Desde el inicio escuchamos palabras, palabras, palabras. Nos enseñan el mundo antes de ver bien. Términos cargados de emociones, cargadas de sentido solo en interactuación con otra persona.
Regiro la sopa para que se enfríe, espolso la ropa cuando le cae polvo y junto la puerta si la quiero dejar pegada al marco pero no cerrada del todo. Se me sienta el sol en la cara después de estar mucho tiempo en el monte o me da mucha pena en las tórridas tardes de verano y en las mañanas despejadas del invierno porque debo tener los ojos muy sensibles. El sufijo -ico/-ica, aunque lo uso, se me hace raro porque me es más familiar -é/-eta.
Cada vez que las pronuncio cuento algo de mí mismo y del entorno donde me crie. No las escribo en cursiva porque forman parte de mi, de nuestro castellano, diferente porque las lenguas son plurales.
Cómo no voy a entender a quien defiende a capa y espada su habla propia. Cómo no compartir aquello que nos identifica desde nuestras entrañas. Queremos que se preserve porque nos ubica en el mundo y nos hace comunidad. Queremos poder utilizarlo sin que se nos trate de incultos, mal hablados o cosas peores (a veces te quieren corregir, válgame).
A cuenta de esta sensible identidad sufrimos periódicamente la afirmación partidista desde presupuestos acientíficos. Comprendo perfectamente a aquellas comunidades que tienen una denominación propia y orgullosamente asumida de su lenguaje. Ahora bien, no podemos caer en la trampa de utilizar dicho nombre solo para defendernos de alguien al que consideramos una amenaza.
En Aragón parece existir consenso científico en la presencia de tres idiomas en nuestro territorio: aragonés, castellano y catalán. Muestra de las investigaciones es una reciente publicación que quiere añadir el ribagorzano como el cuarto. Veremos si se consolida o no esta propuesta. Cualquier afirmación fuera de este marco, a no ser que se aporten pruebas lingüísticas fundamentadas, solo revela turbios intereses a costa de engañar a la gente.
Como en el caso de la vigente constitución, han pasado ya unos añicos, concretamente cuarenta y uno, desde la aprobación de nuestro estatuto de autonomía, en el que figura solo una referencia a “las lenguas propias de Aragón” sin mencionar cuáles. Tal vez sería el momento de reconocer la realidad...
No se me entienda mal. En cada lugar tenemos términos y giros particulares que es preciso preservar. No piensen ansotanos, foncenses, fragatinas, maellanos o valderrobrenses que se les quiere imponer la versión “canónica” de su lengua. Sus variedades locales deben ser conservadas y fomentadas.
No obstante, de la misma forma que el castellano cuenta con unos manuales y unas enseñanzas regladas en las que se basa su enseñanza, ha sido necesario establecer idénticos mecanismos para todas ellas. Así, cualquiera que se acerque podrá, al mismo tiempo, aprender la ortografía, giros, vocabulario… básicos, y las variantes territoriales cuando profundice en su estudio.
Toda pretensión de cualquier gobierno de dinamitar esta estructura fundamental, y de la "regulación" en forma de Academia siguiendo la larga tradición de la lengua española, supone un retroceso científico y un ataque a la cultura de este Aragón, no del ficticio imaginado en laboratorios de pensamiento posmoderno. Por favor, no repitamos aquel ridículo de la LAPAO y de la LAPAPYPP del gobierno de coalición de Luisa Fernanda Rudi. No piensen que es a causa de Vox, En aquel momento Partido Popular y Partido Aragonés se bastaron y se sobraron para dar una patada a la ciencia a base de BOA. El papel lo aguanta todo, hasta la manipulación vergonzante. Vale.