La Federici

Silvia Federici estuvo en Zaragoza entre los días 5 y 8 de septiembre. Impartió dos conferencias sobre feminismos y marxismo con un gran éxito de asistencia. Recorremos esos cuatro días en los que la intelectual pasó por la ciudad y revisitamos algunas ideas de su pensamiento feminista.

Silvia Federici, el pasado jueves en la Universidad de Zaragoza. Foto: Pablo Ibáñez (AraInfo)

La Federici en Zaragoza

Su poder de convocatoria es abrumador. El martes 5 de septiembre a las 19.00 horas, el Centro Comunitario Luis Buñuel de Zaragoza está abarrotado para escucharla. Más de 300 personas llenan una sala que se ha hecho pequeña y calurosa; muy calurosa. Mucha gente de pie, mucha gente sentada en el suelo, mucha gente fuera de la sala escuchando desde las ventanas. El nombre de la charla: Capitalismo y violencia contra las mujeres.

El jueves 7 de septiembre a las 12.00 horas, un número similar de personas llena la Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras. También se llenan los pasillos de gente que no ha podido conseguir una butaca; nuevamente hay personas fuera de la sala, esta vez, siguiendo la conferencia a través de pantallas. El título de la ponencia: Marxismo y feminismo. Pasado y presente.

En nuestro tiempo, un tiempo en el que la fama se mide en laics, resulta extraño que una académica, una intelectual marxista heterodoxa, sea capaz de llenar salas. Más increíble aun cuando desde los medios de comunicación se escucha con frecuencia que la juventud de hoy es hedonista y pasota: pues nada de eso, la mayoría de asistentes en estas charlas son jóvenes. Quizás el secreto, el secreto de Silvia Federici para conseguir impresionantes ovaciones cuando termina sus disquisiciones sobre el origen del capitalismo y la opresión a las mujeres, es ser muy poco Silvia Federici y mucho La Federici. Hablar con tranquilidad, sonriendo, sin ánimo de imponer ninguna de sus ideas, de un modo nada masculino.

Numeroso público en los dos actos públicos de Silvia Federici en Zaragoza. Foto: Pablo Ibáñez (AraInfo)
Numeroso público en los dos actos abiertos de Silvia Federici en Zaragoza. Foto: Pablo Ibáñez (AraInfo)

Biografía intelectual de Silvia Federici

Silvia Federici nació en Parma hace 75 años. Con 25 se marchó a Estados Unidos para estudiar en la Universidad de Buffalo, un centro de 20.000 estudiantes profundamente politizado. Corrían tiempos convulsos en la historia reciente del centro del imperio: la lucha por los derechos civiles, los albores del movimiento feminista, las protestas contra la guerra del Vietnam y los hippies. Federici cayó de lleno en una realidad que no pudo hacer otra cosa que cambiarla. Recuerda con nostalgia esos días, en los que crear un diario marxista radical o pasar más horas en la calle que en clase era la normalidad.

La oficialidad ha querido resarcir el 68 como fecha cumbre del cambio social. Música, drogas, sexo y flores pintadas en la cara. Sin embargo, tal y como cuenta Silvia, fueron mucho más importantes los años que llegaron después. A partir del 70, aquellos anhelos de libertad inconexos intentaron concretarse en un plan de acción, en programas políticos (que no electorales). Después de una reunión del SDS (Students for a Democratic Society) en Chicago en el otoño del 69, las feministas tomaron conciencia de la importancia de sus reivindicaciones y de que la izquierda, si quería avanzar, tenía que poner en primer plano los problemas de las mujeres. Sus compañeros hombres consideraron que el feminismo era secundario: primero iba la lucha de clases.

Muchas entendieron que el feminismo debía enmarcarse en esta lógica. Primero las mujeres tenían que salir del hogar, convertirse en obreras, y desde allí debatir su posición en el mundo. Federici se dio cuenta de que ese esquema anulaba, una vez más, las reivindicaciones de las mujeres silenciadas desde siempre.

