanzas en un mismo sueño de liberación. Ya no habría más vencedores y vencidos, solo vencedores. El hambre de libertad se afanaba en mostrar sus estragos. Esa misma hambre que Miguel Hernández había tildado del “primero de los conocimientos” y que en su “ferocidad de nuestros sentimientos allá donde el estómago se origina, se enciende”.

El lenguaje utilizado, como ocurre siempre en esta vida, más que a la casualidad respondía a la causalidad: Sudán del Sur, un nacimiento, un despertar, una nueva esperanza. La retahíla de prosopopeyas usadas desde las instituciones nacionales y supranacionales eran recogidas por los medios y volcadas a una población deseosa por dejar atrás un pasado de muerte y guerra. Ahora era tiempo del presente y el futuro de vida y libertad, la misma que avecina todo nacimiento. Pero el ayer no se conforma con habitar solo el pasado. Raíces, identidad y pertenencia, son un ramillete que marcan las posibilidades de la simiente. El impacto de la guerra y los enfrentamientos durante generaciones no se disipan solo con la llegada de un nuevo día. Precisamente por eso, o a pesar de ello, la gente se empeñaba en bailar su felicidad mientras la luna les sonreía en la sempiterna permanencia del sueño, de un no querer despertar nunca.

De lo que ocurrió al día siguiente, la historia es consabida. La resaca del delirio dio paso a un intento de transformación de paisaje y paisanaje, un disfraz a mostrar en el carnaval de la celebración. El sol contemplaba impasible la espera de la multitud que desde la mañana se había confinado para seguir la pompa del ritual. Sudán, había obtenido su independencia del dominio anglo-egipcio en 1956, para enfrascarse en un conflicto armado que se cobraría numerosas vidas. Desde entonces, la lucha por la independencia de la población del sur había sido constante ante la dicotomía económica gestada con un Norte que mantenía una infraestructura industrial importante y permitía beneficios sociales frente a un Sur marginado y la imposición por parte del gobierno de Jartum de una cultura araboislámica sobre las religiones locales africanas y los pueblos cristianos que subyacen en las comunidades entorno a Yuba.

Foto: José Antonio Mérida Donoso

Finalmente, en 2005 se entablaron negociaciones entre el gobierno del presidente Omar al-Bashir y los representantes del Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán (ELPS) para establecer un régimen de transición que, con monitorización internacional, prepararía el plebiscito en el que se había votado la secesión del sur y la creación del nuevo Estado. Hacia las 14 horas, el nuevo presidente, Salva Kiir Mayardit, prestaba juramento ante la multitud fervorosa y, junto a Omar Al-Báshir, presidente de Sudán, mostraba la constitución provisional del nuevo país. Los abrazos y la alegría se entrecruzaban entre banderas y pancartas con imágenes del nuevo presidente que yacían en manos de una población esperanzada. La misma que apenas podía imaginar la represión de libertades fundamentales de expresión, reunión y asociación que ese mismo presidente ejercería contra ellos hasta hoy.

Diez años después el sonido de las risas y las celebraciones parecen haberse disipado. Hoy, precipitadas en el olvido para ceder paso al ruido de las balas y el hambre apenas sirven para recordar que el verdadero valor de ciertos momentos a veces solo lo conocemos una vez que se ha convertido en memoria. Al cabo de poco de la proclamación de la independencia las fuerzas leales al presidente Salva Kiir se enfrentaban con las alineadas al vicepresidente Riek Machar. Los antiguos aliados del ayer se convirtieron en los nuevos enemigos del hoy y del mañana. La aparente unidad de los primeros días se truncó vertiginosamente. Muertes y desplazamientos, violencia y hambre volvían a empañar la historia de una humanidad deshecha.

