El compañero y amigo Daniel Lerín ha escrito ciertos comentarios en su artículo Lo siento, pero no es así… sobre los documentos publicados de la VIII Asamblea Nacional de Purna. En estos documentos Purna traza su posición sobre la cuestión nacional en Aragón y su interrelación con la estrategia revolucionaria. Lerín, por su parte, viene a argumentar en su crítica sobre la base de algunos de los puntos clave que han definido al soberanismo aragonés las últimas décadas.
Más allá de los desacuerdos que quedan expresados (y de los que poco se había hablado públicamente desde que los documentos de VIII asamblea se hicieran públicos), se ha de poner en valor el tono y la buena disposición en la formulación del debate. Algo raro en estos días y que desde luego habla bien de este espacio político, especialmente a la luz de las agrias controversias que se dan en otras latitudes. Por el cariño y respeto que le tengo a Lerín y al resto de militantes del soberanismo aragonés, con los que he compartido años de formación y lucha, pretendo responder con la misma disposición al entendimiento y la crítica constructiva.
Huelga decir, como último comentario previo, que creo que la militancia de Purna no tiene ningún interés en desarrollar y mantener una crítica al aragonesismo o al soberanismo aragonés. Hemos desarrollado nuestras posiciones políticas, como señala Lerín en sus conclusiones, fruto de una coyuntura histórica concreta; y en estas configuramos nuestras aspiraciones organizativas y nuestras apuestas estratégicas. Viendo en el aragonesismo soberanista un aliado de la causa revolucionaria y no un enemigo a abatir. No necesitamos “matar al padre” ni definirnos en un conflicto con líneas diferentes a las nuestras. No obstante este artículo del compañero Lerín puede proporcionarnos la oportunidad de expresar y desarrollar ciertos elementos que han quedado oscurecidos o no suficientemente claros a la luz de los documentos de la VIII asamblea. Y a mí, en lo personal, me permite dejar claros algunos posicionamiento que no he tenido opción de expresar. Para mí, se me permitirá decir, toda crítica que le haga al soberanismo existente hasta ahora es en cierto modo y si no por completo una autocrítica que he de hacerme.
Por último, para expresar mis ideas lo más convenientemente posible dedicaré a este asunto dos artículos. Este, inicial, centrado en la cuestión desde el punto de vista aragonés y un segundo más general problematizando sobre la cuestión de la soberanía y su relación con la praxis revolucionaria. No obstante no podré desarrollar con profundidad suficiente todo lo que me gustaría transmitir acerca de ambos temas pues carezco de tiempo y espacio para hacerlo.
Las condiciones objetivas
Una de las tesis principales de Lerín es que la “frustración” o “imposibilidad” por “incapacidad” motivan en buena parte el cambio en el análisis político de Purna. Una frustración derivada de la preeminencia del nacionalismo español en Aragón (y, presumo, la fragilidad del nacionalismo aragonés), que haría que optemos por una salida más sencilla y cómoda. Sin embargo no se puede estar más equivocado en la lectura de nuestros planteamientos. No es derrotismo plantear una realidad testaruda como la aragonesa en la que, fuera de la imaginería nacionalista, el nacionalismo español ha construido su baluarte. Ante una realidad testaruda el marxismo ha de aspirar a encontrar explicaciones certeras de esta. Se trata de buscar las causas y los procesos históricos que determinan la realidad que vivimos. Aquellas cuestiones estructurales que hacen las cosas ser como son y no de otra manera. Esto es lo que diferencia el socialismo científico (construido partiendo de lo realmente existente) del utópico (sobre aquello que desearíamos que fuera).
No se trata aquí de tomarse como una afrenta que se nos acuse veladamente de derrotismo. Se trata más bien de ver dónde nos lleva este razonamiento, que no respeta la premisa más básica del análisis que defendemos. En concreto, que nuestra tesis sobre la correlación de fuerzas y el estado del conflicto nacional en Aragón forma parte de las condiciones objetivas con las que una práctica política debe contar para llegar a buen puerto. Nuestra premisa es que estas condiciones objetivas son una realidad fruto de un proceso histórico y de una correlación de fuerzas que ha constituido al pueblo aragonés tal y como lo conocemos. Esto es lo que se describe en el documento sobre la cuestión nacional y todavía no ha habido nadie, y tampoco Lerín que es una persona muy versada en este asunto, que lo haya podido cuestionar.
