La cita era en un restaurante zaragozano. Bueno, más bien en la sala de fiestas habilitada para bodorrios. Ni si quiera se entraba por la puerta delantera. Si no por la calle adyacente. Al entrar, un joven vigilaba un mini puesto de propaganda e información. Al lado un pequeño grupo de mujeres alrededor de Marta Fernández, única mujer en el grupo de trabajo de Vox en Zaragoza. El resto: hombres. Muchos hombres. Jóvenes con acné y pinta de fachillas de los noventa –de los que cantaban el Imperio Contraataca brazo en alto en la zona pija–, señores bien, señores menos bien y algunos repeinados. La mitad con canas y lo otra mitad no. Una cordada bastante heterogénea en lo estético y en lo que se refiere a estrato social. Lo que realmente daba forma a la amalgama era la rojigualda. Pines, cintas, pulseras, relojes, cinturones. Debe existir toda una industria alrededor de la bandera de España.
Luego llegó un grupo de feministas que, ojipláticas, trataban de pasar desapercibidas. Por mucho zapato fino y camisa elegante que se pusieran nunca habrían acertado con la estética Vox, esa que disfrutó de los años buenos del franquismo. En conversaciones posteriores, nos aseguraron que aún reconociendo que no eran simpatizantes les aseguraron que “les iba a gustar”, y esto es algo que no se les puede criticar, fe en el proyecto tienen.
Entramos dentro y tomamos asiento. El sitio dejaba bastante que desear. Taburetes en lugar de sillas. Mal iluminado y con decoración ciertamente trasnochada. Imaginen: paredes negras con grafitis fosforitos de las que cuelgan rejas metálicas con agujeros para dejar los vasos de tubo en las paredes. Tal era el desacomodo que uno de los militantes a nuestro lado exclamó “somos un partido pobre”.
Pero vamos al turrón. Santiago Morón, Presidente de Vox en Zaragoza se encargó de hacer un repaso a sus actividades: que si plazas para el bus a la manifestación en Plaza Colón en Madrid, que si el cambio de sede a la calle Cádiz. Cosas internas. Y llegó el momento de presentar al plato fuerte de la jornada: José David Calvo. El que fuera organizador de Plataforma Ciudadana por la Igualdad Real y terriblemente represaliado por las infames denuncias falsas, venía a hablar de la ideología de género y del lobby. De hecho venía más fuerte, “a desmontarla”, afirmó.
Calvo comenzó cuestionándose qué era el propio género. Cuál era el significado de esa palabra, cuando “en español siempre había sido sexo”. Con esta reflexión semiótica comenzó la catarsis. Porque aquello más que una charla, un mitin o una conferencia, fue una catarsis. Un arrojar toda la mierda para afuera. Habían pasado menos de tres minutos cuando el grupo de feministas estalló, lo que, por esperable, no dejó de incomodar al ponente que las tachó de totalitaristas. “Vivimos en una España totalitarista”, dijo al volver la sala a una cierta normalidad. Cierta, porque era el momento en el que la policía nos identificaba, pues en la sala había corrido la voz de que éramos feministas y la amenaza velada de uno de los asistentes que nos preguntó si nos estaban esperando fuera. Somos feministas o lo intentamos, pero nos quedamos. A seguir tragando carros, carretas, carromatos, carricoches y alguna carretera.
El ponente paso a esgrimir estudios inexistentes, a los que en ningún momento se refirió con concreción, para llegar a asegurar “la violencia en pareja es bidireccional” y que incluso “la primera agresión parte de la mujer”. Para Vox acabar con la Ley contra la violencia de género es una prioridad, eso quedó claro. Siguiendo con las cifras que nadie sabe de dónde salen Calvo afirmó que el 70% de las denuncias por violencia machista son falsas y que las agresiones y asesinatos de hombres a manos de sus parejas se silencian. Y allí todo el mundo asentía y jaleaba sin atisbo de pensamiento crítico. Como si fuera la biblia. Aquello debió envalentonar al ponente, que tras pedir perdón por lanzar demasiados datos – ¡¿demasiados?!, no dio ni una sola cifra exacta, no nombró ni un solo estudio, ni un solo autor – o usar muchos tecnicismos, decidió desatar la locura. La Locura. Con mayúsculas.
