Los señores de la prensa nos atacan con su manual posmodernista, para el cual la Historia no es más que un instrumento en manos de deconstructores de conciencias. Hoy como durante la Guerra de Invierno (1939-40), recuperado de sus heridas el dictador de turno del Kremlin, se dispone a restaurar las fronteras del imperio ruso. Si eso fue así, ¿por qué en marzo de 1940, cuando la resistencia fino-blanca fue quebrada, Stalin no lanzó la caballería mongola contra Helsinki?
Alejandro I arrebató Finlandia al imperio sueco en 1809. Finlandia fue incorporada a Rusia no como provincia, sino como estado asociado, el Gran Ducado de Finlandia, con su marco finés, su senado y con su Constitución. Las ambiciones de Alejandro terminan en una Finlandia tapón desmilitarizada, que quedó débilmente integrada en la economía rusa y en la cual la administración y la burguesía sueca continuaron a los mandos del Ducado.
La I Guerra Mundial entra en Finlandia con discursos pomposos en defensa del pueblo finlandés. Todo empieza con esas campanas cuando la cosa va de grandes intereses financieros. Finlandia, sin ministerio de asuntos exteriores, ni ejército ni mili, decide enviar voluntarios en apoyo de Alemania: el 27 Batallón Jagers, una mera declaración política operacionalmente insignificante en el mar del conflicto mundial. Después de la supuesta victoria del II Reich, debería aparecer el Reino de Finlandia bajo una dinastía alemana, legalizando así las relaciones comerciales con las casas germanas.
Aquí nace la teoría de la gran Finlandia, protectora de los pueblos fino-úgricos (Estonia, Hungría, Udmurtia en los Urales), el germen del ejército blanco finés y algunos mandos militares que acabarán sus días en la SS hitleriana. Nace también en 1917 el Reino de Finlandia, dirigido por el típico príncipe alemán en paro, Federico Carlos de Hesse-Kassel. Al mismo tiempo nace también otra Finlandia: la roja, una revolución socialdemócrata que pronto se convierte en comunista y toma el control de Helsinki y las grandes ciudades. La solidaridad de clase hace de las suyas, y los antes enemigos en la I Guerra Mundial, el general Mannerheim (ejército imperial ruso) y las fuerzas prusianas reúnen voluntarios de entre los terratenientes suecos, propietarios finlandeses, voluntarios estonios, polacos, desembarca un cuerpo de 5000 alemanes y aplastan la revolución. La posterior bacanal represiva adquiere carácter rusófobo y algunos comerciantes rusos, a pesar de su condición burguesa, son pasados a cuchillo. Las quejas recibidas por Mannerheim desde los salones de San Petersburgo, aludiendo a su honor de oficial ruso, reciben la siguiente contestación: "Señores, me encuentro impotente ante esta ola de indignación popular".
Así llegamos al 15 de mayo de 1918, cuando Finlandia declara la guerra a Rusia, seis meses después de que el gobierno bolchevique reconociera la independencia de Finlandia ¿Qué pretensiones podrían encontrarse? Se encontraron: discriminación de la población fina en la región de Leningrado. Comienzan una serie de choques armados confusos, en los que bayonetas británicas ayudan al ejército rojo a repeler las incursiones finlandesas. Comportamiento anglopráctico, ya que tras los finlandeses empujan los alemanes. Con el fin de la I Guerra Mundial y la retirada de los alemanes, los británicos cambian de bando, establecen su república temporal de saqueo en Arcángel durante el periodo de intervención en la guerra civil rusa. Todo este lío termina con el Tratado de Tartú (independencia de Estonia) o el prólogo para una nueva guerra. Según el político finés Paasikivi, "la Paz de Tartú fue demasiado buena para Finlandia...". El comodín de esta afirmación fue la salida al mar del norte a través de Pechenga, ocupada sin ningún pretexto étnico o histórico. Un año después, un consorcio anglofrancés comienza a explotar en la zona el yacimiento de níquel más rico de Europa.

