Durante esta cuarentena o reclusión, esto depende de las circunstancias de cada uno, los que nos quedamos en casa sabemos que debemos pasar el tiempo lo más tranquilos posible, para ello podemos generar rutinas de diferentes tipos cada uno elige unas cuantas: hacer ejercicio, jugar, ordenar, intentar hacer manualidades, trabajar, leer, aprender a tocar un instrumento, preparar menús, listas de recuerdos, estudiar, practicar relajación, dosificar de información, comunicarse con la familia no a base de Whatsaap o de likes de pulsador, además deberíamos intenta seguir un orden con el dormir, levantarse y acostarse, comer a las horas correctas, no caer en el picoteo... Todo ello y muchas más acciones son aconsejables para sobrellevar estos días que esperamos que los seres próximos se curen, que los ingresados sean dados de alta, que tenemos que animar al que vuelve de trabajar, apoyar al que hayan perdido alguien, mantener el mejor humor, transmitir optimismo, respetarse...
También durante estos días de alguna manera pasamos del abrazo del silencio que acompaña parte del día, a los abrazos de nuestros vecinos que son cálidos, de piña, de grupo, anónimos, emotivos, compartidos con la familia o con los compañeros de vivienda...
En la calle donde vivo y sus aledaños hacia el mediodía cada día, en el microcosmos construido espontáneamente por los vecinos más próximos, a las 12.55 se abre el balcón de un quinto piso, aparece una silueta de mujer que coloca un amplificador de guitarra o de teclado, minutos antes se percibe movimiento en los balcones próximos en unos hay gente tomando el sol relajadamente o leyendo en otros vecinos intercambiando alimentos o charlando poniéndose al día de noticias y rumores, un pequeño número de personas bajan a comprar pan o leche o van a pasear el perro ocasionalmente a esa hora, se distribuyen siguiendo las normas gubernamentales cruzan con complicidad la mirada porque saben que solo podrán oír un tema, que luego tienen que discurrir por la calzada para que nadie ni nada perturbe la convivencia, para que cada día pueda repetirse mientras sea necesario. Todos están a la espera de que a las 13.00 en punto las primeras notas del piano con las que la intérprete comprueba volúmenes inicie este regalo anónimo a los oídos y convivencia.
Todos los que están en los balcones que dan a la calle, los que compran el pan, pasean al perro, los transeúntes sorprendidos que cuando se percaten preguntarán de donde viene esa hermosa melodía, el fotógrafo que documenta instantes de la vida "cotidiana de estos días", los de los balcones de calles colindantes, muy próximas, que escucharan gracias a los rebotes y reverberaciones generados por la arquitectura, efecto que le da una sensación etérea a la interpretación a este sector del "publico", callan, dejan sus quehaceres llaman a sus compañeros de piso a sus familiares, depositan su libro sobre la mesa o cierran los ojos en una tumbona, los callejeros se ordenan meticulosamente frente al balcón, sonríen contentos agradecidos de la rutina de la artista de nuestros microcosmos que nos hace romper nuestras rutinas muchas veces perezosas.
Y nos dan la una del mediodía, queremos que llegue cada día para que la música de esta anónima cantante nos haga sentir que no estamos solos, que todo este esfuerzo que están realizando las personas dedicadas a los servicios esenciales y que la disciplina individual del resto son para una finalidad colectiva.
Luego nos dan las ocho y salimos en tropel puntuales al balcón aplaudir a todos los que nos ayudan y hacen posible que la maquinaria de servicios funcione, cada día se han sumado más habitantes del microcosmos y precisamente delante de casa desde un balcón una pareja joven con una niña ha puesto música durante un cuarto de hora cada noche, una música fácil, sin banderas, inclusiva, con la que todos se pueden identificar, cantar los estribillos y bailar.
Durante quince minutos se han vislumbrado los perfiles a contraluz en la mayoría de balcones, las danzas sinuosas, los aplausos y aclamaciones de agradecimiento a los trabajadores, las palmas rítmicas o sincopadas de cada tema, agradeciendo la elección musical, las luces, las linternas que siguiendo el ritmo, de esta manera cada día también se ha generado esa sinergia en este microcosmos en la oscuridad.
Hoy no era de noche, con el cambio de horario quienes nos veíamos hemos sonreído, saludado, puesto cara a muchos vecinos con los que hemos aplaudido, gritado, vitoreado, cantado y bailado durante 15 días. Precisamente hoy después de los efusivos, emocionantes, sentidos aplausos que ya nos congregaron por primera vez y que cada noche se han alargado, ha habido un relevo de artista que ha seguido la misma línea: hemos bailado y cantado rock, blues, rumba...y se ha finalizado con un tema de Serrat Cantares:
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
Cada noche por un momento, otra vez nos volvemos a sentir una tribu, que comparte ese instante que une su energía para hacer más soportable el resto del día, al acabar dar las buenas noches a "desconocidos" con alguna broma, con un esperanzador hasta mañana que dure lo que sea necesario y en que no falte nadie.
Toda esta energía positiva seguro que se acumula y nos hará a todos reflexionar sobre el modelo de sociedad que queremos donde podamos hacer con naturalidad muchas cosas que deseamos rectificar.