Vivimos en el Aragón rural, en uno de esos pueblos pequeños que conocieron días mejores, que antaño tuvieron vida. En un pueblo donde la chiquillería llenaba las calles de risas alborozadas, de juegos hasta la hora de cenar, donde había una escuela e incluso una pequeña tienda; donde por las mañanas se podía ver a sus gentes acudir a sus obligaciones cotidianas... Luego, como en tantos otros lugares de este país, estos pueblos vieron cómo sus jóvenes y no tan jóvenes marchaban a buscarse la vida fuera porque, en su tierra, la cosa pintaba mal. El campo (seguro que la …
