Heroísmo queer

DIAGONAL | Elisa G. McCausland | De cómo el cómic de superhéroes puede ser un campo de batalla para la revolución simbólica, también en lo que respecta a la cultura LGBTQ. Como recoge la antología de cómic No straight lines: Four decades of queer comics (Fan­ta­gra­phics, 2012), existe una voluntad de salir de los márgenes, de llegar a más lectoras y lectores por parte del tebeo ligado a la cultura LGBTQ (lesbianas, gays, bisexuales, transexuales y queer). Una voluntad de subvertir el mainstream y ampliar el campo de batalla de una lucha que busca poner en jaque entornos institucionalizados, normalizadores; …

Ilustración: Susanna Martin
Ilustración: Susanna Martin
Ilustración: Susanna Martin

DIAGONAL | Elisa G. McCausland | De cómo el cómic de superhéroes puede ser un campo de batalla para la revolución simbólica, también en lo que respecta a la cultura LGBTQ.

Como recoge la antología de cómic No straight lines: Four decades of queer comics (Fan­ta­gra­phics, 2012), existe una voluntad de salir de los márgenes, de llegar a más lectoras y lectores por parte del tebeo ligado a la cultura LGBTQ (lesbianas, gays, bisexuales, transexuales y queer). Una voluntad de subvertir el mainstream y ampliar el campo de batalla de una lucha que busca poner en jaque entornos institucionalizados, normalizadores; entornos como el cómic de superhéroes, que, a priori, podríamos calificar de desactivador. No obstante, hay mucho de meritorio en incluir superhéroes y villanos abiertamente homosexuales en ficciones consumidas mayormente por infantes y adolescentes, pero no basta con eso. Se trata de hacer justicia en un ámbito mediatizado por la corrección política y los intereses económicos. Hablamos de oportunidad de cambio, de trascender el discurso de masas, de problematizar un sistema que dicta cómo hemos de relacionarnos, y que jerarquiza el modo en que decidimos amar.

Escoger la palabra “normalización” es una decisión arriesgada, por toda la semántica que arrastra, pero, al igual que ocurre con los personajes femeninos tildados de “fuertes”, lo que realmente se está exigiendo desde colectivos y movimientos LGBTQ es una representación que trascienda, que importe; no un maquillaje de género y sexualidad, por mucho que la etiqueta de turno nos prometa revoluciones. En este sentido, es interesante recordar que fue la editorial Marvel la primera en “representar” una boda gay de uno de los superhéroes pioneros en salir del armario, el velocista canadiense, Jean Paul Baubier, alias Estrella del Norte. Una representación interesada, no obstante, que coincidió en el tiempo con el debate en el seno de la Administración Obama sobre la legislación del matrimonio gay. Decía Rose Kenne­dy, la autora del artículo titulado “Cuando fuimos malos, Jean Paul”, que la “redención” de Estrella del Norte tuvo algo de thatcheriana: “Éste es el único mundo posible. Un mundo que está encantado de dejarte formar parte de él, mientras pongas algo de tu parte. No hay alternativas, no hay otro lado, no hay filos, no deben darse pistas que lleven a los chicos a explorar opciones: ya tenemos un guión, limitémonos a seguirlo”. Algo que el filósofo Byung-Chul Han achaca en su ensayo La sociedad de la transparencia (Her­der, 2013) a “la sociedad positiva”, aquella en la que “las cosas se hacen transparentes pues abandonan cualquier negatividad, se alisan y allanan; se insertan sin resistencia en el torrente liso del capital, la comunicación y la información”. Es decir, toda legitimación evidente, pública y notoria, tiene un precio.

La editorial DC, la otra major del cómic de superhéroes, rompió ciertos tabúes al reconfigurar un personaje como Batwoman que, en la década de los cincuenta, fue creado para alejar de la pareja formada por Batman y Robin los fantasmas de la homosexualidad. La ironía radica en el hecho de que, en 2006, sería reintroducida en la continuidad histórica del Hombre Murciélago, después de un hiato de unas cuantas décadas, sólo que con ciertos cambios; entre ellos, su gusto por las mujeres. El logro del guionista Greg Rucka y el dibujante J.H. Williams fue hacer que Batwoman renaciera, no como derivación del superhéroe, sino como su igual. En ese tomarse en serio a la heroína tuvo mucho que ver su determinación como personaje, y que la tentación de seducción y paternalismo, propia del superhéroe canónico, quedase fuera de la ecuación. Con el tiempo, Batwoman se ha convertido en un referente, de ahí que la petición de matrimonio a su novia, la inspectora de policía de Gotham Maggie Sawyer, fuera celebrada por aquellos que han visto en esta cabecera, una de las pocas protagonizadas por una superheroína, una oportunidad de visibilización de un personaje LGBTQ simbólicamente potente que se ha ganado el favor del público y el respeto de la industria. Al menos, en apariencia. La salida, hace casi un año, del equipo de escritores (Haden Blackman y J.H. Williams III) de la colección vino teñida de acusaciones de censura: las altas esferas de la editorial decidieron que en el cómic Batwoman no podía mostrarse a ambas mujeres contrayendo matrimonio.

Hablamos de subvertir el mainstream, de aprovechar las grietas para romper el marco simbólico, incluida la viñeta. No straight lines podría ser un grito de guerra. “El futuro será brillante, queer y estará repleto de cómics”, desea la editora Justin Hill en el prólogo de la antología a la que aludíamos al comenzar este artículo. Una reflexión que va ligada a esa normalización ya enunciada, desde la que aspirar a la desaparición de la etiqueta “cómic LGBTQ”. Al menos, en teoría. ¿Una certera estrategia gentrificadora podría revertir en una mayor visibilización? ¿No cabría pensar que en lo popular está precisamente una de las claves para el cambio cultural? Aun temiendo el sistema editorial los efectos del mercado, es decir, que sus decisiones editoriales no tengan su traducción en ventas, es difícil evitar la realidad. O lo que es lo mismo, controlar la rumorología, las proyecciones del público en sus héroes, la rebelión del fan. Entender cuán importante es que unas villanas como Harley Quinn y Poison Ivy sean representadas más allá del morbo; que una adolescente mutante le plantee a su amiga bruja que la ama sin que suponga un hito en la historia del cómic; que Superman y Batman, en un universo paralelo, puedan ser Apollo y Midnighter, padres, además, de una niña que se convertirá en el espíritu del siglo XXI; que una alienígena que también es amazona tan sólo ame sin importarle el código, el género, el cuerpo. En un cómic de superhéroes para todos los públicos.

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