El hastío del estío

Foto: @Congreso_Es

El triunfo de la moción de censura ha configurado un nuevo escenario en el panorama político. Las consecuencias que acarreará la nueva situación están por ver, pero lo que podemos ir constatando es la encarnizada lucha desatada por hacerse con la herencia del “indolente” que habitaba la Moncloa.

Mariano ha dejado la actividad política tal y como llegó: por imposición de agentes ajenos a su voluntad y siendo sobrevalorado en sus capacidades.

La tónica habitual de su comportamiento fue la holganza disimulada bajo un mantra de reflexiva prudencia. Así sobrevivió a memorables meteduras de pata, a ataques justificados por sus torpezas, e incluso a descalabros electorales de proporciones insólitas.

Nada de eso logró hacer mella en su acomodado espíritu de niño-bien destinado a vivir entre las élites sociales.

La sorpresa que le produjo tener que dejar la Presidencia le llevó a esconderse durante la sesión vespertina que acabaría con su Gobierno, durante los debates fue sustituido por un bolso.

Rajoy tenía que haber realizado dos postreras misiones una vez consumada su destitución como Presidente: la primera era suturar las heridas provocadas por la pérdida del poder.

La segunda consistía en organizar al Partido Popular con el propósito de evitar una cruenta lucha interna que despellejara a los populares.

La batalla que finalmente se ha producido solo beneficiará a Ciudadanos que a la sazón es la opción ultra liberal auspiciada por las estirpes de rancio abolengo con José María Aznar a la cabeza.

Tanto Aznar como Rajoy nos han mostrado con diáfana exactitud la complejidad de sus personalidades: uno, José María, sufrió un arrebato de celos cuando se dio cuenta de que el pelele que había designado como sucesor se convirtió en un ser independiente de su dedo señalador.

El otro, Mariano, escaló al nivel máximo de ineptitud después de haber demostrado con creces haber alcanzado las más altas cotas de incompetencia.

Su desfilar por múltiples cargos y ministerios avala la teoría del empujón hacia arriba; la fórmula mágica utilizada por las administraciones para librarse del pontevedrés cuando era impuesto por alguno de sus múltiples mecenas.

El primer Presidente del Ejecutivo desalojado de la Moncloa mediante una moción de censura no dejó nombrado sucesor.

Se intenta vender como un merito democrático de Mariano Rajoy. Cuántas dudas nos asaltan al respecto, más bien parece que no tenía ninguna intención de dejar la poltrona a pesar de tener bastante agotado el discurso. “Me veo con fuerzas”, decía el ex presidente desalojado.

Esa intención de aguantar fue la que le equivocó y le dejó sin hacer testamento político. En la personalidad política de un ser tan simple como Rajoy no tiene cabida la improvisación ni la realización de un proceso con resultados imprevisibles.

Finalmente eso es lo que está resultando ser la convocatoria de primarias para elegir a la nueva cúpula del Partido Popular: una pugna de personalidades y enfrentamientos fraternales entre entrañables enemigos irreconciliables dispuestos a morir matando.

La opción Pablo Casado ha venido a mostrar las miserias de un partido corrompido por la ausencia de democracia interna desde sus orígenes como Alianza Popular, su refundación en el Partido Popular, su regeneración pos Aznar y sus sucesivos pasos por el taller para arreglillos de chapa oxidada por los mangoneos y pintura podrida por la corrupción.

En el ADN del PP no figura el gen de la democracia al igual que está ausente en el espectro de la derecha política española.

Es el precio que tienen que pagar por ser los herederos naturales de un genocida sin ser capaces de renunciar, denunciar y procesar al régimen del que emanaron.

La procedencia de su ideario les empuja a justificar la inacción para resarcir a las victimas aludiendo a la distancia temporal que nos separa del franquismo.

En un Estado que no fuera de broma -como lo es el que nos ampara- y que fuera democrático de verdad las familias de los represaliados ya tendrían a sus familiares con ellos para darles digna sepultura lejos de su torturador.

La perversa ignorancia de un personaje como Pablo Casado ha empezado a quedar de manifiesto cuando las hordas franquistas encabezadas por Luis Alfonso de Borbón -envueltas en banderas pre constitucionales- acuden al Valle de los Caídos a lanzar loas a un asesino reclamando la corona de España para el bisnieto de un genocida.

La “modélica” Transición nació tarada con un tremendo defecto: el manto de impunidad con el que se cubrió los crímenes del franquismo para proteger los privilegios y canonjías de sus herederos.

Es completamente imposible que los descendientes del partido de los “7 Magníficos” -con Manuel Fraga de faro y guía- tengan un gesto de honradez apoyando la restitución de los daños ocasionados con el levantamiento armado y la represión posterior.

Si algún día se aplicara la justicia en este país, los grandes y pequeños caciques verían desmoronarse sus infamantes imperios surgidos de la sangre, del dolor y del expolio de las víctimas.

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