La marca España, el racismo de Estado y la política del vacío

Desde Zaragoza, 16 de marzo de 2018, un día después de la muerte de Mame Mbaye Ndiaye en Lavapiés y tres días antes (si no logramos evitarlo) de la deportación de Tahibou Diop desde el CIE de Aluche

Saludos cordiales desde Zaragoza, esa ciudad católica, apostólica, romana, mariana y castrense, zona cero de la hispanidad y su espíritu colonial, cama nido de la madre de España, patrona de su benemérita Guardia Civil, capital de Aragón, comunidad autónoma cuyo territorio acumula una proporción desproporcionada de fosas comunes en el segundo país del mundo con más desaparecidos enterrados en fosas comunes.

El contenido de este texto es un aporte desde esa ciudad a la última semana de abuso y persecución ritual que la población racializada sufre en las calles de nuestras ciudades. Gran parte de lo sucedido, por mucho que ocurra en plena calle, pasa absolutamente desapercibido para la inmensa mayoría de los vecinos y vecinas de cada ciudad. ¿O no? ¿Sigue bastando con alegar “ignorancia” o “desinformación”? ¿Sigue bastando con lamentar que “esto no sale en los medios”? ¿Necesitamos que sean “los medios” – léase más bien las empresas que comercian comunicando – los que nos informen de lo que ocurre en el portal de al lado, a la vuelta de la esquina o en una calle céntrica de nuestra ciudad? Más nos vale que no sea así. Ojalá mañana mismo deje de ser así. Ojalá eso empuje al precipicio de la bancarrota a todas las organizaciones mercenarias que operan a merced de los más poderosos y abyectos intereses de grandes instituciones financieras y políticas. En Zaragoza, el pasado sábado por la tarde… luego os lo cuento.

En Zaragoza hay pobreza. En Zaragoza hay muchas personas pobres; pobres que acuden a un comedor social y se las tienen que ver con la policía; pobres que piden respeto y se encuentran con multas de 200 euros por pisar la calzada; pobres que salen a la calle arriesgándose a ser identificados y multados por el color de su piel; pobres que sufren abusos verbales y físicos de parte de autoridades uniformadas; pobres que hacen lo que sea, lo que pueden (y deben) por llegar a fin de mes y al final del día; incluso pobres que se organizan y tratan de denunciar tanta y tan vergonzosa injusticia. También hay pobres que delinquen, por supuesto. Entre otras razones, los hay porque existe un código penal cuya función principal es esa: que quienes “delinquen” sean los pobres. Muchas clases diferentes de pobres. A veces, lo único que tienen en común esos pobres es que son (¿somos?) pobres.

En Zaragoza hay unos cuantos ricos, propietarios de las tierras, los edificios, la información y los recursos más básicos para la supervivencia de la gente; ricos que firman acuerdos millonarios entre ellos; ricos que hacen negocios de ricos con las necesidades de los pobres; ricos que se permiten avisarnos de cuáles son los presuntos peligros que nos acechan. A menudo, lo único que diferencia a esos ricos entre ellos es un par de cifras en los balances de sus empresas o en sus cuentas bancarias. Entre todas las cosas que esos ricos tienen en común, una muy importante es ese mismo código penal que existe para que quienes delinquen sean los pobres.

En Zaragoza, como en todas las ciudades, algunos viven como dios y otros viven un infierno. Como en todas las ciudades, los primeros recogen los beneficios de grandes crímenes legales e ilegales, mientras los segundos son perseguidos al grito de “¡delincuentes!”, criminalizados, vejados y deshumanizados, antes y más allá de la ley.

Estos tres párrafos forman parte de un texto más extenso publicado por el Grupo Derechos Civiles 15M Zaragoza en febrero del año pasado, en respuesta a la dosis de racismo, clasismo, demonización y oportunismo vertida en un reportaje de Heraldo de Aragón (20.02.17: El ‘rastro de las tinieblas’ que nadie quiere ver se hace fuerte. El mercadillo ilegal de los sábados en la Expo es cada vez más largo y conflictivo mientras el Ayuntamiento mira para otro lado). Visto lo visto durante esta última semana, quisiera añadir unas cuantas conclusiones. Ahora sí os cuento algo sobre el pasado sábado 10 de marzo:

Paseo de la Independencia, centro de la ciudad, junto a la Plaza de España, uno de los puntos habituales utilizados como manifestódromo de muy diferentes reivindicaciones. Hace 15 meses, la comunidad senegalesa protestaba en ese mismo lugar por la muerte de su paisano Elhadji Ndiaye, vecino de Zaragoza, en una comisaría del CNP de Iruña. Ahí mismo tuvo lugar buena parte de las cerca de 20 concentraciones en memoria de Miguel Ángel Fernández, muerto en la comisaría del CNP de Ranillas (Zaragoza) en abril de 2016. Al año siguiente, en agosto, murió Roberto A.S., del que hasta hoy no hemos llegado a saber ni los apellidos gracias a la divina providencia judicial.

Paseo de la Independencia número 4: tienda Bershka. Bershka: Inditex. Inditex: Amancio Ortega. Amancio Ortega: Lista Forbes. Lista Forbes: magnates de éxito. Magnates de éxito: criminalidad corporativa. Criminalidad corporativa: colaboración estatal. Colaboración estatal: daño social masivo. Daño social masivo: malestar social y muerte. Malestar social y muerte: pagan las personas pobres. El silogismo es largo, pero su resumen es sencillo. A día de hoy, se llama acumulación privada por desposesión y explotación de cada rincón de la existencia de quienes no tienen más que su existencia.

