Stepanakert, Nagorno Karabaj | ¿Existiría la guerra en el mundo de las mujeres? ¿Cómo reaccionarían los hombres a nuestra decisión de empezar una guerra?
La guerra no es una historia femenina. Su relato se acomoda sobre el heroísmo de los hombres, su valentía y devoción, mientras que las emociones de ellas son mayormente invisibilizadas. Sin embargo, son las mujeres las que sufren la mayor parte de las dolorosas consecuencias de la guerra.
La mañana del 27 de septiembre de 2020, Azerbaiyán lanzó una ofensiva a gran escala en el territorio no reconocido de Nagorno Karabaj, la República del Artsaj. Una devastadora ofensiva. Era una agresión articulada por soldados regulares y mercenarios sirios respaldados por artillería pesada y drones turcos e israelíes de última generación. Sus objetivos, casi todos los asentamientos civiles, incluyendo escuelas, guarderías y hospitales. Estos lugares fueron bombardeados con artillería y ataques aéreos por parte de Bakú a lo largo de 44 días completos. Fue una masacre: bastaron tres días para acabar con prácticamente todo el sistema antiaéreo armenio y seis semanas para la capitulación de Ereván.
De acuerdo con el informe del defensor del pueblo de Artsaj, 72 civiles, incluyendo 12 mujeres, fueron asesinadas. Siete de esas mujeres (entre ellas una menor de edad) fueron asesinadas por ataques de misiles de largo alcance, incluyendo granadas propulsadas por cohetes, bombardeos, disparos subversivos, y cinco estuvieron bajo cautiverio azerí y sometidas a violencia física y torturas. Tres mujeres militares fueron asesinadas en el campo de batalla.
Hemos hablado con ocho mujeres que estuvieron presentes durante la guerra sirviendo como voluntarias o directamente participando en el combate. A todas ellas les preguntamos lo mismo: ¿Cuáles fueron las situaciones más duras que presenciaron?
Angela Frangyan, 34
Angela es directora de documentales, vive y trabaja en Yerevan. En el primer día de la guerra, se fue a Karabaj para grabar un film sobre el antes y el después de los combates. Después del conflicto bélico, grabó imágenes de familias de soldados y personas civiles capturadas, muchas de ellas todavía luchan por recuperar a sus parientes del cautiverio en Azerbaiyán.

“A veces, cuando estoy mirando mis imágenes de archivo, siento que no hay nada que haya visto en realidad... A veces me preocupa mucho que no haya podido grabar lo que sentí y lo que ví. Recuerdo en el hospital que un hermano tuvo que informar a su padre de que su otro hermano había muerto en la batalla. He visto a padres y madres que estaban viendo vídeos de POW –prisoners of war/prisioneros de guerra– que habían sido torturados, pensando que podrían encontrar a sus hijos perdidos... Les estaba escuchando, cuando miraba el vídeo y hablaba con otros padres. Recuerdo las voces de los animales en los pueblos que estaban siendo evacuados y, sobre todo, recuerdo el silencio en el rostro de las madres en los refugios, rezando en silencio.”
Helen Hakobyan, 44
Helen trabaja como economista en la administración de la región de Martuni, como jefa especialista. Tan pronto como la guerra estalló, Helen se unió junto con su marido, un doctor, como enfermera voluntaria para ayudarle durante la guerra. La ciudad de Martuni es la más devastada de la guerra.

“El momento más duro fue ver los cuerpos de los soldados quemados y desmembrados. El olor a muerte que los rodeaba es el mismo olor que huelo incluso estando dormida. Cuando mi hermano cayó en una emboscada, yo no podía compartir mis sentimientos con nadie. Cuando finalmente escapó, me arrodillé en el suelo y reuní mis fuerzas. Encuentras las fuerzas, pero no tienes derecho a llorar porque todo el mundo te mira. No compartes el dolor que tienes en lo profundo de tu alma con tu marido porque no quieres debilitarlo con tu debilidad. El primer horror que presencié fue tras el espantoso segundo bombardeo en Martuni, el 1 de octubre. Causó muchas bajas. Me parecía que el soldado que tenía frente a mí estaba vivo, pero se lo llevaron a la morgue. Su cuerpo estaba desmembrado, me miró por última vez y entonces se fue. Es imposible olvidar esos ojos.”
Hasmik Arushanyan, 63
Hasmik es una profesora de historia que se quedó en el refugio durante la guerra con sus amistades y sus parientes. Esperaron buenas noticias desde el campo de batalla y las llamadas de sus hijos y sus hermanos con el corazón en un puño.

