Contrargumentario ninista. Una aportación al debate en torno a Siria

Ahora que el ataque directo sobre Siria parece inminente todo el mundo se apresura a posicionarse en contra de una nueva guerra imperialista. No obstante hasta ahora y aún hoy el conflicto sirio ha revelado, como hiciera el libio, una profunda discrepancia de análisis y posicionamiento en el seno de la izquierda. Sin duda es consecuencia de diferencias en las tradiciones políticas que componen este espectro ideológico de modo que de estas divergencias nace un debate que no suele -quizá por las grandes implicaciones que tiene- ser constructivo, sano o respetuoso. No es para menos, mientras allí unos y otros …

SIRIA purnaAhora que el ataque directo sobre Siria parece inminente todo el mundo se apresura a posicionarse en contra de una nueva guerra imperialista. No obstante hasta ahora y aún hoy el conflicto sirio ha revelado, como hiciera el libio, una profunda discrepancia de análisis y posicionamiento en el seno de la izquierda. Sin duda es consecuencia de diferencias en las tradiciones políticas que componen este espectro ideológico de modo que de estas divergencias nace un debate que no suele -quizá por las grandes implicaciones que tiene- ser constructivo, sano o respetuoso.

No es para menos, mientras allí unos y otros se están matando aquí los compañeros de lucha del día a día nos dividimos y apoyamos a esos unos o esos otros ¿cómo pretender que eso no afecte a nuestras propias relaciones políticas? ¿Cómo superar el hecho de que aquellos con los que nos solidarizamos y a los que apoyamos se están matando entre sí? ¿Cómo pasar por alto el que nos miremos pensando de unas que hacen el juego al imperialismo y de otras que apoyan a un dictador sanguinario? No tengo la respuesta a esas preguntas ni pretendo responderlas aquí, tan solo sirven para ejemplificar la profundidad de la cuestión que nos ocupa.

Mi interés es pues analizar algunas de las estructuras argumentales que emplean ambos discursos y hacer valer la posición que avalo, expresando las razones por las que lo hago y por las que considero inconsistente el discurso contrario. Hay que aclarar que en lo relativo a una guerra como la que se vive en Siria el debate se vuelve casi siempre una eterna disputa por la posesión de la verdad acerca de los hechos y los bagajes ideológicos previos tienden a quedar ocultos bajo la propaganda pese a que son los elementos que más condicionan nuestras posiciones. Por ello lo que aquí expreso en la mayoría de los casos no es un juicio sobre ese campo empírico sino sobre los condicionantes y argumentos que usamos para interpretarlos. El debate subyaciente no es concreto ni depende de Siria o Libia sino que es un escollo que se manifiesta -y manifestará- insistentemente debido a diferencias ideológicas en algunos casos insoslayables.

Por lo general existe en el análisis global de la política internacional una divergencia en torno a su misma lógica. Esto es principal y supone, a mi juicio, la fractura más profunda y que a más enfrentamientos puede llevar en el seno de la izquierda alternativa. Sin entrar en su desarrollo histórico previo, lo que motiva hoy la divergencia es la constatación de que la política de bloques acabó y que, por tanto, todos los contendientes internacionales son «potencias enemigas». De algún modo se consensua un cierto escenario regresivo que presentaría similitudes con lo vivido previamente a la Revolución Rusa y a la ruptura de la II Internacional. El ninismo de nuestros días es valedor, consciente o inconsciente, de esta tesis y con seguridad se siente heredero de las valientes comunistas que preservaron los valores internacionalistas ante el advenimiento de la I Guerra Mundial.

Se da por hecho que ha habido una «vuelta atrás» y que tras el desmantelamiento de la Unión Soviética debemos mirar el mundo y la política internacional como lo miraban nuestros antepasados. Se llega, de hecho, a sostener la tesis del interimperialismo y se equipara a todas las potencias capitalistas como el mismo mal; con mayor o menor capacidad pero, al menos, con el mismo despreciable estatus político. Usar esta premisa en nuestro análisis internacional tiene muchas consecuencias y ayuda a comprender gran parte de las posiciones que se toman en nuestros días. Un mundo multipolar, interimperialista, es un mundo donde el imperialismo no se ejerce de manera jerárquica y unidireccional sino que responde a una multiplicidad global. No se niega la jerarquía sino el hecho de que pueda haber potencias capitalistas antiimperialistas debido a que se da por hecho que todas cumplen el mismo papel.

