Gran Scala, un cuento de las mil y una noches

Cuentan los ancianos del lugar que no hace muchos años en el reino de la Tierra Noble, aparecieron un día unos charlatanes. Eras gentes venidas de lejos, mañosas y parlanchinas, que con malas artes querían engañar a los incautos gobernantes del reino. Como éstos se hacían de rogar pues no veían cual podía ser el negocio que les proponían, durante muchos meses estuvieron visitando el palacio donde moraban el califa Ibn El Marcelí y su visir, el envidioso y astuto M' ahmoudiel Ben Bielbiel. Este era conocido en todo el reino por su incansable trabajo para ser el califa en …

Cuentan los ancianos del lugar que no hace muchos años en el reino de la Tierra Noble, aparecieron un día unos charlatanes. Eras gentes venidas de lejos, mañosas y parlanchinas, que con malas artes querían engañar a los incautos gobernantes del reino. Como éstos se hacían de rogar pues no veían cual podía ser el negocio que les proponían, durante muchos meses estuvieron visitando el palacio donde moraban el califa Ibn El Marcelí y su visir, el envidioso y astuto M' ahmoudiel Ben Bielbiel. Este era conocido en todo el reino por su incansable trabajo para ser el califa en lugar del califa.Colmados de regalos, promesas, viajes y numerosas uríes que alegraron durante semanas la vida de estos dos personajes y de otros muchos de sus ministros y secretarios, llegó el día en que nuestros dos gobernantes cayeron al fin en la cuenta de que había un jugoso negocio al que hincarle el diente. Supusieron que aquellos charlatanes que les habían agasajado como príncipes en realidad eran unos paletos a los que se les podía engañar fácilmente. Y así, sin pensárselo mucho, seguros de que estos truhanes eran presa fácil para unos gobernantes tan sagaces y inteligentes como ellos, accedieron a formar parte de aquel negocio que en nombre de una cofradía llamada ILD, Ilusos Listos para Desfalcar, les proponían.

Una fría mañana de Diciembre, convocaron en palacio a lo más granado del reino. No faltaron a la cita, ministros, consejeros, alcaldes, alguaciles y la flor y nata de la sociedad de la Tierra Noble. Allí se pudo ver a los charlatanes y sus secuaces, todos vestidos con sus mejores galas y presumiendo de su amistad con el califa. También acudieron a la cita el receloso y maniobrero visir, siempre envidioso de no ser él quien ostentara el mando del reino, sus fieles y serviles vasallos y otros muchos golfos atraídos por la posibilidad de un rápido enriquecimiento. Tras la firma de un pacto entre tramposos, todos comieron y bebieron a expensas del pueblo que desde lejos veía la fiesta sin poder participar.

Los más sensatos del lugar , pocos, pues la mayoría estaba tan deslumbrada como su califa, no entendían que negocio podía haber en la construcción de miles de pequeños palacios donde albergar a millones de viajeros. Tampoco creían posible que junto a aquellos palacetes se construyeran miles de casas de juego, prostíbulos, jardines colgantes, innumerables fuentes y albercas, exóticos zoos y otras fruslerías más propias de Bagdad o Samarkanda que de la Tierra Noble. Ya sabéis todos que esta tierra era y es pobre, parca en agua y hasta que el califa Ibn El Marcelí accedió al trono, poco dada a alaracas y grandes dispendios.

Y aunque sus voces siguieron escuchándose durante los siguientes meses, nada parecía imposible para aquellos charlatanes que se había adueñado del reino y del favor de su califa. Querían las tierras donde instalar este nuevo oasis y las querían gratis. Muchas fueron las aldeas y pueblos que ofrecieron las suyas, pero cuando se les dijo que no había dinero para pagarlas, todos se echaron para atrás. Al fin tras muchos viajes y negociaciones, un alcalde más próximo al visir que al califa, sin duda con la promesa de que él también se haría de oro con esta operación, cedió las tierras comunales del pueblo e intercedió para que sus vecinos vendieran las suyas. Gran negocio pardiez, se dijeron los avispados lugareños. Inmediatamente y por un pedazo de tierra árida y sin réditos empezaron a recibir cada cuatro meses un saquito de oro.