Nuestro análisis (pretendidamente encuadrado dentro del socialismo científico) es que el nulo desarrollo de la burguesía nacional aragonesa frustró el proceso histórico de constitución nacional de nuestro pueblo. Esto se produce precisamente por las propias dinámicas del capital que en su tendencia a la acumulación fue capaz de asimilar, tal y como se señala, la incipiente burguesía aragonesa hasta el punto de resultar indistinguible de la central española. Eso no significa que no haya burguesía aragonesa sino que está subsumida y mezclada no solo ideológicamente (lo que el nacionalismo consideraría alienación) sino en todos los ámbitos productivos, financieros y mercantiles dentro de la oligarquía central. Procesos diferentes se dieron en Euskal Herria y en Catalunya donde, sin embargo, tampoco están exentos de esta misma dinámica.
Este hecho, que es para nosotros un elemento objetivo definitorio de la realidad nacional aragonesa, solo puede ser ignorado saltándose el marco de análisis materialista. Probablemente convendremos con el soberanismo de izquierdas en el diagnóstico del origen de esta realidad (“alienación o falta de conciencia nacional”), pero diverjamos a partir de aquí. Lerín señala que “no todo es fijarse en la burguesía” lo cual muestra que mantiene una visión distinta sobre los fundamentos materiales de la ideología. No puedo pronunciarme en lo relativo a Althusser pero me parece bastante claro que en sus palabras citadas no contradice nuestra tesis. Como bien apunta el compañero Lerín, “lo imaginario es consecuencia de la realidad”, pero no de la que él expone (Aragón como “periferia”) sino de la dominación de clase por parte de la burguesía aragoneso-española.
En otras palabras, según la tesis materialista la burguesía ejerce su dominación ideológica en todos los niveles sociales porque precisamente es su posición estructural (propiedad de los medios de producción) la que le permite reproducir su ideología al conjunto del cuerpo social. Esta ideología, por supuesto, incluye la identidad nacional como pieza clave de la dominación de clase. Por un lado Lerín parece asumir esto cuando acepta que el análisis de Purna sobre el dominio ideológico del nacionalismo español (herramienta de dominación de la burguesía) en Aragón es correcto. Pero por otro lado parece pasarlo por alto cuando asume que simplemente por propia voluntad el “pueblo” puede definir su identidad nacional.
Uno puede tratar justificadamente de hablar de colonialismo interior cuando se refiere a conflictos concretos como los que acechan el rural aragonés. Pero la codificación nacional de estos es más que discutible: primero porque no afectan específicamente al territorio aragonés sino al conjunto del territorio rural del estado; y segundo porque la dinámica “colonial” también se da internamente en Aragón en la relación entre Zaragoza y el resto del territorio. Más aún, este tipo de conflictos no son estrictamente conflictos de clase sino transversales. Incluso si tomáramos por cierta la tesis del colonialismo interior no quedaría solventada la cuestión de la dominación ideológica de clase y por mucho que hubiera conflictos territoriales poco o nada podría escalar esto en el desarrollo de la identidad nacional aragonesa. La gran y mediana burguesía aragonesa seguirá dentro y reproduciendo el nacionalismo español ejerciendo, a su vez, su dominación ideológica sobre una clase trabajadora y una pequeña burguesía que viven ajenos a tales conflictos.
Estrategia socialdemócrata
¿De qué modo podría el conflicto territorial escalar en un “potencial revolucionario” soberanista? En la respuesta a esta pregunta obtenemos muchas más respuestas de lo que podría parecer a priori. El único modo a través del cual los conflictos territoriales o, incluso, los conflictos de clase puede escalar en ese “potencial revolucionario” soberanista es por la mediación de un movimiento-partido que lidere las luchas y que los represente unificándolo mediante su codificación nacional. Esto es lo que se considera el proyecto de “construcción nacional”. De esta quimera es de la que vive el soberanismo de izquierda pero no es, sin embargo, un elemento que le sea genuino.