“Cuando arrojaron una bomba de fósforo en Isaac Akhbyur, cerca de Shushi/Shusha, el bosque se incendió y se pudo escuchar el dolor y el sufrimiento de los animales: los osos rugiendo en agonía, los lobos aullando atormentados. Ese momento fue tan difícil para mí. Un día después supimos que el vehículo de combate de mi hijo fue alcanzado por un bayraktar -vehículo aéreo de combate no tripulado-. Durante tres días no tuvimos noticias, pero finalmente nos llamó.”
Isabella Dangourian, 40
Isabella es una refugiada sirio-armenia que vive con su familia en Stepanakert desde hace ocho años. Durante la guerra, su esposo y ella alimentaron a todas las personas que visitaron su pequeño restaurante Samra de forma gratuita. En ese tiempo, Isabella se infectó con coronavirus pero se negó a ir a Yerevan, hasta que su esposo la forzó a irse.

“Lo más conmovedor fue ver a una madre, bajo un intenso bombardeo, despedirse de su propio hijo pequeño mientras le susurraba al oído pidiéndole que se mantuviera fuerte y esperara su regreso en Yerevan. Y para ser honesta, es difícil elegir la experiencia más dura o conmovedora porque no solo atraviesas situaciones indescriptibles durante la guerra, sino también las consecuencias que vienen después de ella. Justo cuando pensabas que no habría nada más extremo que lo que había presenciado, surge otra situación. Por ejemplo, últimamente, las historias que hemos escuchado sobre las personas que conocemos eran bastante insoportables y lo peor es que no hay mucho que puedas hacer al respecto más que aceptarlo.”
Lara Sargsyan, 36
Lara es una militar de la ciudad de Chartar que sirvió en el Ejército de Defensa durante 12 años. Durante la guerra participó en las etapas más cruciales del conflicto.

“La guerra es desastrosa en sí misma: en segundos todo cambia dentro de ti. Lo que antes considerabas importante, se vuelve insignificante desde el primer disparo. En los momentos más tensos, no sientes nada bajo los proyectiles y misiles, solo esperas con impaciencia el final de esta pesadilla. Si sobrevives, continúas con lo que tienes que hacer. He sido testigo de cómo un amigo mayor observó la muerte de un camarada más joven por la explosión de un misil a distancia. Pero él sigue sin asimilarlo, sigue esperando encontrarlo con vida. Se acercó bajo el bombardeo y halló a los muertos. No está confundido ni asustado, al contrario, continúa la lucha con más persistencia. En mi caso, el momento más difícil durante la guerra fue cuando escuché en la radio que el próximo ataque sería contra las posiciones donde estaba mi hermano, y me di cuenta de que serían batallas duras. No le deseo ni a mi enemigo que tenga ese sentimiento. No pude hacer nada para ayudar y solo recé a Dios. Todavía me persigue. Recé para que al menos los gravemente heridos se salvasen, y si no era posible, que no sufrieran al morir.”
Lika Zakaryan, 27
Lika Zakaryan es periodista de Stepanakert. A lo largo de la guerra, hizo reportajes desde los lugares y refugios más destacados. Se considera a sí misma como una niña de la guerra, llevaba un diario, compartiendo sus sentimientos como un testigo ocular.

