Se han cumplido ya 30 años desde aquel aciago día en el que se anunció públicamente la intención de construir el llamado pantano de Biscarrués, amenazando el mantenimiento ecológico del único tramo del río Gállego que quedaba sin regular entre los embalses de La Peña y Ardisa, y poniendo en grave riesgo la supervivencia de las poblaciones ribereñas, que empezaban entonces a desarrollar la que, años después, se convertiría en la pieza clave de su desarrollo social y económico.