
En épocas de grandes crisis económicas e inestabilidad política proliferan los contenidos ficcionales relacionados con catástrofes y distopías futuristas. Esto no es casual, sino que comprende una forma de reproducir las inquietudes de la población y neutralizar sus miedos.
A través de la ciencia ficción no sólo se han llegado a hacer profundas críticas al sistema socio-político y económico, sino que muchos de estos miedos continúan en boga a día de hoy. La neolengua de la que hablaba Orwell en 1984, el control de la información por parte de un Estado represor y la invención de guerras son temas que fácilmente pueden encontrar analogías en el mundo actual. Casi podríamos decir que muchas de las metáforas empleadas en la ciencia ficción han acabado como “premoniciones” que se han visto cumplidas.
Con el avance de las nuevas tecnologías gusta especular con la inteligencia artificial (IA). Según las ciencias de la computación, la IA hace referencia a “la capacidad de razonar de un agente no vivo”. Dentro del imaginario colectivo, esta habilidad es empleada para reemplazar al ser humano en su puesto de trabajo, como armas bélicas, de complemento emocional o incluso como objeto sexual. Se trata de un robot inteligente, consciente de su existencia y de su opresión con respecto a sus creadores; una analogía de la explotación a la que la clase trabajadora se ve sometida tanto ayer como hoy y que queda neutralizada mediante la fantasía. A veces aparecen retratados como personajes inofensivos -a lo R2D2/C3PO en Star Wars- o con sentimientos y emociones propias; aunque en su gran mayoría se presenta una visión pesimista, vaticinando una hipotética rebelión de las máquinas, que acabarían dominando sobre sus creadores (Blade Runner, Matrix). Pero dejemos a un lado la moralina sobre si “jugar a ser dios” tendrá o no castigo.
Desde que en 1956 el científico informático John McCarthy acuñara el término, la IA ha evolucionado rápidamente y de formas diversas. Las máquinas ya han sustituido al ser humano en muchas tareas productivas, lo que incluye una mayor inversión por parte de las empresas en maquinaria e investigación. La multinacional siderúrgica Gerdau anunciaba hace poco que destinaría cinco millones de euros para generar software inteligente capaz de optimizar el control de las instalaciones durante el proceso de fabricación. En 2012, la UE también anunciaba un presupuesto de 9,1 millones de euros para el desarrollo de una aplicación capaz de detectar opiniones políticas en las redes sociales. Otro frente es la biónica, en la que también se han experimentado grandes avances. Dentro del campo de los videojuegos, la IA está muy presente. El caso más reciente, el GTA V, cuenta con personajes controlados por la máquina capaces de interactuar con el jugador y su escenario de forma asombrosa. El progresivo aumento de las “respuestas emocionales” de Los Sims también da que pensar. Nigel Leck, un desarrollador de software harto de dar explicaciones sobre el cambio climático, inventó un programa capaz de replicar tuits de forma automática sin que su interlocutor detectara que no era humano —lo que recuerda al experimento del matemático Alan Turing: si en un cuarto A y en un cuarto B se hallaran una máquina y una persona, y otra persona que realiza preguntas desde fuera es incapaz de distinguir a quién pertenece cada respuesta, se habrá conseguido una máquina inteligente—.
Ninguna de las aplicaciones descritas significarían un perjuicio contra el ser humano. Pero a día de hoy las entidades capaces de invertir en ello son las mismas que privatizan nuestros servicios públicos, las que nos reprimen en las manifestaciones o las que deciden qué contenidos difundir entre los medios de comunicación; y esas entidades no están dispuestas a financiar una IA programada para construir una sociedad más justa.
Ángela Solano (militante de En Lluita) | Publicado por Diari En Lluita | Para AraInfo