El alcalde Azcón, Juan Forcén y el presidente Lambán

No es una nueva novela de Dumas, podría parecer un “remake” de Tres Mosqueteros, que no mosqueperros, pero creo que no, esto es algo más reciente y don Alejandro juraría y perjuraría que no tiene nada que ver. Sin embargo, parece que sean inseparables en los últimos tiempos. Si los lectores se fijan, seguro que sí, el nombre del prócer está colocado en el medio de los dos hombres públicos más importantes de Aragón, como tiene que ser para este nuevo rico, posiblemente el más influyente de este viejo reino que, un día, será república. Normal, Juan Forcén es quien …

Carlos Tundidor

No es una nueva novela de Dumas, podría parecer un “remake” de Tres Mosqueteros, que no mosqueperros, pero creo que no, esto es algo más reciente y don Alejandro juraría y perjuraría que no tiene nada que ver.

Sin embargo, parece que sean inseparables en los últimos tiempos. Si los lectores se fijan, seguro que sí, el nombre del prócer está colocado en el medio de los dos hombres públicos más importantes de Aragón, como tiene que ser para este nuevo rico, posiblemente el más influyente de este viejo reino que, un día, será república. Normal, Juan Forcén es quien engrasa la amistad de los dos extremos que, aunque tengan momentos de trifulca −igual que les pasaba a Athos y Aramis− aparece como Porthos que, caricia por acá, pañuelito por allá, lograba que los dos viejos amigos lo fueran hasta la muerte. O, al menos, hasta las grandes inversiones teñidas de negocios.

Es de admirar la gran prédica que el señor Juan Forcén Márquez, tiene entre el gran historiador que es el señor Lambán y el insigne abogado llamado Azcón. Da lo mismo que uno sea de la rosa, marchita o no, y el otro de la gaviota, cangrejera o colinegra; los dos, mejor dicho, los tres, se ponen de acuerdo rápidamente en cuantos asuntos se destapen con la mejor de las intenciones del tarro de las esencias: los negocios y los bienes públicos.

El señor Juan Forcén, esclarecido patricio de las finanzas, a bordo de su buque insignia, Grupo Plaza14, navega viento en popa −incluso, teniéndolo de proa− al frente del resto de navíos de línea en donde es amo y señor: D.U. Cambrils, IAC Solares, Nueva Plaza 2006, Fuenclara, Inversiones Grufomasa, Plural2000, Plaza14 Inversiones, I.A.Fomaca, R.C. Company, Residencial Puente Pilar, C. Rent Homes, y de la otra escuadra en la que es capitán adelantado, quiérese decir en estas lides, Consejero o Administrador Mancomunado. Y que conste que en tal segunda escuadra hay buques tan bien artillados como el de grandes Áreas comerciales, GP Solar Power, B.S.2012, Inpren, Inversiones Grancasa o Cuarte Desarrollo Urbanístico.

El alcalde Azcón Juan Forcén y el presidente Lambán

Con esta flota va al encuentro de una tercera que lleva camino de ser más potente que las dos anteriores: la flota combinada del dinero con el Bien Público. El usufructo de siete quioscos públicos en zonas emblemáticas de la ciudad, con el total apoyo del señor Azcón, el aprovechamiento de un hotel de lujo, pero del lujo del carísimo, explotando −¿será correcto la forma verbal y el propio verbo?− un bien público como la Estación de Canfranc a lo largo de 69 años −todos calvos al término− en buenísima sintonía con el historiador y un tercero, como si fuera la “Santísima Trinidad”. Dispuesto a poner la quilla y lo que haga falta a uno que le servirá de portaaviones, el mayor del viejo reino a nivel deportivo y urbanístico: El complejo comercial Romareda, un portaaviones con capacidades “benefactoras” -de beneficio, vaya, que, según fuentes fiables podría llegar a ser de más de 1.000 millones de euros en total. Y que nadie le llame “pelotazo”, ¿quizá “balonazo”?- para 75 años de apropiación privada del gran Bien Público. Debe de ser por si a los 69 quedara algún pelillo de esos que van a la mar, no fueran a tropezarse con la Armada Irresistible a babor y estribor.

¡Cuánta envidia, de la sana, da verlos tan contentos, tan amigos los tres, en tan buena relación! Envidia las veces que se les intuye comiendo del mismo pan, bebiendo del mismo vino, con las manos en los bolsillos, relajados y sonrientes, repartiéndose los bocados como buenos compañeros, sin egoísmos, nada de llevarse el mejor bocado del plato sin pensar en los otros dos, diciendo aquello de “todo para los tres, los tres para todo”. Lema que, estoy seguro, le encantaría, también, al señor Dumas. ¡Qué bonito cuadro, la verdad!

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