Pero Pechenga no era el principal problema para la Rusia Bolchevique: en 1921 tiene lugar la última de las guerras tribales, el levantamiento de Karelia contra el poder soviético, dirigido por un maestro guerrillero egresado del 27 Batallón Jagers, el mayor Paavo Talvela: nacionalista, fascista, anticomunista y rusófobo. Contextualizando, en los años veinte Finlandia era el frente norte de una pequeña entente que rodeaba a la Unión Soviética y que pretendía, en caso de guerra, lanzarse contra el oso comunista como una jauría de perros. Capitaneaba este grupo Polonia, con su centro de inteligencia Prometeo comprometido con el anticomunismo. Todos estos países adolecían de economías débiles y fueron fácilmente nazificados durante los años veinte y treinta: Hungría, Rumania, las repúblicas bálticas... todas encontraron a su pequeño Fhürer. Finlandia guardó las apariencias de una república con fuertes restricciones para las fuerzas de izquierda. Los fascistas finlandeses Lapuan Liike también intentaron en 1930 su golpe de estado, pero fue abortado y el movimiento duramente reprimido, se aplicaron incluso arrestos domiciliarios. Sin embargo, la ultraderecha finlandesa tenía reserva en la organización paralela Movimiento Patriótico Popular, con sus organizaciones paramilitares.
El momento esperado llegó. El dictador de turno del Kremlin, después de lamerse las heridas, comenzó a poner orden en su periferia. El 1935, en las maniobras de Kiev, a las que fueron invitados los diplomáticos militares de las embajadas, aconteció un lanzamiento masivo en paracaídas que incluía la primicia del transporte aéreo de un blindado (TB-3/T-26). El Ejército Rojo Obrero Campesino se deshacía así de la imagen de la caballería, el carro y la ametralladora Maksim, entrando en la modernidad con un ejército mecanizado. La industrialización dio sus frutos. Ese mismo Alemania anuló el Tratado de Versalles sin levantar protesta alguna por parte de las plutocracias europeas, quizá porque la amenaza comunista les pesaba más que la fascista, no en vano también ese año Alemania integró el pacto Antikomintern con Italia y Japón.
Finlandia, más parecida a la "vieja Suecia", donde las élites llevaban familias suecas y se expresaban con dificultad en finlandés, era el bunker fascista escandinavo. Aquí entra la historia de la esvástica azul en el escudo de la fuerza aérea finlandesa, hoy permitida, utilizada e incluso desligada del fascismo por muchos historiadores postmodernistas, pero esa es otra historia. La Gran Finlandia estaba destinada a convertirse en la protectora de los pueblos fino-úgricos una vez estos fueran liberados del yugo bolchevique con la ayuda de Alemania. La idea se puso en marcha en Karelia, cuya tierra ocuparon los finlandeses desde 1941 a 1944, donde solo en Petrozavodsk se organizaron seis campos de concentración para eslavos, que eran enviados como fuerza de trabajo a Alemania. Datos de historiadores finlandeses hablan de 5000 personas muertas solo en esos seis campos, la mayoría niños, de hambre y frío.
Pero volvamos al año que nos acontece, 1935, cuando comienzan las negociaciones con el fin de reformar las fronteras del Tratado de Tartú y el arriendo de una serie de islas por parte de la URSS para rechazar un posible desembarco enemigo en Leningrado, que en esos días podía ser franco-británico. Las negociaciones fueron saboteadas por la parte finlandesa, que esperaba como una novia impaciente la ayuda militar franco-británica prometida (recordamos que británicos y franceses planearon bombardear la industria petrolera soviética en Bakú). Rotas las negociaciones, los cañones debían hablar, y hablaron. Nada nuevo bajo el sol 80 años después: haciendo gala de la misma falta de audacia, Ucrania firmó con EEUU un acuerdo de cooperación militar el 1 de septiembre de 2021. El texto anulaba los Tratados de Minsk, auspiciados por Francia y Alemania. Las partes comenzaron a mover tropas hacia el frente.
El autor de este artículo, Eloy Fontán, acaba de publicar 'Gen 2036. Distopía en Piracés', su primera novela.