Frente a ello la postura heredada de la izquierda prosoviética es comprender el imperialismo no como un mal indiscernible de todo estado sino como la doctrina y práctica política actual de los Estados Unidos y sus aliados. La explicación es a grandes rasgos, ambas posturas se matizan hasta el infinito pero con todo nos sirve para hacernos una idea de por dónde van los tiros. Hay una diferencia fundamental entre comprender a la Rusia nacionalista como un abominable imperio similar al estadounidense o como un estado capitalista más que pretende defenderse de la dominación global yankee.

Por mi parte, considero que no se puede hablar de proceso regresivo que nos devuelva a un supuesto escenario interimperialista asimilable al anterior a la URSS (ni a uno nuevo) sino que no se pueden obviar las consecuencias históricas de la política de bloques. La Guerra Fría y la Globalización alteran el panorama por completo y en la medida en que el Pacto de Varsovia desapareció y la OTAN continuó actuando no se puede hablar todavía de interimperialismo. EEUU ha sido y pretende seguir siendo el dueño del mundo de modo que ante su poder imperialista no valen «imperialismos sustitutivos». Esto no quita para que cada superestado capitalista puede ser, a su vez, un agente local imperialista (o, mejor dicho, colonialista) que haga valer su orden militar, económico y social sobre una cierta área que puede controlar. Es el caso claro de Rusia pero también de España con respecto a los territorios que domina. Sin embargo la perspectiva no deja de ser focalizada, regional, de tal modo que cuando ampliamos la vista a la globalidad el papel de «único dominante» es ejercido por el empoderado Estados Unidos.

Reducir el análisis a una cuestión de imperialismo/antiimperialismo no deja de ser un reduccionismo intolerable, como bien se ha señalado en más de una ocasión. No obstante el ninismo suele acusar injustamente a las posturas pro-gobierno de simplismo cuando introduce el elemento antiimperialista acusándolo de pensamiento «binario». Sería una crítica justificada si realmente quien la lleva a cabo tuviera una riqueza argumental palpable pero vemos cómo constantemente por parte de estas posiciones se ponen en marcha conceptos como el de «pueblo» o «revolución» que pretenden salvar con retórica clásica su argumentario. Al parecer el pensamiento binario lleva a apoyar a estados y gobiernos dictatoriales frente a su pueblo, algo que parece intolerable desde la izquierda. Lo interesante es que el ninismo se arroga frente a ese oscuro estalinismo su apoyo único al pueblo, como si éste fuera un cuerpo suficiente y ajeno al conflicto y a los intereses de los bandos, ambos dos serían, en el imaginario nini, usurpadores de su soberanía.

Esta perspectiva es profundamente mística, ¿Quién es el pueblo en Egipto; los Hermanos Musulmanes o los coptos y la oposición laica? ¿Es menos pueblo los centenares de miles de personas que salen a apoyar a Al Assad en Damasco que quienes en 2011 protestaron contra su gobierno? Reducir la apuesta a semejante populismo, como si gobierno y «rebeldes» (una vez que el ninismo no puede negar que estos últimos son principalmente mercenarios terroristas) fueran algo ajeno a ese pueblo metafísico, es más propio de una ONG que de un movimiento político. Mientras se acusa de simplismo y de no atender a las condiciones internas de los países no se duda en emplear un término tan complejo como un todo unificado y sin fisuras. Esto clarifica la postura ninista; si se desprecia tanto al imperialismo como al gobierno que resiste su embate se está con nadie, no hay posición en el conflicto sino retórica abstracta acerca de un término «pueblo» que no adquiere concreción. Si todos son iguales, el resultado del conflicto no interesa pues la «revolución» ha sido secuestrada por potencias extranjeras y ya no queda nada por lo que luchar. Este concepto de secuestro y de haber llegado a convertirse en «presas» de la geopolítica no deja de ser un concepto utopista e ideal que presupone, una vez agotadas la efusividad de las espectativas iniciales, el surgimiento de un escenario en el que la izquierda ninista solo puede velar por el cumplimiento de los derechos humanos en el conflicto.

Es de hecho algo más problemático si cabe el hablar de revolución. Aún dando veracidad a las informaciones que el ninismo transnacional expresa nos queda la duda ¿qué es a lo que llaman ellos revolución? En el mejor de los casos a derrocar cierto sistema político para sustituirlo por una democracia burguesa. Esta perspectiva democratista esconde un profundo etnocentrismo e, indiréctamente, legitima las formas de gobierno que dominan nuestro contexto en la medida en que se contribuye a mirar a Oriente Medio con la misma lente que lo hace el imperialismo occidental. En concreto bajo la perspectiva de que éste ha de «avanzar» hacia la democracia, obviando la posibilidad y el derecho de que estos pueblos puedan construir sus propios y genuinos sistemas políticos. Ésta y no otra es la concesión lingüístico-conceptual que el ninismo hace a las fuerzas reaccionarias internacionales al denominar a según qué revueltas «revoluciones», porque desvirtúan el término y entroncan con el lenguaje legitimador del poder.