Se las prometían muy felices estos aldeanos.. Ya se veían viajando a la Meca en camello o incluso en alfombra voladora. Alguno llegó a comprar no una sino hasta tres esposas y otros muchos se paseaban por el pueblucho montados en caballos alazanes o árabes, finos y majestuoso, más propios de gentes ricas y bien instaladas que no de habitantes de aldeas de mala muerte.

Mientras, los truhanes seguían incansables exigiendo un día si y otro también dinero, parabienes y poder al califa. Que si una senda que uniera la capital con el oasis, que si una recua de más de mil caballos y dos mil camellos para llevar a los viajeros hasta allí. También esperaban que a cambio de la futura riqueza que como miel ponían en la boca de los incautos gobernantes, éstos les eximieran de impuestos. Y ya como broche a tanta petición y a la vista que aquello no acababa de arrancar a falta de un primo que quisiera recomprar las tierras y edificar tanto palacio, no se les ocurrió otra cosa a nuestros gobernantes y a los chulescos trapaceros, que aprobar una ley que dejara todo el territorio donde se iba a asentar aquel ingenio libre de gobernantes ajenos a él y en manos de aquella partida de facinerosos.

Y así fueron pasando los meses y los años, entre protestas de unos pocos tildados de "turbantesroscas", promesas, pagos a los aldeanos no siempre a tiempo, exigencias mil al califa y algunos oscuros asuntos. Cuando ya habían pasado más de dos años desde que empezaran a llegar noticias sobre aquel majestuoso proyecto que incluso ya tenía nombre “LA GRAN SCALERA”, un día se supo que el representante de los truhanes había matado a su primera esposa tras conocer que ésta le iba a abandonar para irse a vivir a Bagdad. Mal augurio para un proyecto que empezaba a hacer aguas, cada vez era más difícil cobrar por las tierras y a los truhanes y sus secuaces parecía que se los había tragado la tierra.

Mientras, desde el califato se seguía prometiendo que aquello sería una maravillosa realidad. Las voces que se escuchaban eran las del visir Ben Bielbiel que apostaba cerril por “LA GRAN SCALERA”, comparándola con la llegada del profeta Mahoma. Pero cada vez estaba más claro que la llamada Gran Scalera, en realidad era una gran estafa. Y los estafados, los pardillos, los sufridores del tocomocho eran a partes iguales los truhanes y los gobernantes de la Tierra Noble. Unos y otros se habían intentado engañar y al final todos habían salido engañados.

Tras cuatro años, de “LA GRAN SCALERA” nada se sabe. Ya han vencido los plazos para que los aldeanos cobraran por sus tierras y en ellas no hay ni rastro de palacetes y demás deslumbrantes promesas. De los charlatanes y sus socios nada más se ha vuelto a saber. El califa Ibn El Marcelí ya no gobierna en la Tierra Noble. Últimamente se sabe que anda por Bagdad en busca de un puesto en un futuro gobierno. De quien se siguen teniendo noticias es del visir M' ahmoudiel Ben Bielbiel, aquel astuto y rencoroso visir que durante años trató de ser el califa en lugar del califa. Sigue medrando en el gobierno de la Tierra Noble, ahora en manos de una jequesa aviesa y antipática que le permite seguir llevando las riendas del reino mientras no causen grandes escándalos sus maquinaciones.

Pobre Tierra Noble, esta vez has salido bien librada de los chanchullos y trapacerías de algunos aprovechados siempre al acecho. Otras veces no has tenido tanta suerte. Qué Alá y su fiel profeta Mahoma te protejan pues de tus gobernantes no esperes sino que te expriman hasta dejarte como una pasa moruna.

Maribel Martínez | Para AraInfo

Autor/Autora

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