Reivindicar la Corona de Aragón ¿fake o posverdad?

Ni amo, ni patrón, ni rey, ni youtuber alienado que valga. Pensar en reivindicar la Corona de Aragón nos parece impugnar todo, para construir otro tipo de solidaridades. Pero muchas veces parece una posverdad impostada o tal vez una fake news que se vuelve pesadilla cuando el espejo deforme de la realidad atormenta a los pueblos que la constituyeron.

Arrancaba el siglo XXI. “Monzón fue lugar habitual de Cortes de todos los países que la componían y esta Feria sería, desde la cultura, un guiño a esos encuentros políticos que forman parte de nuestra historia. La idea es volver a ser lugar de encuentro”, “queremos que estos días se trate de la importancia histórica de ésta, de cómo se pudo mantener un ente único conservando, en cada país, sus peculiaridades políticas, administrativas y culturales”. Chorche Paniello formaba parte del equipo organizador de la Feria del Libro Aragonés (Siete de Aragón, número 349-350, 12-25 noviembre 2001) y en esta entrevista, justificaba la idea de montar un Salón d’o Libro d’a Corona d’Aragón. Y así fue.

Ha llovido mucho desde que los organizadores de la Feria planteaban esta especie de concordia territorial entre valencianos, baleáricos, catalanes y aragoneses. Duró poco pero hizo realidad viejos sueños. Eso es así. Por solidaridad y empatía.

Hace poco leía una afirmación que me dejó bastante perplejo, la escritora y activista Teresa Pàmies planteaba: “debo admitir que los catalanes somos unos ignorantes de la realidad de otros pueblos de España, y sin embargo nos quejamos de que ellos ignoren la nuestra” (recogido en Fernández Clemente, Eloy (2014): Ante Cataluña, p. 55). Esta opinión fue escrita en 1979. En redes la polarización ha crecido, y aun siendo conscientes que el común de los mortales no percibe ese odio, yo tengo la sensación de que las distancias nos matan. “Aragón es Castilla”, “Catalanes, golpistas y sediciosos”, “Valencianos, corruptos”. De todo y para todos. Por ser fino. La autonomización de nuestras realidades ha condicionado mucho las perspectivas que podamos tener sobre realidades históricas o proyectos comunes que no encajan ni con el Estado-nación español (central y jerárquico) ni con la Región-autonomía con aspiraciones legítimas, pero sesgadas en un esfuerzo por reconocer lo propio a partir de diferenciarse del vecino.

El caso es que la Corona de Aragón ya no existe. Ni existirá. Es Historia. Tal y como certifica Norman Davies (Reinos desaparecidos, 2013, pp. 263-264), planteando que es un fantasma historiográfico, perdido en la construcción de los relatos estato-nacionales del XIX. La gente sólo recuerda lo que le enseñan o lo que le interesa, y esta batalla ha sido rotundamente perdida por la vieja Corona. Ahora tenemos historias autonómicas locales que hacen que la plurinacionalidad emparente mal con las ideas que se han desarrollado en la península Ibérica. Por no hablar de las hordas de la Una, Grande y Libre, pero ese pastel deberíamos degustarlo en otro artículo.

Los Congresos de Historia de la Corona de Aragón han sido una buena muestra de este continuum, aunque sean reuniones científicas, ya que se organizan desde 1908. La memoria colectiva que siempre ha estado ahí, latiendo por algo en común, el deseo de lo prohibido y diferente. Como en 1932, cuando el Centre de Actuació Valencianista apelaba a la gloriosa “Confederació Valenciano-Catalano-Aragonesa”, en una de sus memorias de actividades (gracias a Vincent Baydal). La compleja articulación política de la Corona de Aragón medieval -una especie de Commonwealth, tal y como la describió Joan Reglà- desarrolló una cultura federalizante. Una mentalidad que se mantuvo en el tiempo, más allá de su desaparición como estructura de poder político. No es casualidad el fuerte peso del federalismo en los países que conformaron la antigua corona -Pacto de Tortosa, austracistas-, la importancia del republicanismo o la pluralidad política que han desarrollado todas las Comunidades Autónomas enmarcadas en esta pesadilla cuatribarrada. Nos han querido vender una historia cuarteada de España y sus regiones, cuando la historiografía comparada nos muestra que la linealidad y el presentismo llevan a falsos amigos (recomiendo a Ernest Belenguer y La Corona de Aragón en la monarquía hispánica: del apogeo del siglo XV a la crisis del XVII. 2001).

Este anhelo solidario nos lleva a grupos de Facebook que potencian la hermandad entre personas de los antiguos países de la Corona de Aragón (Corona Aragonvm), a encontrar de vez en cuando mapas con léxico común -el famoso olivas contra aceitunas-, a jugar a ligas imaginarias de los equipos de la antigua Corona o a visualizar recorridos de la Vuelta Ciclista a España un tanto distópicos.

La distopía de la Vuelta 2021 | Imagen de @RibagorzanMemes

Al final nos queda la guerra de banderas, entre unos y otros. Aragón quedó fagocitado económicamente durante el siglo XIX. Las oligarquías locales cerraron muchas puertas. El despegue catalán viene de esa época, el eje social, la lucha de clases y la ruptura de la famosa complementariedad de bienes y servicios. Luego tenemos el relato cultural de los Països y el rechazo posterior; La Llitera es el ejemplo perfecto de incomprensión histórica. Y eso que la necesidad genera fraternidad. En tiempos pasados, el entrismo catalanista operó con cierta vivacidad, aprovechando un desarrollo autonómico que ofrecía servicios y oportunidades a este territorio. La miopía de la DGA también ayudó. El procés y la vuelta a la “Catalunya endins” ha reforzado las identidades hegemónicas a uno y otro lado. La practicidad manda. Lo normal.

Ahora ya no cuela tanto y las pretensiones de los Països Catalans (aquí la última polémica de Moviment Franjolí) aparecen obsoletas. Unos “países” decimonónicos, un producto de la Renaixença romántica, popularizados a partir de los años sesenta del siglo pasado por Joan Fuster (en su Nosaltres, els valencians) y que en pleno siglo XXI sigue defendiéndose desde sectores destacados del catalanismo. Pura lobotomización que no ayuda en nada.

Pierre Vilar lo expone con una vehemencia absoluta, ya que la frontera catalano-aragonesa, sus límites “plantean un problema histórico-geográfico de los más confusos. Aquí la naturaleza no impone nada, no sugiere nada. La historia parece favorable a una fusión desde el siglo XII” (en Cataluña en la España Moderna, 1962), pero su significado se conserva con una definición marcada, moviendo pasiones entre diferentes sectores y sectas. Por no hablar de Valencia. O el campo de minas lingüístico que representa La Ribagorça. Posverdad o fake news… ahí queda la “Corona de Aragón”.

Un fantasma recorre Españita, casi no asusta, mayor y cansado, pero sigue ahí, para recordarnos que el futuro puede ser lo que queramos soñar y construir.

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