En 1972 se unió a la campaña internacional “Salario para el Trabajo Doméstico” (WfH en sus siglas inglesas) que tenía como objetivo aunar tendencias feministas de muy distinta índole, vindicando la importancia del trabajo reproductivo (como contraposición al trabajo productivo) frecuentemente asignado a ellas. Conectado con ideas anticoloniales, el movimiento por los derechos civiles o el movimiento operaista, el WfH, tal y como afirma Federici en su libro Revolución punto zero, "aprendimos a buscar a los protagonistas de la lucha de clases no solo entre los trabajadores masculinos de la clase proletaria industrializada sino, en mayor medida, entre los colonizados, los esclavizados, en el mundo de los trabajadores no asalariados marginados en los anales de la tradición comunista a quienes entonces podíamos añadir la figura del ama de casa proletaria, reconceptualizada como el sujeto de la (re)producción de la fuerza de trabajo".

Otro hecho más tardío de la biografía de Federici fue fundamental para apuntalar su pensamiento. A mitades de los años 80, la académica trabajó como profesora en la Universidad de Port Harcourt de Nigeria. Comprendió entonces, cómo organizaciones cuales el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional implantan sistemas capitalistas en todo el globo a golpe de medidas económicas. Los “ajustes estructurales” que imponen para dar préstamos a las antiguas colonias son a la postre medidas que destruyen la organización preestablecida de la propiedad de los recursos naturales, y que relegan a la mujer a una posición de debilidad infravalorando su función reproductiva dentro de las sociedades.

De toda una vida dedicada al feminismo y al análisis marxista surgieron sus dos libros publicados por la editorial Traficantes de sueños: La bruja y el Calibán (2004) y Revolución punto zero (2012). Mientras en el segundo, Federici hace un compendio de experiencias y pensamientos sobre el feminismo, en el primero, la intelectual analiza la transición del feudalismo al capitalismo (eso que fue denominado por Marx “acumulación primitiva”) y la importancia que la caza de brujas tuvo en ese proceso. Según Federici, el asesinato de miles de mujeres acusadas de llevar a cabo prácticas de brujería durante los siglos XVI y XVII, fue fundamental para imponer el modo productivo capitalista y para relegar todos los procesos reproductivos a un lugar marginal.

Algunas escenas de La Federici

Cuando termina sus conferencias, un aplauso largo e intenso recorre la sala. Es curioso: ella mira al público agradecida y también aplaude; nos aplaude. Un gesto nada habitual en los conferenciantes que al acabar sus peroratas se hinchan como pavos reales. Ella no. Ella agradece haber sido escuchada. Son esos gestos los que la hacen La Federici.

Otras escenas más de La Federici: con AraInfo la entrevistamos en un hotel. Está leyendo el Periódico de Aragón porque dice que quiere enterarse de lo que está pasando en Catalunya. Lleva los dedos manchados de tinta porque le ha reventado un bolígrafo en el bolsillo. Comenta que está cansada, que llegó hace una semana al Estado español y que desde entonces no ha parado. Le queda un buen trecho para poder regresar a casa. De Zaragoza se va a Euskal Herria, de allí a Italia a ver a su hermana y luego a Dinamarca. Por eso nos pide preguntas cerradas, nada de cuestiones generales del tipo “¿Qué opinas sobre el machismo?” o “¿Cómo ves el feminismo hoy?” Quiere concreción. Responde sin alardes de intelectualismo, pero en cada frase deja rastros de su inteligencia y los 45 minutos de conversación pasan como si fueran 5. No le gusta que le hagan fotos, no le gusta sentirse como una famosa o una gurú del feminismo; no le gusta el papel de rockstar del pensamiento que todas sin querer le hemos otorgado.

Se despide con dos besos y si la observamos desde lejos cuando se marcha, con sus zapatillas deportivas y su chándal gris manchado de tinta, seríamos incapaces de reconocer a la mujer que con sus ensayos a desentrañado mejor que nadie, "el 'verdadero secreto' de la 'acumulación primitiva' que comenzó con la guerra que el capitalismo lanzó contra las mujeres".

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