Consentimiento, sumisión y humillación

La Iglesia católica española debe asumir las compensaciones económicas pertinentes al tratarse de un organización rica con propiedades y activos para paliar el daño que han hecho parte de sus integrantes tanto de forma directa como indirecta a centenares de ciudadanos de este país, obligándoles aceptar el abuso o violación con consentimiento, sumisión y humillación. En los casos de abusos a menores siempre hay una diferencia edad, de madurez, de envergadura física, de fuerza, de jerarquía que obligan a la víctima, entre otros horrores, a dar el consentimiento por miedo a la persona que lo realiza, mostrar sumisión para no …

La Iglesia católica española debe asumir las compensaciones económicas pertinentes al tratarse de un organización rica con propiedades y activos para paliar el daño que han hecho parte de sus integrantes tanto de forma directa como indirecta a centenares de ciudadanos de este país, obligándoles aceptar el abuso o violación con consentimiento, sumisión y humillación.

En los casos de abusos a menores siempre hay una diferencia edad, de madurez, de envergadura física, de fuerza, de jerarquía que obligan a la víctima, entre otros horrores, a dar el consentimiento por miedo a la persona que lo realiza, mostrar sumisión para no enfurecerla o que el daño físico sea el más leve posible y sentir una enorme humillación en el momento en que es consciente de lo que ha ocurrido, esto último puede suceder mucho tiempo más tarde, el cerebro humano tiene mecanismos para "enterrar" durante años experiencias negativas, o traumáticas que pueden "resucitar" en cualquier momento al ver una  imagen o una película, o una situación por unas  palabras oídas o leídas en un libro, o una noticia, a toda esta situación se tiene que sumar en los casos que intervienen miembros de la Iglesia que el victimario se aprovecha de la confianza de la víctima o de la familia de esta, el estudio y conocimiento de los menores idóneos para sus intenciones, el conocimiento del espacio, las circunstancias, el poder y la autoridad, a ello se le tiene que añadir muchas veces el consentimiento del entorno religioso próximo y del jerárquico. Han sido cientos y posiblemente miles de abusos (veces ocurridas) en todo el estado en cuanto maltratos perpetrados, las victimas no han abierto la boca durante décadas algunas porque tienen enterrado el maltrato, otras por miedo a la vergüenza y a reconocer públicamente la humillación sufrida, en ocasiones incluso conscientes de lo ocurrido no lo han comentado a nadie durante años y ahora empiezan explicarlo en su ámbito privado. En los últimos años hay una serie victimas que han dado un paso al frente denunciando parte de los delitos, es de agradecer su valentía e iniciativa que seguro que ha ayudado y ayudará a otros a dar el paso al frente o a sentirse acompañados y explicarlo, pero todos sabemos que lo denunciado hasta ahora posiblemente no es ni la punta del iceberg de lo ocurrido en los últimos 60 años.

Los obispados y las congregaciones afirman que su máxima preocupación son las víctimas, a mí me gustaría recordarles que son responsables de todas las víctimas las que han denunciado, las que han testimoniado, las durmientes, las anónimas, las fallecidas.... Tienen que asumir esta responsabilidad porque se lo merecen no solo por los abusos recibidos sino también por la labor intencionada de encubrimiento, con la agravante de reiteración, que han contado muchos profanadores por parte de otros miembros y jerarcas de la Iglesia Católica. En muchos centros y parroquias estos abusos eran secretos a voces entre los menores y alumnos que habían llegado a oídos de los superiores y como en casi toda Europa incluso de Obispos. Si quieren enumerar los delincuentes háganlo con todos los abusadores y añadan a los cómplices.

Por la manera en que han transcurrido todas estas transgresiones dentro de ciertos ámbitos de actuación la Iglesia, las congregaciones y los obispados no pueden eludir ninguna investigación ni responsabilidad jurídica, económica ni compensatoria en la que exista perjuicio a algún menor, si realmente quieren estar al lado de estas como dicen, deben también identificar a todos los depredadores aunque hayan fallecido y no deben situarse en una ficticia "zona de confort", dadas las circunstancias, minimizando las responsabilidades propias, el número de agresiones, las consecuencias a corto plazo, las secuelas producidas, la impunidad repartida. No disponen de una "bula" que exima a todos los facinerosos y a sus protectores frente al conjunto ciudadanía de una Sociedad a la que Iglesia Católica necesita y de la que forma parte, donde viven sus seguidores y que justifica su existencia. Al margen de la ley existe un comportamiento cívico por encima de todo que deben cumplir como parte que son de la ciudadanía y por las responsabilidades que han promovido, asumido y aceptado. La indemnización por daños y perjuicios debería ser asumida porque  queda claro que aparte de los daños físicos, psicológicos y las secuelas causados existe el incumplimiento por parte de la organización de la obligación de asistir a la víctima desde el primer momento en que se conoce el delito provocado. En qué situación ética y moral se sitúa la iglesia católica española delante de la población negándose. Por otro lado para evitar que nadie se sienta con el derecho minimizar los abusos de menores debería legislarse la apología de los mismo y tal vez de esta manera no ahorraríamos algunos comentarios realizados por jerarcas de la iglesia que poco menos los justificaban.

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