Perpetuando la mentira

La sociedad actual se construye, en la mayoría de los casos, a base de estados de opinión, estados de opinión que mayoritariamente se establecen bajo criterios emocionales y sentimentales intentando huir de cualquier tipo de razonamiento. No importa si lo que sucede se debe a causas económicas, históricas o de otro tipo, si antes se puede intentar justificar por medio de emociones.En las cartas al director del día 25 de febrero del 2012 aparecidas en el Diario de Teruel, se muestra la voluntad firme de la opinión mediática del estado español de imponer un estado de opinión, basado en esos …

Pablo Garrigós | periodismohumano.com
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La sociedad actual se construye, en la mayoría de los casos, a base de estados de opinión, estados de opinión que mayoritariamente se establecen bajo criterios emocionales y sentimentales intentando huir de cualquier tipo de razonamiento.

No importa si lo que sucede se debe a causas económicas, históricas o de otro tipo, si antes se puede intentar justificar por medio de emociones.En las cartas al director del día 25 de febrero del 2012 aparecidas en el Diario de Teruel, se muestra la voluntad firme de la opinión mediática del estado español de imponer un estado de opinión, basado en esos criterios, a la sociedad y sin ningún tipo de crítica.

Después de lo sucedido en Valencia desde el 13 de febrero hasta el mismo día de la publicación de las cartas, se resume según los y las opinadores en, por un lado, «otras personas, no tan jóvenes, que se dedican a calentar los ánimos y a convertir en violentas las manifestaciones», mientas que por otro,en «esa mano dura es la medicina aplicada, sin piedad y sin medida, a unos/as jóvenes estudiantes». Esta simplificación premeditada es la base fundamental de reducir al absurdo todo lo que ha sucedido en la denominada primavera valenciana.

Intentaré humildemente reconstruir lo acontecido, porque, al igual que ambos escritores, nos quiere proponer un ejercicio de memoria de la historia reciente del estado español parece que esas condiciones no distan mucho de las que se encuentra actualmente el País Valenciá. Se debería de contar que en las últimas legislaturas ha estado malgastando dinero en pomposos espectáculos e infraestructuras carentes de cualquier lógica, además de practicar un política de tolerancia absoluta hacía las irregularidades y corrupción tanto a nivel municipal como autonómico. Todo esto, no distaría mucho de los que se ha hecho en otras comunidades autónomas. Sin embargo, estas políticas han ido acompañadas de un insultante desprecio hacia los servicios públicos, con cifras, que hablan por si solas, como la de 30.000 alumnos/as en barracones que esperan aún la construcción de su nuevo colegio o la deuda histórica acumulada hasta 2008 de 891 millones de euros que mantiene la Generalitat Valenciana con las universidades públicas. Así que, simplificar todo esto en que no existe calefacción en algunos institutos, parece como mínimo de un reduccionismo simplista y carente de cualquier tipo de racionalidad.

Otra cuestión a analizar es la falta de democracia en el País Valenciá, denunciada miles de veces por los movimientos sociales valencianos. Hecho que se demuestra en la actuación dictatorial y premeditada de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado español durante estos días, que con métodos dignos de un estado totalitario, intentó silenciar, una vez más, la respuesta ciudadana ante el mayor ataque a los derechos sociales que se viene programando desde las esferas estatales. Y es que la historia viene de más lejos de lo que nos quieren hacer ver. En Valencia, fue especialmente significativo el silencio sobre lo que aconteció durante la Transición. La denominada "Batalla de Valencia"se puede correlacionar con lo que ha sucedido. A pesar de que la historia oficialista la ha reducido a una lucha por los símbolos que definían al País Valenciá, la verdad es que se tejió toda una maraña represiva de todo tipo de voz crítica. Se puede ver como en aquella época, el estado utilizó sus cuerpos y fuerzas de seguridad, además, de grupos políticos tardofranquistas como elementos de control social. Hay una gran cantidad de ejemplos, uno que destaca sobre todos ellos es el ataque terrorista contra la casa de Joan Fuster, lo cuales nunca se investigo quienes lo cometieron. Joan Fuster, cuya obra «Nosaltres, els valencians» cumple 50 años, representaba precisamente ese espíritu crítico y moderno, que desde una visión histórica y humanista, planteaba un País Valenciá moderno y a su vez conocedor de su propia historia, cosa que en aquel momento no debía ser permitido por temor a que temblaran los pilares de la nueva democracia española.

Parece que la historia se vuelve a repetir, en este caso, los atacados son chavales de instituto, que armados de capacidad crítica y razones se lanzaron a la calle a reivindicar una mejora en el trato institucional a la escuela pública.  Ha cambiado el sujeto sobre el que se ejerce violencia pero no la causa final. Un ejemplo de ello, son las amenazas, sin repuesta por parte del estado, de grupos de ultraderecha, como España 2000, sobre la dirección del instituto Lluis Vives recalcando que «ellos acabaría el trabajo que la policía no ha acabado». Esto desenmascara precisamente quién son los verdaderos "que se dedican a calentar los ánimos y a convertir en violentas las manifestaciones", esos mismos que han sido tolerados por parte del director general de policía en el País Valenciá Antonio Moreno Piquer, cuyas simpatías hacia los grupos de ultraderecha está más que probadas y cuyo nombramiento fue a cargo de Alfredo Pérez Rubalcaba, que si la memoria no falla, es actual presidente del PSOE.

Por tanto, no es ningún echo sorprendente lo que ha sucedido en Valencia, al contrario, una nueva puesta en practica de lo que durante la Transición se practicó. Todo un ejerció de despotismo político para advertir a la sociedad de que aquel que se salga del sendero será criminalizado, no sólo por las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, sino también por los grupos neofascistas tan bien cuidados desde la Transición hasta nuestros días. Además de todo un aparato mediático estatal, que desde su simpleza argumental intentará no sólo quitar transcendencia a lo acontecido, sino que incluso alimentará la criminalización en un espectáculo digno cualquier película de Berlanga.

Y es que debería ser insultante, para la ciudadanía, como pretenden engañar sobre los sucedido en Valencia, y una evidencia son las opiniones vertidas en las cartas al director antes citadas.Por un lado, tenemos aquellos que no contentos con disfrazar de violentas unas sentadas y cortes de tráfico para justificar la violencia policial, se alzan con la bandera moralista de intentar dar lecciones del pasado con el objetivo de aleccionar a estos "jóvenes descarriados"que no saben lo que hacen. Mientras que por otro, tenemos la peor clase política, que ante la carroña de unos actos propios del sistema político que ellos han construido, pretenden hacerse con las riendas del movimiento social y emplearlo como arma política contra su adversario, en este circo bipartidista propio de la Restauración.

Sin embargo, parece que no interese analizar en profundidad lo sucedido en Valencia. Y es que, esa democracia pactada bajo mínimos e intentando acallar todo tipo de voces que discrepaban con la visión oficial postfranquista, ha traído lo que ahora vemos, una institución pública que tiene como característica intrínseca la corrupción y el desprecio al ciudadano ante cualquier atisbo de crítica.

Lo que ustedes evidentemente practican es un ejercicio de desmemoria "más propia de regímenes dictatoriales", el cual es característico a cualquier perpetuación de un estado totalitario. Queda demostrado, por tanto, que la primavera valenciana, analizada con un mínimo de racionalidad, evidencia el intento de continuar, mediante la generación de estados de opinión, con las mentiras sobre las que se construyó la democracia del estado español y que continúa retroalimentándose mediante el guerracivilismo haciendo que los y las que antes eran «rojos» ahora sean «enemigos/as».

David Pérez Villarroya

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