Participación, cuánto te nombran y qué poco te desean

Participación es esquiva. Todos la quieren, la llevan entre dientes o entre labios, dependiendo de su sensibilidad. En tiempos fue democracia, asamblea, revolución. Ahora cualquiera ondea su bandera, llena documentos, encabeza misivas. Hay quien la quiere libre, sin ataduras; mientras, otros intentan asirla, sujetarla, poseerla. La polisemia es infinita y los más ceñudos por estos lares la limitan al voto cada cuatro años y al aplauso entregado al ritmo de estridente o marchosa música. Sonrisas perfectamente blancas en dientes carniceros, como si no quisieran dejarla escapar después de pronunciarla. Crean servicios y consejerías. Cuentan que existe una en la antigua …

Participación es esquiva. Todos la quieren, la llevan entre dientes o entre labios, dependiendo de su sensibilidad. En tiempos fue democracia, asamblea, revolución. Ahora cualquiera ondea su bandera, llena documentos, encabeza misivas. Hay quien la quiere libre, sin ataduras; mientras, otros intentan asirla, sujetarla, poseerla.

La polisemia es infinita y los más ceñudos por estos lares la limitan al voto cada cuatro años y al aplauso entregado al ritmo de estridente o marchosa música. Sonrisas perfectamente blancas en dientes carniceros, como si no quisieran dejarla escapar después de pronunciarla. Crean servicios y consejerías. Cuentan que existe una en la antigua Caesaraugusta, Saraqusta, Zaragoza. Reconvertida en 2019, se le conoce escaso fruto, salvo restos de poda yacentes en el vertedero. Ni siquiera aprovechados para abono. En ese año, comenzó por arremeter contra la escuela pública para reconvertirse, siquiera momentáneamente, en mecenas (se hizo abundantes fotos en 2020 durante las reformas que no le quedó más remedio que ejecutar) … gracias a la reivindicación de comunidades escolares y de organizaciones sociales y políticas. A su pesar conoció de la participación ciudadana en defensa de obras necesarias para la educación pública.

A partir de ahí, nada. Se le conoce escaso proyecto propio pues anda ocupada apropiándose del legado ajeno en campos de deporte, distritos al Sur, barrios rurales y animales de diferente pelaje. Todo ello fruto de la participación ajena. ¡Pues no sería tan mala, digo yo! Dijo que “le daría la vuelta a los procesos participativos” pero aún no sabemos hasta dónde. Se ve que le apasiona el trabajo de recortador. Mejor hablar mucho y concretar poco. Y va y nos pone una tele en la calle. O nos reta a un proceso trucado. Será para fomentar el capazo tan zaragozano sobre la programación.

En compañía de otros anda a vueltas con la cultura comunitaria. Reniega de aquellos lugares donde el vecindario se autoorganiza, se convierte en protagonista de su propia historia. Alérgica a encuentros creadores de lazos, de cuidados y de abrazos, prefiere inmuebles vacíos y sin alma, producto prefabricado, diseño de laboratorio liberal. Ahora arremeten con el Centro Social Comunitario Luis Buñuel, sin dejar el asedio disimulado a la Harinera.

¿Qué irrita? ¿Las sonrisas, la sensibilidad, la sororidad, la música, la cercanía vecinal y gratuita con personas, por ejemplo, que no se aclaran con las citas electrónicas para vacunarse? ¿Las ollas comunitarias de los sábados que van más allá de dar comida y se convierten en espacio donde se entrelazan vidas y vivencias? ¿O les joroba un edificio abierto y cercano mientras los servicios sociales prolongaron su parapeto tras un teléfono mercenario, ineficaz y sin alma?

Me duele la insensibilidad con un lugar en el que “participan muchas entidades y colectivos que ofrecen una programación para toda la ciudadanía, donde se juntan personas de diferentes edades, sensibles con las necesidades de cada momento” Parece que molestan los grupos de apoyo a personas con diversidad funcional, los talleres de costura, la biblioteca, el espacio de silencio, las clases de pilates, de guitarra, de canto o de baile que se prolongan en grupos, antaño telemáticos, o en un café a la entrada y/o a la salida. Aire puro en el que respirar, mejora de nuestra salud por la vía, tan nuestra, del disfrute de la tertulia, del estar juntas un ratico antes de retomar nuestro trajín diario. Semillas de un huerto vecinal y sentimental que entiende de estaciones y no de estamentos, y menos de castillos como el de la plaza del Pilar.

Miremos a Europa para “leer” proyectos comunitarios, respetados y mimados por las administraciones, no solo para llorar dinero como pedigüeños.

¡Larga vida a la cultura comunitaria! Y un poquico más de respeto por la gente.

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