Me gustaría tener la capacidad de realizar un análisis sesudo sobre la situación que estamos viviendo. Pero no es así. Cualquier cosa que escriba de aquí a unas horas habrá cambiado. Esta es la sensación que tengo desde hace semanas. Y estoy cansada. Por eso escribo. Como terapia.
Quiero quitarme de encima el traje de súper heroína que se nos ha puesto a las trabajadoras de la sanidad pública y el uniforme de soldado que de repente parece que todas llevamos puesto, en esta “batalla contra el Covid19”.
Ni somos héroes, ni vamos a la guerra. Esto que escribo es para recordarlo una y mil veces, las que haga falta, tantas como recuerdo, un poco cansina, las medidas básicas de lavado de manos o el toserse hacia el codo.
El lenguaje y la retórica belicista no son nuevos en el mundo sanitario ni al hablar de enfermedades. Tampoco el lenguaje superheroico. Pero nos pone en un escenario que no es real, o al menos no debería serlo.
Lo real es que somos trabajadoras y trabajadores de la sanidad pública. Cuando se analicen responsabilidades sobre la gestión de toda esta situación (hay quien lleva semanas culpabilizando a las movilizaciones del 8M o quienes señalan que habría que haber tomado medidas más drásticas desde el principio...cuestiones que requieren de un análisis mucho más profundo del que podamos hacer a día de hoy) hay una certeza inequívoca: El valor de lo público. Esas mareas blancas que salían en masa a gritar por las calles ¡¡¡sa-ni-dad pú-bli-ca!!! charraban de esto. Quienes agotados llevan años denunciando que los recortes están masificando las consultas, con listados de 50 personas por turno en Atención Primaria. Quienes piden que no se olvide a los municipios rurales más pequeños. Quienes saben de lo largas que son las listas de espera. Quienes denuncian las privatizaciones o quienes luchan por una sanidad universal que no deje nadie atrás...
Creo que no está de más recordarlo. Y resignificar lo público. A mí me ha costado sentirme partícipe del aplauso colectivo porque al principio me veía con esos roles que en estos días se nos imponen. Nunca viene mal que alguien te dé un toquecito de atención para que eso cambie. Yo tuve esa suerte. Cada aplauso es un reconocimiento al valor de lo público para sostener las vidas, pero sobre todo es un abrazo colectivo. Cada vez más fuerte, con cada vez más besos lanzados al aire (a distancia, sí), más frases de aliento y de ánimo por saber que de una situación como la actual sólo se sale en común y gracias a todas las personas que están confinadas en casa, que confían, que (se) cuidan, que están cambiando sus modos de vida para adaptarse a esta situación. Que miran por lo que es de todas antes que por su beneficio individual.
Remarco la importancia de lo público para que no se nos olvide. Porque después de los aplausos quizás necesitemos salir a las calles juntas a reivindicar lo que es justo. En una sanidad pública ya mermada, el recorte de derechos y las condiciones laborales de las trabajadoras en estos días sí es como para ponerse guerrera...En los centros sanitarios se están haciendo malabares para evitar contagios, para atender a todas las personas que lo precisan, para que no perdamos tantas vidas por el camino... Tengo amigas agotadas, haciendo turnos infernales. Otras que, desde hace semanas, cuando llegan a casa, se aíslan de sus familias, aun sin síntomas, por miedo a ser transmisoras de la enfermedad. Amigos preocupados por si les hacen o no el test dichoso para poder trabajar. Cansadas de la burocracia inútil, de los cientos de protocolos cambiantes, de desmentir bulos, de tratar de encontrar material de protección. Alertas con los contextos en los que están viviendo muchos de nuestros pacientes estas medidas. Con ansiedad, con preocupación, con miedo. Estamos acostumbradas a trabajar con la incertidumbre, pero nunca antes nos habíamos visto en una situación como la actual en la que las costuras del sistema no sabemos cuánto tardarán en romperse.
Y sin embargo, también está siendo el momento de comprobar in situ cómo el trabajo en equipo es fundamental y solo quienes sepan verlo y actuar en colectivo serán capaces de salir adelante. Cómo la acción comunitaria, la coordinación entre recursos, el empoderamiento de la población son esenciales, más en una situación de alarma como la actual. Qué cosas son superfluas y a cuáles hay que dar valor. Y poner el foco en quienes nunca ponemos, que, como siempre, serán quienes más sufran con esta crisis.
Mientras escribía han dado las ocho y los balcones se han llenado de alegría. Defender la alegría como una trinchera. Esta es la única contienda que nos deseo estos días.