Hace cuatro años escribí en AraInfo “¿El fin del ciclo municipalista?”, donde ponía en cuestión el final de un ciclo que había iniciado en 2015 y supuso la ruptura del sistema político construido durante 30 años. Pues bien, los resultados electorales del día de ayer diluyen esos interrogantes y constatan el final de un ciclo. Si en 2015 gobernaron 15 capitales de provincia, lo que representaba el 20% de la población del país, a partir de ayer (a la espera de los posibles malabarismos que sucedan durante los próximos días) ya no habrá ningún gobierno presentado por confluencias municipalistas. Además, en 8 de las 15 ciudades gobernará el PP con Vox. Estas son Valencia, Zaragoza, Valladolid, Cádiz, Palma, Alicante, Toledo y Huesca.
El fin del ciclo municipalista (y de la llamada “nueva política”, dicho sea de paso) supone el freno de políticas en favor de la movilidad sostenible, la remunicipalización de servicios, el apoyo a la vivienda social, las ayudas sociales…y en cambio se evidencia una recomposición del Régimen anterior a 2015 con el añadido de la llegada al gobierno de la extrema derecha: fuerzas que promoverán el modelo de ciudad negocio, negarán el cambio climático y fortalecerán los discursos de odio hacia el diferente.
¿Pero cómo explicar esta debacle en apenas 8 años? Sin duda, es imposible reducirlo a un solo factor y las lecturas pueden ser muy amplias. En este artículo quiero apuntar a dos dimensiones: las externas, aquellas más estructurales que dependen menos de la capacidad de acción del sujeto, y las internas, referidas a las acciones llevadas a cabo por las confluencias municipalistas.
En lo que atañe a las dimensiones externas, a nadie se le escapa que desde que las confluencias llegaron al gobierno en 2015, estuvieron sometidas a un constante ataque de desestabilización orquestado por los grandes poderes a «solysombra»: medios de comunicación, funcionariado del stablishment (ley y orden), representantes políto-sociales y grandes empresas. Toda una estructura bien engrasada desde las altas esferas estatales dedicada a construir los relatos y las condiciones de acción del tablero político local. No importa que todas las imputaciones fueran archivadas: “todos los políticos son iguales”. No importa que la okupación fuese residual y el problema real sea el acceso a la vivienda: “la propiedad está en peligro”. No importa que ETA ya no exista: “los terroristas están en las instituciones”. No importa que se garanticen mayores derechos a las mujeres, “todos los violadores a la calle”. Bajo este marco impuesto, se esconden los verdaderos problemas de la ciudadanía: trabajo, vivienda, salud, educación, alimentación …aquellos que deberían ser tema central de debate público y que los poderes a «solysombra» quieren evitar. De hecho, una nueva ola de privatización está en camino.
Pero siendo conscientes de estos limitantes estructurales, es necesario mirar hacia adentro y hacer una autocrítica. No por seguir ahondando en la herida, sino porque es crucial extraer aprendizajes de este ciclo institucional que nos permita afrontar los tableros políticos venideros. En este sentido, quizá la muestra más evidente es la división de la izquierda. El partido se comió al movimiento y con ello la ilusión generada con el 15-M y su apuesta institucional. El imaginario transformador del “sí se puede” ha sido enterrado y veremos si proyectos como el de Yolanda Díaz, ahora a la carrera tras el adelantamiento electoral, son capaces de recuperarlo.
En este momento cabe preguntarse, ¿es posible construir un partido-movimiento o es un oxímoron? ¿La institucionalización te lleva irremediablemente a lógicas jerárquicas y personalistas? Algunas diréis “no”, siempre y cuando haya un contrapoder dentro y fuera de la institución que controle y presione por formas más democráticas y agendas más radicales. ¿Pero y si no lo hay? La institucionalización debilitó el movimiento. Se pasó del “no nos representan” al “sí nos representan”, y con ello el abandono de la calle y las fuerzas necesarias para disputar las condiciones de posibilidad establecidas por los poderes de «solysombra». Aquí de nuevo se plantea una pregunta: ¿es inevitable que los ciclos de protesta acaben en ciclos de institucionalización? ¿O realmente existe la posibilidad de que se pueda mantener el pulso en ambos escenarios? Como veis, más preguntas que respuestas.
La combinación de las dos dimensiones presentadas dibujan un escenario pesimista. Sin embargo, la crisis del capitalismo avanza inexorablemente, y no será fácil para la derecha gestionar un contexto de inflación galopante, escasez de recursos por la crisis climática y exclusión en aumento. Este coctel debe generar respuestas articuladas, democráticas y contundentes desde todos los frentes progresistas. Si no, la alternativa es un fascismo ecosocial basado en “la escasez para los míos”. El fin del ciclo no es el fin del municipalismo, ni mucho menos las ideas que se promovieron entonces: participación, proximidad, cuidados, arraigo, común… habrá que seguir la lucha.