Este es el modo de proceder común de la socialdemocracia, con la asunción idealista de que la identidad nacional se configura en el propio conflicto y esta es capaz de ser producida en la lucha. O bien esta idea presupone otra anterior y es que existe una “esencia” o una identidad primordial que en la lucha aflora; o bien se asume ingenuamente que un partido o movimiento tiene la capacidad de producir la identidad nacional liderando esas luchas y que, por tanto, es capaz de superar la dominación ideológica que la burguesía ejerce en clave nacional.
Si existiera tal partido-movimiento, integrado por los mejores y más capacitados cuadros, presentes en cada lucha del país, las de clase y las interclasistas… Entonces doy por seguro que el movimiento de liberación nacional aragonés pegaría un salto cualitativo y cuantitativo importante, pudiendo incluso liderar imponentes frentes de masas unificando las diferentes luchas. Pero hay una razón por la que esto no existe (y, por cierto, no existe en ningún sitio). La razón de que no exista es precisamente que no puede existir. Los cosas son tal y como son debido a unas condiciones objetivas que lo posibilitan y los marcos de transformación de la realidad social vienen determinados por restringidas leyes dialécticas.
Los pueblos que avanzan en su identidad nacional lo hacen porque tienen una burguesía que procura instituciones de dirección ideológica que así lo aseguran. Un pueblo cuya burguesía tiene una dirección ideológica contraria a su propio desarrollo nacional no podrá nunca generar estas instituciones. El proletariado puede emanciparse ideológicamente de la burguesía eventualmente y solo en unas condiciones específicas de la lucha de clases (condiciones revolucionarias). Pero lo hace en términos revolucionarios de clase y no como proceso de “construcción nacional”. Los pueblos cuyo proceso revolucionario es un proceso de liberación nacional tienen ya unas condiciones y una identidad nacional previamente configurada. Unas condiciones revolucionarias en un pueblo (como el aragonés) que no ha culminado su desarrollo nacional no adquirirán las características de una liberación nacional. El proletariado no tiene los recursos ni las herramientas (propiedad y capital) para generar instituciones que culminen el proceso de construcción nacional. Sin burguesía nacional, pues, no hay “nación subjetiva”.
La idea de que es la “voluntad” la que produce las naciones es una bonita idea ilustrada pero un criterio idealista al fin y al cabo. No entraré en la crítica manida al pensamiento postmoderno pero es un mal muy extendido por este la tendencia a pensar que lo lingüístico y lo simbólico define la realidad. Esto no es así y menos aún en el caso de la identidad y la comunidad nacional, por muy emocional y simbólico que sea su contenido. La nación es una forma concreta de configuración social que ha sido producida por la burguesía y el capitalismo para su propio ordenamiento político. Por tanto es un estadio histórico en el que el capital ha configurado su poder y solo en ese sentido puede ser catalogada de “marco opresivo”.
Es por esto que la aspiración revolucionaria es la destrucción de todas las naciones y que la ideología de la clase obrera es la internacionalista. De igual modo que en la consecución del comunismo se entiende que habrá de haber un estado previo socialista; se entiende también que las naciones, como estadio histórico, no desaparecen sino progresivamente y el reconocimiento de la opresión nacional y la autodeterminación es la manera en la que el socialismo soluciona la cuestión nacional. El socialismo no niega las naciones, se asienta en ellas para construir el internacionalismo, de la misma manera en que el socialismo solo puede llegar al comunismo si se edifica partiendo de lo realmente existente que es el modo de producción capitalista.
No es que el independentismo haya sido entendido en Aragón en abstracto sino que sus presuposiciones teóricas eran erróneas. Nosotros mismos escribimos las Consideraciones Estratégicas en febrero de 2012 con el mismo ímpetu revolucionario que hoy pero bajo presupuestos teóricos incorrectos. No importa que el independentismo se reivindique republicano, socialista y popular precisamente porque no es relevante aquello que tú te consideres o proclames sino el cómo se interrelaciona una correcta práctica revolucionaria con unas condiciones objetivas concretas. Y esta práctica correcta solo puede darse si acertamos en el conocimiento exacto y certero de la realidad en la que actuamos.
