Los pobres nos estropean la realidad

Con lo bien que está comerse un melocotón sin tener conciencia de quien lo ha recogido. Ahora van y se enferman porque viven 20, apretujados en una infravivienda, en uno de esos lugares donde no van los millones de turistas que volverán a venir si la pandemia les deja. El mundo audiovisual que nos ha tocado vivir funciona a base de flashes, de pedacitos de realidad y de toneladas de información fragmentada y a menudo falsa mediante la cual cada quien construye su visión del mismo. Así pues solemos recibir grandes titulares de macroeconomía, estadísticas más o menos interesadas y …

Foto: Abbas Vanaee en Unsplash

Con lo bien que está comerse un melocotón sin tener conciencia de quien lo ha recogido. Ahora van y se enferman porque viven 20, apretujados en una infravivienda, en uno de esos lugares donde no van los millones de turistas que volverán a venir si la pandemia les deja.

El mundo audiovisual que nos ha tocado vivir funciona a base de flashes, de pedacitos de realidad y de toneladas de información fragmentada y a menudo falsa mediante la cual cada quien construye su visión del mismo. Así pues solemos recibir grandes titulares de macroeconomía, estadísticas más o menos interesadas y sabemos algo de un puñado de biografías.

Pero en los márgenes del relato se nos siguen quedando los y las pobres ¡Y no paran de fastidiarlo!

Con lo bien que está comerse un melocotón sin tener conciencia de quien lo ha recogido. Ahora van y se enferman porque viven 20, apretujados en una infravivienda, en uno de esos lugares donde no van los millones de turistas que volverán a venir si la pandemia les deja.

Es noticia porque está dentro de la realidad sanitaria que estamos pasando. Normalmente la figura del temporero sale en los medios para mal, asociada a hechos delictivos pero rara vez a las condiciones de precariedad extrema en las que viven. Si se trata de sin papeles parece que algunos se les antojan no-personas al carecer de los mismos derechos de ciudadanía de quien tiene DNI.

La pobreza como noticia siempre aparece asociada a sus consecuencias, pero es raro enfrentarla como un todo, un problema que, con diferente intensidad, afecta a un 21,5% de la sociedad española, con datos que hablan de al menos una de cada cuatro personas dentro de la exclusión social. Otros datos son aún peores, como el de pobreza infantil que nos sitúa a la cabeza de la UE solo superados por Rumanía. Todo esto con un crecimiento económico de un 17% en cuatro años. La odiosa comparación entre la macroeconomía y el vulgo.

¡Que hay quien ocupa pisos porque no tiene techo! Vaya, parece que la permanente burbuja inmobiliaria es un mal que nos afecta en mayor o menor medida a todo el mundo, pero hay a quien sus ingresos, si los tiene, no le dan ni para el más mísero de los alquileres. O que tiene que elegir entre tener techo o comida. ¡Leyes anti ocupación por la vía rápida! El problema social lo dejamos para otro día no vaya a ser que los bancos o los grandes propietarios se enfaden.

Hay miles de pisos ocupados en España, dicen. Y, pese a lo que digan los medios de derechas, no estamos hablando de delincuencia sino de grandes bolsas de pobreza urbana enquistada desde hace años que convive con cientos de miles de viviendas vacías.

En la población en paro directamente la pobreza alcanza a más de la mitad siendo pobreza severa la de una de cada diez paradas. Pero es que entre la población ocupada se estima que hay al menos un millón de trabajadores pobres. De personas que, teniendo trabajo, no cubren sus necesidades básicas.

Una población asalariada que lleva desde la crisis de 2008 en una cuesta abajo permanente que confirma datos tan preocupantes como que la indemnización por despido haya bajado un 42% en estos años.

Las filas de personas en busca de comida de los últimos meses también nos da otra pista. Con unos salarios estancados desde hace más de una década la capacidad de ahorro cada vez es más baja. En apenas tres meses de ERTE o de pérdida de ingresos miles de personas están en la cuerda floja de la necesidad más básica: alimentación.

Las redes vecinales son fieles testigos de ello. Y estoy hablando de personas incluso empleadas o con pequeños negocios como la venta ambulante. Porque si nos adentramos ya en la realidad del trabajo negro o de los sin papeles nos metemos en la cara más oscura de toda Europa. No estamos hablando de un fenómeno exclusivo del Estado sino de todo un submundo que sostiene parte de la economía europea y que se ocupa en sectores que van desde trabajo agrícola o doméstico a mundos mucho más sórdidos como la prostitución o el menudeo de drogas.

A la pobreza que ya padecemos (en primera persona, es absurdo pensar que no te incumbe) se va a sumar la de la acuciante crisis que se avecina. Pero entre lo más preocupante de esta situación se encuentra que el salario mínimo vital y otras ayudas económicas autonómicas o locales siguen quedándose muy cortas como advierte la propia UE. La misma Unión Europea que acaba de aprobar una cantidad de dinero que parece fabulosa pero que no deja de ser un parche al grave problema de la precariedad.

No menos preocupante es comprobar que las instituciones y buena parte de la ciudadanía tienen clara la dimensión del problema. Pero no está mal añadir un poco de realidad al relato edulcorado de las redes sociales.

A lo mejor es bueno amargarse el café de vez en cuando. Recordar que la pobreza es más que una nota al margen, que es parte del relato en un papel al que nadie aspira pero que cualquiera podemos vernos obligados a interpretar.

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