Antes de comenzar esta reseña, debo de ser sincero. A pesar de mi amor por la música, desconozco por completo el movimiento rave. Tengo que advertir que tal ignorancia está causada por el rechazo irracional que me ocasiona ese tipo de música. Ya que, lejos de liberar mis sentidos como hacen otro tipos de géneros musicales, me produce el efecto contrario, es más, me transmite agobio y malas vibraciones.
Dicho esto, y a sabiendas del argumento de "Sirât", decidí acudir a la sala de cine y aguantar el chaparrón rave sólo porque el director de esa improvisada fiesta de música electrónica era Oliver Laxe. Y es que sus dos obras precedentes: "Mimosas" (2016) y "O que arde" (2019) significaron un soplo de aire fresco para las nuevas generaciones del cine europeo.
En "Sirât", Oliver Laxe confirma que continúa en línea ascendente. Sigue agitando conciencias y lo hace de una manera muy particular. El argumento de la película no importa, los personajes apenas se desarrollan, pero esto no es óbice para que el director se saque de la manga una desoladora road movie, que os aseguro va a convertirse en una película de culto.
"Sirât" está llena de metáforas, de símbolos, de alegorías, de mensajes, de ideas, que Oliver Laxe lanza con crudeza al espectador. Es una película que, para bien o para mal, no deja indiferente a nadie. Su punto de partida es una fiesta rave en el desierto de Marruecos, (en la realidad, la Rambla Barrachina en Teruel), donde llegan un hombre y su hijo adolescente. Buscan a Mar, su hija mayor, que lleva cinco meses desaparecida.
En el contexto islámico, As-Sirât es el puente que se extiende sobre el infierno y conduce al paraíso. Ese puente quizás simbolice la búsqueda de la felicidad intrínseca en el ser humano. Los personajes de "Sirât" tienen en la búsqueda ese nexo común. Por una parte, Luis y su hijo Esteban buscan a Mar, pero el padre también intenta entender qué buscaba su hija en esas raves. Por otra parte, los raveros persiguen la felicidad a través de la música y de sus propias reglas, ya que no quieren aceptar las normas impuestas por la sociedad.
"Sirât" refleja el hedonismo del primer mundo. Que se mira el ombligo, mientras hace oídos sordos a los gritos de desesperación de los ciudadanos de segunda a los que previamente ha robado y después ha dejado abandonados a su suerte. Como se dice en un momento de la película "el fin del mundo hace años que ha llegado", la distopía ya es una realidad. Eso es lo que parece querer remarcar el filme, en un mundo inhóspito donde el petróleo sigue siendo fundamental, y el estado de excepción ha pasado a ser el estado habitual.
La película evoca ese mundo apocalíptico de filmes como "Mad Max", la desesperación, el miedo a la muerte y la precariedad de "El salario del miedo", o la tensión de "Land of mine". Incluso hay un pequeño guiño a "Freaks (La parada de los monstruos)", en la camiseta que lleva uno de los raveros, y en ese pequeño circo ambulante que parecen formar. Todo ello está reforzado por una sobrecogedora fotografía de una belleza hipnótica, y, por supuesto la mística y sensorial música que acompaña a las y los raveros en ese viaje hacia ninguna parte y que se va tornando cada vez más amenazadora.
Si exceptuamos a Sergi López que hace el papel de padre, y al joven Bruno Ñúñez que es el hijo, los demás personajes son raveros franceses auténticos, no son actores profesionales. Hacen un digno trabajo con sus personajes, que como ya he dicho antes, tampoco tienen mucha profundidad. Lo importante, como queda suficientemente claro, es el mensaje. Los innumerables símbolos que vemos, como por ejemplo los bafles, elemento muy importante de la película, nos van guiando por el largo y desconocido camino. Por ejemplo, el símil que se hace con la imagen televisiva de La Meca es magistral.
Pero no os quiero, ni puedo contar más, espero que vayáis a ver "Sirât" sin haber leído nada de ella, que nos hagan spoiler. Simplemente agarraos fuerte a la butaca, porque este intenso y sensorial viaje de búsqueda va a ser de una magnitud extraordinaria.