A partir de aquí no sabíamos si estábamos en una reunión de Vox o un encuentro sobre el terraplanismo. La existencia de los hombres lagarto parecía más real que el machismo, allí al parecer, misóginos pocos porque “la mujer es una persona maravillosa”, aunque todavía no sabemos de cual de todas hablaban.
Calvo comenzó a hablar del supuesto drama del varón; del negocio que hacen las instituciones con la violencia de género, la llamada “industria del maltrato”; de la fatalidad de tener una infancia sin la figura paterna o de la dictadura de género. Según sus propias palabras “vivimos una guerra de sexos infernal”, en la que el objetivo es “meterse miles de millones de euros en el bolsillo” para desmontar un “supuesto patriarcado”. Se lo debe de estar quedando todo Amancio Ortega que entre tanta camiseta progre y trabajadora explotada se ha debido de colar en el lobby para llevarse lo que tanto nos ha costado ganar a las que dedicamos las 24 horas del día al oficio.
Todo aquello que decía se podía resumir en que al contrario de lo que se ha denunciado desde hace al menos, unos 200 años, “el hombre es discriminado desde el momento en el que nace”. Y tras coger velocidad, David Calvo, sacó un tocino de la chistera y decidió mezclarlos. Resumiendo: ¿Cómo va a haber patriarcado en una sociedad en la que hay más vagabundos varones, más hombres que mueren en el puesto de trabajo y mayor número de varones asesinados y encarcelados? Lo dicho el tocino y la velocidad caminando juntos de la mano.
En el turno de intervenciones del público se llegó al clímax. En un momento David Calvo llegó a asegurar que desde finales del siglo pasado hay un plan mundial para reducir la natalidad –a lo que desde el público se respondió: “pero solo entre los blancos” – en el que se incluía la ideología de género, se potenciaba la homosexualidad y se facilitaba el aborto. Así, tal cual. Y la gente asentía mientras la conspiranoia invadía el ambiente. En ese sentido se llegó a asegurar que hay varios gremios, entre los que se incluía a profesionales de la psicología y la abogacía, que tienen intereses económicos en esta ideología de género.
La sala ya estaba en trance, asintiendo y murmurando convencida de que aquella misoginia, en realidad, protegía a las mujeres. El ambiente estaba tan viciado que ni siquiera nosotras lo vimos llegar, aquella burbuja surrealista nos iba a explotar en la cara e iba a conseguir cerrar nuestros cuadernos y dar por concluida la tarde.
El hombre que estaba justo delante levantó la mano y se puso en pie, su petición: un Instituto del Hombre que ayudara a los varones, literalmente “antes o después de la paliza”. Nos costó encajar el golpe y la broma se acabó, los allí presentes asintieron preocupados porque no hay espacios para proteger a los maltratadores y asesinos.
No se reconocen ni como machistas, ni como homófobos, ni como xenófobos, ni siquiera, lo que considerábamos que llevaban por bandera, fachas desde la gomina hasta la suela de sus náuticos. Sin embargo, la primera pregunta del público, fue cuántos “extranjeros” eran asesinos, y lo último que escuchamos fue que había que ayudar a esas personas con “escaso control de los impulsos”. No hay suficiente ironía o sarcasmo para poder enfrentarse a la idea de que es posible que alguno de ellos fuera el amigo que no sabe controlarse, y esa solo fuera una reunión para compadecerse y justificar las palizas que le daba a su mujer.
La gente comenzaba a levantarse , la realidad llamaba a las puertas de José David Calvo, su lucha les representaba pero por muy dura que hubiera sido su experiencia, justo detrás de nosotras se escuchó: “¡Hala venga! Que va a empezar el fútbol”. Y nos fuimos.