¡Qué cara tan bonita! ¡Pa’ estar puesta en una ventana!

Hemos demonizado la gordura hasta un punto en el que hemos creado enfermedades como la bulimia o la anorexia, en pro de un ideal de belleza imposible de conseguir sin asumir que todas somos únicas y diversas

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Fragmento de la ilustración de Alba Carmona que acompaña al artículo en la revista Pretendemos Gitanizar el Mundo.

En estos tiempos de pandemia y cuarentena hay una preocupación que llega más allá del miedo a la muerte, al contagio, al confinamiento... y no, no es el miedo a perder el empleo o a un familiar o algo tan preciado como la libertad. Es el miedo a sentirse, parecer y sobre todo que te estigmaticen como gordo. La gordura es imperdonable para sociedades saciadas de consumo neoliberal y centradas en el culto al ego.

La sociedad me puede gritar que ha perdonado a un delincuente, violador o racista… pero existe una forma sutil para hacer todo lo contrario con las personas gordas. A nosotras se nos hace vivir en un círculo vicioso de odio por ser más grandes que los demás. Por lo visto los gordos y, en especial, las gordas deseamos ser apestadas. Porque si no estaríamos delgadas y apreciables, deseables para el ojo masculino de la sociedad. Y esto, con independencia de la ideología política, huele a eurocéntrica superioridad racista y machista.

Ser delgada no es opcional en estas sociedades, tienes que abrirte camino por ti misma, para poder sobrevivir al día a día, hasta que encuentras a otras como tú y comienzas a ver que su cuerpo es capaz de inspirar tus sueños más profundos, empiezas a darte cuenta de que tu esencia, no depende de tu apariencia. Pero, mientras te esfuerzas en todo ese trabajo emocional, psicológico de reparar y levantar tu amor propio; te toca vivir, una constante discriminación que llega a etiquetarte como defectuosa para los roles establecidos para tu cuerpo.

La discriminación gordofóbica comienza en el propio hogar, con la familia

Desde mi experiencia, las mujeres de la familia han interiorizado el miedo a la gordura, al igual que lo ha hecho el resto de la sociedad, y por eso de niñas nos protegen de ella en su creencia de que ser delgada es necesario para ser aceptadas socialmente porque quieren evitar que nos marginen como a todo aquello que es diferente. Recuerdo que mi madre ya no sabía dónde encontrar ropa para la talla de niña-adulta que llevaba a los 12 años y se desesperaba, porque veía que me salía cada vez más de la normatividad. Recuerdo cómo las abuelas se preocupaban porque iba «a enfermar» y por eso en su casa, donde al resto de mis primas les daban chuches y helados, a mí me daban zanahorias para merendar. Viví día a día cómo las tías me recomendaban adelgazar constantemente para que encontrase un marido guapo o me iba a quedar para vestir santos. A una de mis tías le debo la expresión que he escogido como título: «¡Qué cara más bonita, mi niñica! ¡Pa’ estar puestica en una ventana!» era su cariñoso saludo.

Pues el machismo y su culto al cuerpo de la mujer ha normalizado ese trato violento que ataca a las mujeres y que, al final, todas interiorizamos como amor (aunque nos haga daño), porque ellas intentan proteger su legado femenino para que no sufran en su desenvolvimiento por el mundo.

Sororidad femenina ¡ja!

Las amigas se comparan conmigo.A mi lado se sienten más guapas y delgadas y me comparan con otras gordas que están peor hechas que yo, porque también hay niveles de aceptación de la gordura.

Dependientas, compañeras de trabajo, vecinas… todas se creen con derecho a hablar sobre mi cuerpo y de recomendarme dietas que son buenas para mí.

Los cuerpos gordos vienen de serie con una licencia para ser valorados por cualquiera, asumen que no estás satisfecha con cómo eres y, como te quieren (otra vez el amor duele), desean verte bien y verte bien, no es estar gorda.