Para nosotros lo importante no es, como nos acusa Lerín, que “todo se recude al final (para nosotros) a que el sentir mayoritario de la población aragonesa es dual”. Para nosotros lo importante es por qué se produce esa identidad dual y por qué la dirección ideológica de la burguesía españolista (y regionalista) parece tan férrea. No ahondaremos más aquí pero no creemos en que la apelación a las emociones como motor de las construcción política tengan nada que aportar. El marxismo ofrece una tesis clara del papel que cumple el elemento subjetivo dentro de la configuración de la clase para sí sin la cual no es posible ningún proceso revolucionario. Pero tras la apelación abstracta a las emociones solo se puede caer, de nuevo, en el voluntarismo, el idealismo y el subjetivismo de creer en que solo con querer (influir en esas emociones) ya se pueden modificar las condiciones objetivas que nos determinan.
La unidad estratégica estatal
Acerca de la cuestión de la organización revolucionaria en el marco estatal prefiero pronunciarme más abundantemente cuando hable de los límites del soberanismo como proyecto revolucionario. No obstante me gustaría incluir algunos de los elementos acertados que el camarada Picaraza ha trasladado en respuesta al artículo de Lerín. La unidad estratégica y organizativa a nivel estatal no “refuerza las estructuras estato-nacionales ya creadas”. Las contradicciones que señala nuestro camarada sobre estas afirmaciones son del todo correctas. En primer lugar no se puede extraer de los documentos de Purna la “compra del marco nacional español” y, de hecho, mantenemos nuestro compromiso en la organización territorial aragonesa. Por otro lado es una contradicción creer que una organización revolucionaria contra el estado pueda reforzar el propio estado, a no ser que lo que se odie no es el estado capitalista de la burguesía central española sino su constructo étnico-nacional. Para Purna no puede haber socialismo sin la destrucción del Estado español y organizarse a escala estatal no hace sino mejorar operativamente las posibilidades que el proletariado logre esta meta.
Acierta Picaraza al señalar que se puede asumir una cierta idea de radicalidad antiespañola y, al mismo tiempo, fruto de la mistificación nacionalista, justificar la integración dentro de todas las dinámicas políticas del estado (como ha hecho EH Bildu, señala Picaraza, y como hacen hoy todos los soberanismos, añado yo). En última instancia el análisis de Purna es que el proletariado no define el marco de lucha de clases sino que este le viene impuesto por la forma de organización que el capital ha adquirido en esta fase histórica en esta geografía concreta. Esa es la premisa básica a partir de la cual justificamos que para destruir el Estado español hace falta una unidad estratégica y organizativa eficiente sin la cual ese necesario objetivo es una quimera irracional.
A los militantes de Purna no se nos puede acusar de abandonar la causa nacional aragonesa. Tenemos claro cuál es nuestro país y cuál es el pueblo que nos vio nacer. Nadie nos puede quitar eso. Aunque no es el caso del compañero Lerín, no es raro que muchos puedan verse tentados de acusarnos de “traidores” asumiendo que su nacionalismo es la medida de la defensa y pertenencia al pueblo aragonés; como si por defender nuestro análisis de la realidad que vivimos nos conviertiésemos en unos paladines del nacionalismo español.
Muy al contrario estamos satisfechos con nuestra identidad y compromiso con el pueblo aragonés, sin ningún complejo. No somos ni seremos menos aragoneses por defender que la destrucción de las naciones es, efectivamente, un horizonte revolucionario; igual que no somos menos aragoneses por reconocer que Aragón no culminó el proceso histórico de construcción nacional. Problematizar esto es, efectivamente, un fetichismo nacionalista de quien necesita apodar su identidad con un determinado estatus. Igual que lo es la idea de que toda organización política que supere el marco aragonés invalida, precisamente, “lo aragonés” de la organización. Aragón es mucho más que su aragonesismo (algo que siempre ha tenido dificultad para comprender el nacionalismo) y si se mira más allá se verá que abundan los aragoneses que sin ser nacionalistas están comprometidos con la causa de nuestro pueblo.