“La guerra nos hizo experimentar muchas cosas, pero nunca olvidaré una. Una vez visitamos uno de los refugios en un sótano en Stepanakert y conocimos a mucha gente. Era un sótano con un puñado de niños y niñas. Niños y niñas que todavía estaban en Artsaj. Una mujer, Elmira, estaba haciendo tanav, una sopa nacional armenia. Nos sirvió a todos. Tomamos el tanav caliente que tanto echábamos de menos y hablamos. Contó historias de todas las personas que vivían en el sótano, que tenían hijos, hermanos, amigos, parientes en primera línea. Al fondo del sótano había un hombre frente a la televisión, sentado con la cabeza gacha, pero muy concentrado en el monitor. Y un poco más lejos, una mujer sentada. 'Su hijo ha estado viviendo en Rusia durante siete años', dijo la Sra. Elmira. '¿Quién te dijo que volvieras?'. '¿Ha vuelto?', pregunté. 'Sí. Al día siguiente de la guerra ya estaba en Stepanakert. Sus padres no lo habían visto desde hacía siete años. Entró en casa, besó a su madre y a su padre y dijo que iba a ir a la guerra. Así fue como volvió'. '¿No hay novedades?' 'No'. Y el padre y la madre, que vivían a la sombra de su hijo, esperaban sentados todos los días noticias de él. En ese mismo momento, leyeron todos los nombres en la pantalla, temiendo que el suyo pudiera estar en esa lista. Y oyeron el nombre de su hijo en la televisión... No ver a tu niño durante siete años, mandarlo fuera para que tenga una vida mejor, y ver su nombre en la lista de fallecidos... Nunca olvidaré sus gritos.”
Nune Arakelyan, 50
Nune es profesora de lengua y literatura rusa en Nagorno Karabaj, en la Universidad Estatal de Artsaj. No podía dejar a su único hijo y a otros parientes en el campo de batalla y abandonar Artsaj, por lo que permaneció en el refugio durante toda la guerra, cuidando de los y las ancianas desplazadas a la fuerza de las aldeas.
Nune ha preferido no ser fotografiada.
“La población mayor fue trasladada a nuestro sótano desde las aldeas en las que se estaban librando los combates. No olvidaré a una anciana, cuyo hijo había sido martirizado en la última guerra. Sus nietos luchaban en esta. Fue tan valiente, no desfalleció, en vez de eso consoló y animó a todos. En segundo lugar, cuando trabajaba como voluntaria en un hotel, vi a una anciana allí. Era profesora en la Universidad, dijo que vino a Artsaj para ayudar, para ser útil. Pero lo más conmovedor fue cuando mi hijo llamó desde el frente, grité histérica que iría con él y lo traería a casa yo misma por lo menos un día. Y me respondió que si me atrevía a hacerlo, sus compañeros le perderían el respeto, y él perdería el respeto por sí mismo y por mí.”
Kima Gabrielyan, 90
Kima es una violinista que se mudó de Yerevanpara vivir en Shushi (actualmente bajo el control de Azerbaiyán). Trabajó en la Escuela de Música de Stepanakert como profesora de violín, y después de dejar su casa y la tumba de su hijo bajo control enemigo, ahora vive en una residencia de ancianos de Stepanakert. Ahí conviven cientos de familias desplazadas a la fuerza. Incluso a su edad, sigue tocando el violín para enseñar a los niños y niñas desplazadas.

“Me sorprendió la pérdida de toda una generación, que tantos jóvenes fueran asesinados. Todos tenían entre 18 y 20 años. Se ha ido toda una generación. ¿Qué vamos a hacer? Esperamos 20 o 25 años, criamos a estos niños y perdimos a toda una generación. Lloré mucho. Aunque tengo 90 años veía perfectamente, pero este dolor me cegaba... No soy una política para elegir entre la tierra o las víctimas. Tal vez deberían haber pensado... No estoy diciendo que se lo den todo a los turcos, no estoy diciendo eso. Tenemos dignidad, somos armenios, debemos defender nuestra tierra, pero si se tomó esa decisión, debemos meditarlo. ¿Dónde está nuestro futuro cuando han muerto los jóvenes que iban a crear este futuro? ¿Qué vamos a hacer ahora? No lo sé… Me atormenta la idea de que dejé la tumba de mi hijo en Shushi. El último día, cuando entregaron la ciudad, estaba arrodillada ante la tumba de mi hijo cuando nuestros soldados me abrazaron y me sacaron de allí. Me metieron en un coche y nos fuimos. Ahora, mi único deseo es ir a buscar un puñado de tierra de la tumba de mi hijo.”
El poder de la tierra
Estas mujeres aún viven en Artsaj, aunque su vida se ha convertido en un período entre guerra y guerra, donde la incertidumbre les roba y se lleva sus sueños. Sobreviviendo a tres guerras y esperando otra, lo único que quieren es la paz. Al mismo tiempo, la mayoría de ellas están dispuestas a tomar un arma y defender su patria. Se dan cuenta de que deben soportar el peso de la derrota, animar a sus maridos, hijos y seres queridos con su sabiduría y carisma. Estas mujeres tuvieron el coraje de dar a luz y traer nuevas vidas a este mundo en los refugios, bajo los aterradores sonidos de las explosiones. Están para educar a las generaciones, que vivirán y reanimarán la tierra. Son el poder de la tierra.