Confieso que durante los últimos días tuve ciertas dudas sobre si ver o no el debate entre los cuatro candidatos a la presidencia del Gobierno español. Dudas que finalmente se confirmaron a tenor de lo que pudimos ver en RTVE y la baja calidad del mismo.
Aun así, quizá por defecto profesional o por simple curiosidad, opté por ponerme delante de la pantalla y comprobé de primera mano la inexistencia del debate. Cuatro monólogos que, debido a las estrecheces de la estructura y los límites de tiempo por intervención, sumado a la baja capacidad oratoria de casi todos los candidatos, no tenían más aspiración que ser recitados de carrerilla.
Abrió el debate el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, quien en sus primeros 30 segundos ya había atacado al actual presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, y pedido la dimisión de la presidenta de RTVE, Rosa María Mateo, a la que acusó de haber sido puesta “a dedo” por el socialista. Un hecho que es absolutamente falso, ya que fue nombrada por el Pleno del Congreso español el pasado 27 de julio en segunda votación y por mayoría absoluta de sus integrantes. De estas, que fueron muchas, y otras afirmaciones que se lanzaron en el debate se encargaron de desmontar en Maldita.es.
Tras Rivera, tomó la palabra el secretario general de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, quien quiso solidarizarse con los y las trabajadoras de la televisión pública y apostó por la obligatoriedad de los debates electorales.
A continuación el líder socialista, Pedro Sánchez, utilizó sus primeros 60 segundos para atacar a los dos partidos de “la derecha” (PP y Ciudadanos) y continuó con una defensa acérrima de su propio gobierno durante estos diez meses.
Por su parte, el presidente del Partido Popular, Pablo Casado, acusó a Sánchez de estar representando en el debate “a los independentistas y batasunos”, y tras ello, comenzó a lanzar cifras sin contrastar y aseveraciones más que dudosas, tal y como ya nos tiene acostumbrados, con el objetivo de frenar la debacle que se le anticipan en las encuestas.
Durante el primero de los bloques, ‘Política económica, fiscal y empleo’, los cuatro candidatos siguieron con las directrices marcadas por el partido: monólogo al viento y cero debate. Incluso el moderador, el periodista Xabier Fortes, llegó incluso a incitar a estos a faltarse el respeto en una de sus escasas intervenciones.
Casado continuaba, mientras reprochaba a Sánchez, arrojando datos sin sentido y carentes de argumentos; Rivera se autoproclamaba como adalid de los autónomos y apostaba por una bajada de impuestos, aunque sin matizar a quien o quienes; Iglesias, que fue el único que contestó a la pregunta de Fortes, abogó por subir los impuestos a las clases más adineradas y bajar el IVA a los productos de primera necesidad, de higiene femenina, etcétera, además de exigir la devolución de los 60.000 millones de euros de dinero público que recibieron los bancos para su “rescate”; y Sánchez en su línea, defensa de la labor realizada por el Ejecutivo hasta la fecha y alguna propuesta sin profundizar mucho en ella.
El resto de los bloques, ‘Política social y pensiones’, ‘Política territorial’, y ‘Regeneración democrática y Pactos postelectorales’ no ofrecieron nada nuevo, a parte de lo que ya sabíamos. Acusaciones al PSOE, por parte de Ciudadanos y Partido Popular, de querer “romper España” y de posibles pactos “con los que escupen a España” (Rivera incluso se permitió el lujo de poner una foto encima de su atril de Torra y Sánchez para documentar sus afirmaciones).
Iglesias, hasta por dos veces, preguntó al actual presidente por un posible pacto con Ciudadanos tras las elecciones, aunque no obtuvo respuesta. Rivera tendió la mano a Casado para gobernar. Sánchez agradeció a Unidas Podemos el trabajo y el apoyo recibido en diferentes fases de esta corta legislatura. Y Casado optó por enumerar alguna de las medidas que adoptará si llega al Gobierno: aplicación del 155 y de la Ley de Partidos, y cero subvenciones para TV3. Aún tuvo tiempo Sánchez de plantear una tercera posibilidad tras las elecciones: un Gobierno socialista apoyado por una amplia mayoría y con personas independientes “de reconocido prestigio”. Sin concretar más.
El final del debate todavía nos dejó uno de esos momentos que se encuentran a la altura de la ya famosa “niña de Rajoy” en la campaña de 2008. Cada candidato dispuso de un minuto para convencer a potenciales votantes y lanzar así sus alegatos cual charlatán de feria. Pero fue el líder de la formación naranja, Albert Rivera, en su minuto final, cuando como de si un reconocido dramaturgo se tratara, levantó el dedo índice al cielo y exclamó: “¿Lo oyen? Es el silencio. El silencio que nos heló la sangre a millones de españoles cuando los separatistas quisieron nuestro país en Catalunya […]”. Tras este momento de gran vergüenza ajena, decidí que ya había tenido suficiente. El resto ya es historia. O no.