Buscar trabajo: la odisea

Si en un trabajo piden buena presencia o hay uniforme de trabajo, tengo que avisar, que a pesar de vestir genial, lucir melenaza y maquillarme como una actriz de Hollywood, estoy gorda. Porque la gordura es presencia sí, pero de la mala, no es el tipo de presencia que buscan. Me hago notar porqué 120kg no son fáciles de esconder, así que aviso antes de llevarme el mal trago en la entrevista cuando me digan que «el uniforme es solo hasta la talla 42» y que no sabe «si me valdrá». Y yo, qué llevo una talla 50, me miro de arriba abajo y me río porque no entro en una 42 desde los 13 años y el entrevistador lo intuye y mira mi CV con 10 años de experiencia como azafata y de cara al público y puedo escuchar cómo piensa «¿Me está tomando el pelo?». Y entonces toca demostrar la valía; que mis kilos de más son kilos de sonrisas, de buenas palabras y soluciones rápidas. Luego, sumamos los estereotipos que me hacen diferente y la mejor: que la gitanidad me da chispa, una gran dosis de respeto y un moreno precioso que va con todo. ¡Que, a pesar de ser gorda y gitana, puedo ser la mejor trabajadora que puede tener!

Y así, una vez más, dónde a otra le basta con ser eficiente y caber en el uniforme, a mí me toca deslumbrar para tener ese mismo empleo.

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Ilustración completa de Alba Carmona que aparece en la Revista Pretendemos Gitanizar el Mundo.

La belleza que te hace desesperarte por encajar en las normas, no es salud. Hemos demonizado la gordura hasta un punto en el que hemos creado enfermedades como la bulimia o la anorexia, en pro de un ideal de belleza imposible de conseguir. Porque, asumámoslo, la mayoría somos normales y no modelos de pasarela; tenemos michelines, celulitis, estrías, manchas y pelos donde no deberían, pero los escondemos, maquillamos, depilamos o embutimos en fajas ¡hay que esconder lo que no está aceptado! Hay que ser bonita como una princesa Disney porque si eres gorda solo te queda ser Úrsula, la bruja del mar, para luego darte cuenta de que la muy bruja es una empoderada que sabe lo que quiere, así que ¡Viva Úrsula!

Y, como digo al principio, la belleza no es salud, pero los médicos no se enteran. Así que cada vez que voy a visitar a un médico, da igual lo que me duela o que los análisis sean perfectos, siempre me va a decir que lo primero es adelgazar, que todos los males los tengo por ser gorda. Así que la atención sanitaria no solo se resiente porque soy gitana sino que, además, se entiende que como gorda mi único y principal tratamiento es adelgazar.

En la sociedad

La vida de una gitana gorda es un camino fácilmente descifrable en una sociedad donde siempre me discriminan por algo. Cuando no es machismo, es racismo y cuando no ¡hola gordofobia! Van a dar por hecho que tengo 4 hijos y un marido porque estoy gorda y las gitanas somos muy guapas, pero cuando nos casamos nos echamos a perder, o sea, engordamos.

Y aquí tenemos un claro ejemplo de cómo la colonización también entra en los cuerpos pues, en otras culturas o sociedades no capitalistas, no monoteístas, no occidentales la gordura es alegría, abundancia, fertilidad, belleza, deseo, respeto… por lo que engordar después del matrimonio no sería echarte a perder, sino todo lo contrario. Pareciera que la gordura se volvió un acto de involución de las sociedades modernas.

Estas y otras situaciones parecidas, son las que se dan cuando nos adentramos en las etiquetas impuestas por el sistema. Todas esas etiquetas que, al final, son creencias pesan más que la persona. No olvidemos: soy mujer gitana, gorda y vivo, trabajo y me relaciono a diario con la sociedad.

Conclusión

Queda mucho trabajo por delante para que los kilos de más o de menos y la belleza normativa puedan dejar de dañar, porque no importa la raza o el sexo para la gordofobia te afecta igual, te ves sumergida a padecer enfermedades, traumas capaces de sentenciar el futuro laboral, personal, emocional, psicológico de una persona. Por eso el sistema de consumo, racista, capitalista-neoliberal, machista, homofóbico, occidentalizado, eurocéntrico nos quiere débiles, separadas y con miedo. Así que yo seguiré trabajando para que pueda ver ese día, el día que salgamos del cubo y escuchemos los gritos de nuestras almas amando la libertad y le digamos a otras y otros: tu cuerpo, tu vida.

Lo que quiero, pa’ que el mundo se entere, es dejar de escuchar estupideces como que tengo una cara preciosa, pero…


Este artículo ha sido publicado originalmente en la revista Pretendemos Gitanizar el Mundo que se puede encontrar en la librería La Pantera Rossa de Zaragoza.

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