La escena es muy completa. Estos son los participantes:

Un vigilante de seguridad privada con sobredosis de espíritu emprendedor, que sale de sus dominios al espacio público, increpa a varios manteros y luego colabora con el atestado policial declarando que ha sufrido insultos y amenazas de muerte – y que posee grabaciones que acreditan todo lo declarado.

Varias patrullas de la Policía Local que detienen a Mamadou, le acusan por delito contra la propiedad industrial (Mamadou portaba gorros y guantes sin marca, pero le “empaquetan” varios pares de zapatillas de marca que quedaron en la acera tras la huida de sus compañeros) y por atentado a la autoridad (esto es un clásico que enfrentará los partes médicos prácticamente vacíos de tres agentes de policía a los de Mamadou, quien se ha atrevido a denunciar los golpes sufridos de parte de los agentes como hiciera su paisano Souleymane el pasado mes de octubre).

Ocho miembros de la Asociación de Senegaleses en Aragón que celebraban una asamblea en un barrio aledaño, fueron avisados y llegaron cuando todo ya había sucedido – Mamadou ya había sido detenido y la zona estaba “despejada”.

Varias dotaciones de UPR (en Aragón se llaman Pegaso) que, en respuesta a otra llamada del vigilante emprendedor, llegan al mismo lugar en la “segunda parte” del evento. Al llegar, entre las decenas o centenares de personas que van y vienen por la anchísima acera de esa avenida cualquier sábado por la tarde-noche, encontraron a “unas 15 personas de raza negra” (exquisita confesión por escrito de cómo funciona la mentalidad de tantos policías sobre el terreno) que generaban “alarma social” en ese lugar tan concurrido, según su atestado. No eran 15 sino 8, y con ellos también había un blanco – uno solo. En un antológico ejercicio de “exclusión por perfil étnico” (por si a alguien le queda duda de la existencia de prácticas policiales racistas), procedieron a retirar al blanco de la escena y comenzaron a identificar a los negros. De ahí salieron dos detenidos más. Sus premios respectivos son una orden de expulsión para Sada y un ingreso en el CIE de Aluche para Tahibou. Este último, pese al arraigo que resulta de su estancia en Zaragoza desde 2007, conocido y querido por centenares de sus vecinos y vecinas, tenía un recurso desestimado contra orden de expulsión en firme. De forma inaudita y extremadamente veloz, se le ha comunicado que tiene una plaza en el vuelo de Iberia Madrid-Dakar del próximo lunes 19. El recurso legal para aplazar la expulsión ya ha sido interpuesto.

Ayer jueves, mientras varias docenas de personas nos comunicábamos, coordinábamos y repartíamos tareas para tratar de responder lo más eficazmente posible a otro de esos sucesos que jamás deberían ocurrir, llegó la noticia de la muerte de Mame en Lavapiés. Aliou, uno de los compañeros presentes en ese momento, me respondió: “esto va a pasar algún día en Zaragoza, ya es demasiado”.

La rabia supera a la tristeza, aunque a ratos la tristeza se nos coma la rabia. Hibai Arbide publicaba ayer este tweet: “cuando curraba de abogado defendí a decenas de manteros. Asistí durante años a asambleas del primer colectivo de manteros que hubo en Barcelona. NUNCA conocí un caso de un vendedor ambulante que fuera parte de una mafia. Una mentira repetida mil y una veces para perseguirles como tal”. Lo mismo se aplica a Zaragoza. Cada vez que un miembro de la audiencia ciudadana de consumidores de basura ideológica mediática responde que “la venta ilegal es un delito, perjudica a los pequeños y medianos empresarios, a los autónomos y a la gente honrada que paga sus impuestos”, a muchos y muchas de nosotras se nos abren las venas. No importa que el argumento sea tan patético como culpar de la contaminación del mar a las heces de los delfines y no a los millones de toneladas de plásticos, vertidos de petróleo y demás subproductos del bendito crecimiento económico. Por eso es tan simbólicamente macabro que, el pasado sábado, todo comenzara en la puerta de una tienda de Inditex. El mantra barato, simplista, reduccionista y patético funciona. Sigue funcionando a gran escala. La audiencia recibe basura, engulle basura y, en ocasiones, parece pedir basura. Resistámonos hasta el último aliento, porque en ello nos va la vida como sociedad: nuestro enemigo no llega en patera ni nos roba nada propio. Nuestro enemigo vuela en business class y nos lo está robando todo mientras buscamos al chivo expiatorio en nuestro propio hábitat. Basta ya de hacer el imbécil, por favor.

Nuestra escala es la humana. Ahí es donde queremos vivir y donde pensamos partirnos el lomo: en el trabajo que pone los pies en el suelo y habla al otro a la cara. Esa es la escala política de verdad, la que necesitamos, la condición necesaria de cualquier avance en justicia y dignidad, contra las políticas de un estado gobernado por quienes necesitan vaciar la política. Contra quienes pretenden que nos linchemos mutuamente mientras ellos siguen contando dinero de seis en seis ceros.

Por Mame y por todos y todas las demás.

O lo que es lo mismo: por todos y todas nosotras.

Cuando nos rebelamos no es por una cultura particular. Nos rebelamos sencillamente porque, por muchas razones, ya no podemos respirar [Frantz Fanon].

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