Mercado Social: un espacio para el cambio

La actual crisis no hace más que confirmar que el modelo económico actual es incapaz de satisfacer las necesidades de las mayorías sociales. Para mantener sus tasas de ganancia y acumulación no duda en desmontar derechos sociales y laborales, ni en expropiar los recursos colectivos y destruir territorios y ecosistemas. Pero es importante señalar que esto ocurría también en los momentos de ciclo expansivo o crecimiento, sólo que la destrucción social quedaba oculta en la externalización de los impactos a otros países, y/o en el traslado, vía endeudamiento con créditos, a un futuro que ha llegado ya. Para salir de …

Stand de Coop57 y Fiare en la Feria del Mercado Social de Aragón. Foto: AraInfo
Stand de Coop57 y Fiare en la Feria del Mercado Social de Aragón. Foto: AraInfo
Stand de Coop57 y Fiare en la IV Feria del Mercado Social de Aragón. Foto: AraInfo

La actual crisis no hace más que confirmar que el modelo económico actual es incapaz de satisfacer las necesidades de las mayorías sociales. Para mantener sus tasas de ganancia y acumulación no duda en desmontar derechos sociales y laborales, ni en expropiar los recursos colectivos y destruir territorios y ecosistemas.

Pero es importante señalar que esto ocurría también en los momentos de ciclo expansivo o crecimiento, sólo que la destrucción social quedaba oculta en la externalización de los impactos a otros países, y/o en el traslado, vía endeudamiento con créditos, a un futuro que ha llegado ya.

Para salir de esta degradante situación es necesario otras reglas de juego económico, y unos actores, empresas y personas, que apuesten de manera decidida por unas prácticas económicas y laborales que pongan en el centro a las personas y por extensión el conjunto de la vida.

Con esta idea, desde hace más de un año hemos puesto en marcha el Mercado Social, una red de intercambios económicos en la que sus participantes -empresas, personas y organizaciones-, no buscamos una simple relación comercial, sino reconocernos como miembros de una comunidad con un interés colectivo de cambio social.

Ha sido un año de aprendizaje y prueba, de testar y repensar herramientas como la auditoría participativa, el “escaparate” on-line o la moneda social; de analizar las formas de funcionamiento de las comisiones y el nivel de interés en la propuesta. Todo ello para terminar dando un salto mayor en visibilidad y reconocimiento con la I Feria del Mercado Social que celebramos en junio en Madrid, por la que pasaron más de 10.000 personas y circularon 40.000 Boniatos, nuestra moneda social.

Experiencias similares están teniendo lugar en otros lugares del estado, como Aragón, Navarra, Catalunya o Euskadi, y aunque con particularidades en cada territorio, el objetivo es conformar un Mercado Social estatal regido por principios y herramientas similares.

Seguramente, el mayor éxito de este periodo haya sido un aumento de ese reconocimiento mutuo que está derivando en cambio de proveedores hacia entidades del mercado social, especialmente relevante en el ámbito de las finanzas y la energía. Como cada vez pensamos más en nuestros afines para satisfacer nuestras necesidades, se van consolidando lentamente redes comerciales más autónomas que buscan cambiar las reglas del juego económico, incentivando el apoyo mutuo en lugar de la competencia, y con el objetivo de ir construyendo “hegemonía” social según se asientan los nuevos hábitos de consumo.

Sin embargo, pienso que no deberíamos caer en un exceso de “ilusión autogestionaria” en el marco político actual. El ejemplo de la última reforma eléctrica del PP, muestra claramente como desde el poder pueden redefinir las reglas del juego para dificultar, cuando no truncar, el desarrollo de iniciativas económicas basadas en la cooperación y la justicia.

Necesariamente vamos a tener que reformularnos continuamente, encontrar nuevas formas de apoyo mutuo o de desobediencia económica, y desde luego no sustraernos del debate político sobre el papel de las instituciones a la hora de facilitar o impedir el desarrollo de alternativas. Y en ese sentido un debate permanente sobre alianzas, acuerdos, tácticas y proyectos concretos generará tensiones que debemos ser capaces de abordar y resolver.

Uno de los debates importantes al calor de los recortes sociales y económicos tiene que ver con como recuperar el control de la economía. A la vez que luchamos firmemente contra los recortes de los servicios públicos no podemos dejar de plantearnos qué capacidad de control real teníamos en el marco del llamado “estado de bienestar”. La facilidad con que todo está siendo desmantelado cuestiona esa visión de lo público como cesión total al aparato del estado de la gestión y el control económico a cambio de unas migajas de “bienestar”. Como evidentemente la empresa privada capitalista sólo atiende sus intereses monetarios, creemos que la economía social y solidaria puede jugar un papel relevante para garantizar el control social de los bienes y servicios comunes.