Por otro lado es necesario plantear esta dinámica eurocéntrica de la que el ninismo se encuentra impregnado. Una moralina orientalista que exporta cadáveres propios ante cualquier conflicto ajeno. En el imaginario ninista siempre hay un sátrapa, la figura proyectada del dictador occidental, que oprime a su pueblo y que parece servil al sionismo y a Occidente. Sus condicionantes, su contexto y su acción es negada ante la soflama del «malvado dictador». De alguna forma la izquierda española en concreto ha proyectado sobre la figura de Assad y de Gadafi sus propios miedos a la sombra de Franco. El término «dictador» es un dispositivo que en Occidente funciona por sí solo y que en el Estado español cumple especialmente bien su función: toda cabeza visible de un 'Estado-Otro' es visto con la misma lente con la que se mira al dictador occidental.

La izquierda occidental se arroga así el derecho de aplicar sus propias categorías a otras culturas y regímenes políticos negando a los pueblos toda posibilidad futura que no pase por su propio concepto de democracia y de justicia. Esto se ve claramente en el concepto de interimperialismo que no deja de ser el discurso que la izquierda occidental se monta para justificar que no es su civilización la que oprime al mundo sino que todas, en una suerte de caos natural, se oprimen entre sí. Se equipara al opresor y al oprimido como si fuera el mismo imperialismo el de las centenares de bases estadounidenses que pueblan Oriente Medio, que cercan a Rusia o que apuntan a China con la respuesta de estos para intentar que más países a sus fronteras no caigan en manos de gobiernos títeres de Occidente. La noción de interimperialismo niega la responsabilidad histórica del colonialismo occidental. Se lleva a todos los estados al estatus de agresor ignorando (dado lo reducido del concepto mismo del imperialismo) la dominación colonial Norte-Sur.

Y sin embargo la mayor flaqueza que se le encuentra al ninismo es la que viene aparejada a su posición en el conflicto concreto. Se suele decir que nada temen más los revolucionarios que incrementar con su acción las cadenas que les someten. Este concepto tan simple es el que el ninismo ignora y que en su visceralidad condena a la izquierda a una división que tan solo nos retrasa. Del mismo modo que un pueblo al independizarse puede favorecer los intereses del imperialismo y en consecuencia no debe apoyársele en su empresa, un pueblo al protestar puede favorecerlo de igual modo, en cuyo caso tampoco debe hacerse. Otra perspectiva no es antiimperialista, es moralizar la política internacional, que no está constituida de buenos o malos, ni de los nuestros o los vuestros sino de simples intereses. Así utiliza el imperialismo las protestas que el ninismo ha mitificado (sirviendo como caballo de Troya del discurso intervencionista) sea en Siria, Rumania o en Libia.

En 'Historia de la Sexualidad' Foucault habla de la "polivalencia táctica de los discursos" que, sin duda, incluye una simultaneidad táctica de estos o, lo que es lo mismo, el hecho de que uno al -creer- hacer la revolución está sirviendo a la reacción. Y qué duda cabe que a ésta es a la que sirve cualquier sirio -si es que queda alguno- que hoy se pueda encontrar entre las filas del ELS. La clave de la política internacional es que al estar discursivamente a favor de una cosa se puede estar, en la práctica, en contra de ésta misma; si no sabemos jugar esta contradicción no estamos haciendo política sino moral y esto nos lleva a la catástrofe. Tras ello se esconde el hecho de que una guerra no deja de ser la oposición de dos opuestos absolutos. Hay múltiples facciones pero solo dos bandos, esto es, solo dos posibles posiciones: o con unos o con otros.

La clave para comprender el ninismo como un actor funcional para el imperialismo pasa por aceptar que lo relevante no es lo que las facciones beligerantes quieren sino la función que cumplen dentro del conflicto, en global, con su acción. De nada sirve estar nominalmente contra la intervención imperialista si se lleva dos años apoyando a una facción que por muy 'revolucionaria' que se diga se encuentra coaligada con los mercenarios pagados por Occidente. Lo que importa al final es el cómputo general del bando, quien lleva la sartén por el mango dentro de los denominados 'rebeldes'. Si atendemos a esto vemos que, como bien ha sabido leer la mayor parte de la izquierda siria, estar con una facción de la oposición es estar directamente con un bando que pide la intervención extranjera y esto resulta intolerable. Nadie dijo que esto fuera a ser fácil.

Guillén González, militante del Independentismo Revolucionario Aragonés | Para AraInfo

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