El huevo de la serpiente

Nuestra sociedad está asentada sobre unas bases muy poco sólidas. La normalización del discurso extremo de la falacia y de los mensajes de odio nos van preparando para lo que puede llegar a ser un futuro muy poco halagüeño, un futuro en el que, al menos en la convivencia comunicativa, ya estamos y no es un lugar cómodo. Decir que los que querían fusilar a 26 millones de hijos de puta (la mitad larga de la población española) son de los nuestros; afirmar que un gobierno legítimamente apoyado en partidos perfectamente legales es ilegítimo llamando directamente al golpe de estado; …

Enrique Gómez, presidente de ARMHA. Foto: Iker G. Izagirre (AraInfo)

Nuestra sociedad está asentada sobre unas bases muy poco sólidas.

La normalización del discurso extremo de la falacia y de los mensajes de odio nos van preparando para lo que puede llegar a ser un futuro muy poco halagüeño, un futuro en el que, al menos en la convivencia comunicativa, ya estamos y no es un lugar cómodo.

Decir que los que querían fusilar a 26 millones de hijos de puta (la mitad larga de la población española) son de los nuestros; afirmar que un gobierno legítimamente apoyado en partidos perfectamente legales es ilegítimo llamando directamente al golpe de estado; expresar públicamente que en España se fusiló mucho pero fue “por amor”, es confundir el objeto de un verdadero amor, que han de ser las personas, con el que se tiene a una entelequia, aunque a esa entelequia se le llame patria.

Lo primero es apología del genocidio, lo segundo incitación a un golpe de estado, lo tercero es desprecio las víctimas del franquismo y por ende a la humanidad.

En estos días asistimos perplejos al lamentable espectáculo de mujeres machistas teniendo a gala el proferir indignantes insultos a una mujer que, entre otras cosas, pertenece al grupo de aquellas que han luchado precisamente para que sus detractoras estén en los foros que ahora utilizan para menospreciarlas.

Que haya hoy electorado tan poco preparado para dar alas a gente tan rastrera y peligrosa, denota que algo se ha hecho mal en nuestra sociedad.

Millones de personas no conocen el fascismo que arrasó durante décadas a nuestro país, llevándose por delante miles de vidas y todas las libertades.

Unos no tienen la culpa, nadie les ha enseñado esa parte de nuestra historia, los más jóvenes; otros están desencantados con los políticos, pues ven como se suceden en el poder las alternancias bipartidistas sin que sus vidas cotidianas mejoren.

Está también la labor de muchos medios de comunicación, que más bien son semilleros propagandísticos de odio y desinformación.

La democracia ha de ser participativa y la izquierda moderada ha de ser beligerante con la intransigencia, su pasividad es en gran parte culpable de la situación actual.

La derecha, procedente del franquismo, no ha sido capaz de entender que lo democrático es que no detente siempre el poder ejecutivo (los demás los tiene siempre) y que hay que ser liberales y anti autoritarios, quitándose para siempre la losa del franquismo de la que se sienten tan orgullosos, porque sino, al final, y ya les está pasando, no se van a diferenciar de los que hoy están más a su derecha volviéndose irrelevantes.

Estoy convencido de que hay que castigar más el delito de odio, que hay que hacer más participativa la democracia, para que la gente la sienta como algo suyo, y hay que enseñar a las nuevas generaciones adonde llevan esas confrontaciones que, al final y casi sin darnos cuenta, llevan de las palabras a los hechos; y esto se hace con pedagogía, explicando nuestro reciente pasado traumático con profundidad y sin negligencias.

Con la derecha poco se puede hacer: apoyaron a la corrupta monarquía siempre, la iglesia oscurantista y privilegiada se asoció siempre con ellos, las dictaduras varias que ha habido en nuestro país siempre han tenido el mismo color político. Llegaron a la democracia por la puerta de atrás y su soberbia les ha impedido siempre derivar hacia posiciones liberales, europeístas y librepensadoras.

Estamos viviendo momentos peligrosos el “statu quo”, la paz mundial, el estado del bienestar, no parece que estén pasando por sus mejores momentos.

Entretanto, las lacras de la humanidad: desigualdad, hambre, enfermedades y cambio climático, siguen haciendo estragos sobre la población del mundo.

Nuestras fuerzas son exiguas, pero cada pequeño gesto cuenta y, en lo que se refiere a nuestra sociedad, volver a ilusionarse, recuperar la esperanza, marcarnos pequeños objetivos y cooperar para conseguirlos, pueden ser la mejor (si no la única manera) de, al menos, conservar lo conseguido hasta ahora, bien lejos de esa revolución soñada, pero más cerca de un bienestar y una convivencia pacífica a la que todos deberíamos aspirar.

Luchemos por ello.


Artículo publicado originalmente en la web de ARMHA.

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