Todo esto se hace sentir muy fuertemente con la actual situación de precariedad, miseria y desamparo que sufren muchas personas. Vamos a tener que tejer muchas más redes de solidaridad que den respuesta no simplemente “caritativa” a las necesidades perentorias de esas personas. Si no  lo hacemos desde el ámbito de la solidaridad y la participación, lo harán otros grupos desde el ámbito de la “lucha por la supervivencia” como están haciendo algunos grupos fascistas en Grecia y también en el Estado español. Podemos tener la actitud pasiva de “eso es tarea del estado”, o justamente cuestionar el papel que está teniendo el estado para reivindicar y relanzar mecanismos de autogestión y control económico que haga a las personas dueñas de su destino.

Una de las mayores dificultades para avanzar en la construcción del mercado social está en el ámbito de la conciencia individual y colectiva: nos cuesta vernos como alternativa e incluso cuando nos creemos el proyecto vamos demasiado lentos o somos perezosos para cambiar nuestros hábitos cotidianos de consumo y trabajo. Ningún cambio, ninguna propuesta se puede hacer sin esfuerzo. Y si no nos inculcamos la necesidad de realizar esos esfuerzos personales iniciales que suponen operar con otras herramientas, cambiar de proveedores habituales, ir un poco más lejos a comprar a una tienda de la economía social y solidaria, etc, difícilmente avanzaremos con la rapidez que requiere el momento.

En el ámbito colectivo, de la red como mercado social no capitalista, aún tenemos mucho que avanzar para definir un modo de “estar” en la economía que encaje con las necesidades de la crisis ecológica y social. Asentar modelos de austeridad y autocontención tanto de las empresas como de las personas, en la producción y en el consumo, a la vez que mantenemos empleos en condiciones dignas, no resulta una tarea sencilla en un terreno en el que no es posible deslindarse totalmente del mercado basado en la competitividad feroz y la precariedad.

Pero el “estado del bienestar” que hemos tenido, basado en el consumismo, tampoco es una opción viable ni físicamente por el agotamiento de los recursos, ni éticamente porque se ha basado en el expolio de muchos territorios. Queramos o no, vamos a tener que reinventar las relaciones sociales y económicas en los próximos decenios.

Para construir herramientas para la liberación tenemos que descartar la cesión del poder de decisión y control en personas o instituciones que puedan derivar en cierta burocratización. No obstante, la complejidad creciente requiere ir profesionalizando ciertas tareas para ser capaces de llegar a cada vez más personas y colectivos, y funcionar de manera eficiente. Las experiencias cooperativas como Coop57 o Fiare están demostrando que es posible conjugar esos aspectos, aunque ello exige la participación activa de los y las socias no profesionalizadas en las distintas comisiones donde se toman las decisiones. Esto será un elemento fundamental y determinante para evitar una deriva no deseada del Mercado Social.

Otro de los retos que tenemos como Mercado Social es la ampliación en dos direcciones: la primera tiene que ver con ser capaces de incorporar nuevos sectores económicos de primera necesidad al ámbito de la economía solidaria; tenemos muchos “puntos ciegos”, pero también existe cierta capacidad financiera para apoyar proyectos solventes.

La segunda línea tiene que ver con ampliar alianzas con otro montón de iniciativas en el ámbito económico no convencional y que tienen que ver con la satisfacción de las necesidades mediante redes de solidaridad, grupos de consumo...,  o con la puesta en valor de las capacidades personales en bancos de tiempo, redes de trueque o intercambio, etc.

Actualmente, hay cuando menos centenares de miles de personas en el estado participando en iniciativas de este tipo. Es una fuerza humana considerable para generar cambios. Nos queda ser conscientes de ello, ser capaces de reconocernos como actores del cambio y conseguir coordinarnos o colaborar para ser decisivos en el cambio político y social, todo ello sin menoscabo de respetar las diferentes maneras de hacer y organizarse.

Toño Hernández* en la Revista Galde uda/2013

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*Toño Hernández. Miembro de la Comisión Gestora del Mercado Social de Madrid y activista de Ecologistas en Acción. Ingeniero técnico industrial de formación, aunque trabaja en la cooperativa Garúa, dedicada a temas de formación en el ámbito de la ecología social y energías renovables entre otros. Amplia participación en las redes de grupos de consumo agroecológico. Ha participado en los libros: “Cambiar las gafas para mirar el mundo” (2011), “La crisis social en clave educativa” (2009), y “Educación y ecología: El curriculum oculto anti-ecológico de los libros de texto” (2007).

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