Tristes, rabiosas, indignados, perplejas, abatidos, solidarias. Los sentimientos afloran cuando pensamos en Palestina. Un pueblo castigado injustamente. Una sinrazón internacional que permite que un estado, el israelí, marque los tiempos de los disparos, de los bombardeos, de los asesinatos y el dolor.
Hace tiempo que la equidistancia dejó de ser una opción en el conflicto Palestino-Israelí. No es un guerra entre dos ejércitos, ya que una de las partes no lo tiene. No es un conflicto diplomático, ya que una de las partes no es tratada de forma igualitaria por las instituciones internacionales o la prensa. No es autodefensa proporcionada cuando por cada muerte de un lado mueren doscientos del otro. No son daños colaterales cuando cuatro niños son asesinados mientras juegan al futbol en la playa.
La soledad de Palestina es algo que podemos romper. Quizás nuestro grito no evite que caiga una bomba sobre una niña palestina, pero tal vez se convierta en huracán sonoro y agite la conciencia de muchos 'alguienes', para parar este genocidio.
Mientras sigue la ocupación, el incumplimiento de las leyes internacionales y los dictados del imperio (que sigue siendo el estadounidense), una brisa de esperanza sopla en la propia sociedad israelí, en el seno de la comunidad judía por todo el planeta, que también se va sumando a las muchas voces que gritamos ¡basta ya!
Palestina merece decidir cómo pueblo cómo quiere vivir, cómo quiere relacionarse con sus vecinos, cómo cultivar y comerciar, cómo gestionar la educación, la salud y la cultura. Como nosotras, todas somos Palestina. Las luchas son comunes.