Resulta difícil explicar en pocas líneas las vicisitudes y los enfrentamientos que atravesaron el país en esos diez años. Brevemente, tras el fracaso del primer gobierno de unidad con Kiir de Presidente y Machar de Vicepresidente en 2013, se llegó a un nuevo acuerdo dos años después con una vuelta a la coalición entre ambos para romperlo al año siguiente, en el 2016 ante las tensiones y luchas por el poder. El conflicto sigue en un tiro y afloja, agraviándose en el 2017, una relajación en el 2018 con un tercer y último acuerdo de gobierno de unidad entre los dos hombres, para luego volver a mantener las tensiones constantes ya que la unidad política no llegaría hasta principios de 2020, casi un año después de lo previsto. Mientras, la cuestión de la división regional, su fragmentación administrativa y el control del territorio, políticas confiscatorias y un conflicto armado interétnico.

Foto: José Antonio Mérida Donoso

Hace un año la Comisión para los Derechos Humanos en Sudán del Sur denunciaba la violencia extrema mantenida por grupos armados estructurados en torno a grupos étnicos que actuaban respaldados bajo un clima de represión e intensificación de violencia contra la población civil. Miles de personas huyeron de los combates y buscaron refugio en países vecinos. Los enfrentamientos entre grupos étnicos, clanes y subclanes aumentaron. Todas las partes en el conflicto perpetraron graves violaciones del derecho internacional humanitario y de los derechos humanos, incluido el asesinato de civiles, el reclutamiento y la utilización de niños y actos de violencia sexual. La impunidad por las violaciones de derechos humanos siguió siendo la norma. Por su parte, las fuerzas de seguridad continuaron con arrestos y detenciones arbitrarias a opositores y críticos, ya fueran reales o supuestos.

En vísperas del aniversario de los diez años del nacimiento pudimos ver como algunos medios daban muestras de la fiesta de cumpleaños. Ya se sabe que suele ser en verano cuando se nos salpica de alguna notica sobre África, un continente que se nos antoja un país y al que, desde fuera, muy afuera, nuestra mirada no tiende a buscar más allá de un titular. Los periódicos acudieron a la celebración para vestir de nuevo sus mejores galas, eso sí, la mayoría desde la distancia, porque adentro, muy adentro, esa tal Esperanza, soñadora y libre, invitada siempre, tarde más en hacerse sentir conocedora como es de que el camino hacia la estabilidad continúa lleno de obstáculos. Luego la pausa, el olvido. Un mes después, en agosto, se generaron nuevos choques armados. El día 16 de ese mismo mes los medios de comunicación volvieron de nuevo su vista a Sudán del Sur ante el asesinato de dos religiosas. Según la página web de ACNUR Sudán del Sur cuenta con casi dos millones de personas son desplazadas internas, mientras que ya hay dos millones de sursudaneses refugiados en países como Etiopía, Sudán y Uganda. Muchos de ellos temen un ataque inminente o tener que luchar con la inseguridad alimentaria a día de hoy.

Me gustaría decir que esa noche se conjura con mis sueños. Pero lo cierto es que pocas veces vuelve a habitarlos y cuando lo hace es como polizón entrometido para romper el descanso. Es entonces cuando el calor vuelve a dejar sentir su abrazo, la piel se abandona a su suerte y la sensación de flotar en el vacío se afianza. Un calor que nunca acabó de irse, una mosca cuyas patas siempre han permanecido pegadas a un mismo aceite, el de un país manchado por el líquido negro de sus yacimientos petrolíferos sobre el que, hoy como ayer, siguen revoloteando los intereses económicos de países como EEUU y China. Revisando fotos de la celebración de la independencia, se aprecian los rostros de gente llena de esperanza, niños ávidos de libertad, y esperanza, mucha esperanza. En esos momentos me da por pensar que si la esperanza tuviera fecha de caducidad esta bien podría ser la de diez años. A pesar de ello, esperemos que aquí, en el proclamado primer mundo, esta vez no caigamos de nuevo con tanta facilidad en el olvido.

[José Antonio Mérida Donoso presenció los acontecimientos vinculados a la Independencia de Sudán del Sur en julio del 2011]

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