Más aún deberían preguntarse si no es más antiaragonés un nacionalismo ciego que obvia la realidad objetiva del país, trata de construir castillos en el aire y no ve que la única posibilidad de culminar el desarrollo nacional aragonés pasa por la desaparición de la dominación burguesa. El socialismo real ha sido la única experiencia histórica que además de proporcionar un gobierno obrero ha sido capaz de desarrollar naciones sin el proceso histórico de dirección burguesa. No hay razón para que Aragón no lo haga en el futuro, pero eso no significa que el mero nacionalismo o su expresión soberanista vaya a conseguirlo si no es una herramienta política adecuada para el país.
Sobre la potencialidad del aragonesismo y su matriz reaccionaria
Es respetable pensar que una correcta intervención política puede modificar estas condiciones objetivas que posibilitan el actual desarrollo de la conciencia nacional en Aragón. Como bien señala Lerín, la realidad es dialéctica y tanto los conflictos existentes como la degradación en ciernes de la capacidad del estado para ejercer su dominación también en el plano territorial pueden dar ciertas oportunidades a un movimiento aragonesista. Esto forma parte también de las condiciones objetivas con las que tenemos que contar y es un hecho que forman parte de estas condiciones la existencia de un cierto poso de conciencia nacional así como un aragonesismo social bastante extendido.
Es por ello que efectivamente el aragonesismo está llamado a cumplir un papel en el porvenir político de Aragón. Y es por ello que desde posiciones revolucionarias no podemos despreciarlo sino ponerlo en valor, tender puentes y alianzas y tratar de que contribuya a la causa proletaria. Un soberanismo consecuente comparte un objetivo sustancioso con un proceso revolucionario que no es otro que la destrucción del estado y es ahí donde debemos encontrarnos. No habrá proceso revolucionario en el Estado español que no cuente, atienda o integre de una manera o de otra las condiciones de la cuestión nacional. Puede que ahí el papel del aragonesismo soberanista sea modesto pero no por ello menos importante. Para nosotros no hay contradicción en reconocer esto porque no hemos negado nunca que el aragonesismo tenga ningún potencial político sino que este no es revolucionario y, de hecho, en Aragón soberanismo y aragonesismo no son la misma cosa.
Se ha de advertir someramente sobre algunos de los elementos problemáticos que configuran el aragonesismo político. Forma parte también de las condiciones objetivas con las que tenemos que contar el hecho de que el aragonesismo transite constantemente entre un regionalismo españolizante anticatalán y un nacionalismo más “avanzado” en lo ideológico. Existe una dialéctica entre un soberanismo que restringe su potencial de masas y un “populismo” aragonesista que amplia profundamente su potencial social. Nuestro contexto histórico nos ha hecho nacer en ese “soberanismo de vanguardia” donde el retroceso popular del aragonesismo ha aislado la capacidad de influencia política del nacionalismo.
Sin embargo, esto no será siempre así. Precisamente como reacción a la ola reaccionaria del españolismo, el fracaso de la socialdemocracia española y el desgaste de las instituciones de poder del régimen centralista, existen condiciones para un “resurgir” potencial del aragonesismo más popular. Si juegan bien sus cartas no me cabe duda de que los soberanistas y los izquierdistas nacionalistas podrán posicionarse hábilmente en este resurgir. Y es precisamente aquí donde se juega la importancia de errar o no errar en el análisis de la realidad objetiva y de traer las enseñanzas que esta realidad nos ha ofrecido.
Podrán tener tentación de olvidar que buena parte del aragonesismo tiene una matriz regionalista afín a los intereses del Estado y dominado por la dirección ideológica de su burguesía. No se puede olvidar que en los momentos límites donde se muestran las peores verdades el aragonesismo ya mostró su faceta reaccionaria. Cuando el soberanismo catalán planteó un desafío inusitado al régimen español la mayor parte del aragonesismo quedo mudo ante la ola de odio nacionalista anticatalán. No pocos “aragonesistas” apoyaron explícitamente entonces al “constitucionalismo” en contra del catalanismo y solo fue la izquierda “españolista” la que estuvo al lado del soberanismo aragonés a favor de la autodeterminación del pueblo catalán y contra la barbarie del nacionalismo español. En momentos de conflicto profundo y sustancial históricamente el aragonesismo (o una parte mayoritaria de este) se ha alineado con la dirección oligárquica del estado.
