Sarajevo, mi hija y las estupideces

Entre todas las estupideces que se están leyendo estos días, que son muchas, en torno a la crisis del coronavirus, hubo quien llegó a poner de ejemplo a los habitantes de Sarajevo, convertidos en topos humanos más de tres años, durante el sitio de la ciudad. Cómo no vamos a resistir en nuestras casas un mes al confinamiento. Este y otros ejemplos igual de absurdos se están escuchando y leyendo en las redes sociales. En un alarde de presunta resistencia numantina desde nuestros hogares a base de acumular papel higiénico, consumir bebercio en cantidades industriales y colapsar Netflix y los …

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Pancarta de ánimo en un balcón de Zaragoza. Foto: Pablo Ibáñez (AraInfo)

Entre todas las estupideces que se están leyendo estos días, que son muchas, en torno a la crisis del coronavirus, hubo quien llegó a poner de ejemplo a los habitantes de Sarajevo, convertidos en topos humanos más de tres años, durante el sitio de la ciudad. Cómo no vamos a resistir en nuestras casas un mes al confinamiento.

Este y otros ejemplos igual de absurdos se están escuchando y leyendo en las redes sociales. En un alarde de presunta resistencia numantina desde nuestros hogares a base de acumular papel higiénico, consumir bebercio en cantidades industriales y colapsar Netflix y los servidores porno.

Pues no. Afortunadamente no estamos sufriendo la masacre que sufrieron los habitantes de Sarajevo. No nos va disparar ningún francotirador cuando hacemos cola en el mercado. Tampoco es una plaga de dimensiones bíblicas, ni la peste del Medievo que mató a media Europa. Necesitamos cierta épica, pero también cabeza fría.

Es un virus razonablemente controlable, al que hay que evitar exponerse y contra el que hay que tomar medidas excepcionales individual y colectivamente. No estoy diciendo nada que no hayamos escuchado y leído hasta la saciedad.

Hay que aislarse socialmente, de eso no cabe duda. Pero no estamos en la cárcel, ni sometidos a la ley marcial, aunque se le parezca. Si veo a alguien por la calle cuando salgo a comprar el pan supongo que tendrá un motivo para estar en ella, aunque sea bastante evidente que un abuelete paseando una barra no parece que necesite estar mucho tiempo deambulando. No veo a un potencial enemigo social. No creo que un niño sea un arma bacteriológica, ni que mi vecino paseando al perro sea una amenaza.

Tampoco creo que todo este aislamiento, sobre todo para las personas que lo están pasando solas, sea inocuo. Como no lo fue para los habitantes de Sarajevo o Mostar, como no lo es para una persona presa. Solo que para nosotros será menos grave, aunque para nuestros pequeños quién sabe qué consecuencias tendrán en su cabecita. O para nuestras ancianas, con sus músculos funcionando tan apenas, varias semanas sin moverlos. Ni tomar el aire fresco que necesitan.

Desde hace unos días está en los medios y entre las personas el debate de dejar salir a la calle, especialmente a niños y niñas, para pequeños paseos. Ya en Italia, de hecho, aún con la gravedad de su situación, se está haciendo.

Para mí la cosa va de introducir un matiz en el debate: estamos en aislamiento social, no en arresto domiciliario. Mi hija está aislada, corretea de un lado a otro de la casa y me escapo con ella para tirar el reciclaje. Lo confieso.

En los videochat del cole veo a unos niños más retraídos de lo habitual, a otros hechos un terremoto. Les pongo cara y nombre y pienso como son en el día a día, cuando los veo en el patio o jugando.

Me planteo si el pobre consuelo de decir que no va a pasar nada, que los niños se adaptan a todo, que este encierro no tendrá consecuencias para ellos no será más que una mentira piadosa.

Luego vuelvo a los medios y escucho los discursos épicos, veo las calles tomadas por policías y al ejército paseando por ellas. También aplaudimos a las 8 de la tarde, hasta tenemos un cencerro para hacer más ruido (sí vecinos, somos nosotros). Otro pobre consuelo.

También sé de los que lo tienen peor y que esta crisis está revelando lo que algunos ya intuíamos: que unos servicios públicos fuertes son fundamentales y que dejar a la iniciativa privada los servicios esenciales es una garantía de catástrofe. El cruel destino de los ancianos en las residencias es buena muestra de ello.

Pero mi hija sigue encerrada en casa. Sigo leyendo gilipolleces de todo tipo y acusaciones que rozan el delirio mental. Y ambas cosas me preocupan: el aislamiento de nuestros hijos y la epidemia de estupidez.

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