Esto es algo que el soberanismo tiene tendencia a olvidar. Todo movimiento nacionalista se configura por la burguesía (en diferentes estratos) en los núcleos urbanos y como una referencia simbólica de “esencialidad” a las cualidades rurales perdidas. Por eso el nacionalismo tuvo un periodo histórico concreto que es el de la industrialización y es raro que a posteriori –con un proceso avanzado de acumulación capitalista- se dé un desarrollo profundo de la conciencia nacional. En Aragón este proceso, como hemos dicho, no se culminó y en las últimas décadas ha quedado en manos de pequeña burguesía y profesiones liberales con pocos medios y, casi siempre, poca talla intelectual. Un nacionalismo a medio hacer que no ha podido ejercer la dirección ideológica sobre el regionalismo españolista que impregna todo el aragonesismo.
La incapacidad histórica del aragonesismo para implantarse territorialmente y la preeminencia política reaccionaria del mundo rural aragonés son circunstancias de un mismo fenómeno. Ello, unido a la potencia del provincialismo y el localismo hacen del aragonesismo como movimiento una amalgama mal avenida. La sola idea de que un soberanismo pueda ejercer dirección ideológica sobre un movimiento nacionalista de masas inexistente es, cuanto menos, problemática. Porque no se puede hacer pasar por movimiento de masas un regionalismo españolista que impregna casi la totalidad del país. La prueba del algodón anticatalán nos dará la muestra más clara de cuáles son las condiciones reales en el país.
Para disgusto de muchos ha sido el proletariado urbano y sus clases populares el único “vector progresista” que ha tenido el aragonesismo. Unas clases, por cierto, que dos generaciones atrás eran mayoritariamente rurales recién llegadas al núcleo urbano y la materia potencial de la construcción política de masas del nacionalismo aragonés. Algo que, como sabemos, nunca llegó a producirse. Las clases populares y el proletariado aragonés siguen siendo la única “sustancia” nacional aragonesa pero no se las puede tomar de manera idealista como si su identidad y coordenadas ideológicas fueran las que nos gustarían que fueran. El pueblo trabajador es lo único que hay de “nación aragonesa” y este, en ausencia de un movimiento burgués nacionalista, está sometido a las dinámicas ideológicas propias de la clase. De ahí que la organización política tenga que tener como eje principal la clase y no el conflicto nacional.
Se nos podrá acusar de tener una visión distorsionada de la realidad del país pero yo creo que tenemos una visión bastante más realista que la del nacionalismo. En Aragón dominan las fuerzas reaccionarias (también en el aragonesismo, ejerciendo su dirección ideológica) y solo desde el reconocimiento de este hecho podemos configurar estrategias auténticamente revolucionarias asumiendo dónde está y dónde no está la potencia política para el derrocamiento del estado y su burguesía. En este artículo no he tratado de agotar, por brevedad, todas las explicaciones y argumentos sino responder a determinadas cuestiones planteadas. Como he dicho, todo lo relativo al concepto de soberanía lo desarrollaré en un segundo artículo. Queda la tarea de definir el aragonesismo en sus diferentes formas así como sus bases y determinaciones; queda también abordar las formas políticas en las que ese aragonesismo se expresa; queda abordar el proceso e influencia de construcción nacional español que impone el estado y su oligarquía y que no ha dejado de actuar; queda analizar la influencia positiva o perniciosa de otros movimientos de liberación nacional en el marco aragonés; y queda, entre otras cosas, plantear los diferentes escenarios estratégicos que se plantean.
A mis amigos del soberanismo yo simplemente les aconsejo cuidarse bien de la quimera de un “aragonesismo” de masas que tenga un trasfondo reaccionario. Pero les deseo buena suerte en la configuración de un movimiento político que socave, dentro de sus posibilidades, la capacidad de dominación del estado y agudice sus contradicciones políticas. Creo que ahí es donde puede el soberanismo aragonesista tener un papel y colaborar activamente en el derrocamiento del régimen. Y gustosamente apoyaré intelectualmente desde mi visión particular si se me requiere para ello.