Cocina, fogones y clase social

Cocinar alimentos es una de las prácticas más antiguas de los seres humanos desde el uso del fuego. Es uno de los elementos básicos de la reproducción social: qué, cómo y quién cocina, para quién y con quién se consume es lo que hay que preguntarse si queremos conocer las relaciones sociales y económicas que configuran una sociedad. La cocina es un trabajo esencialmente femenino y con un acceso desigual a los tipos de alimentos según la clase social. Los ricos comen más y mejor mientras que el resto de la población accede a los recursos básicos para la subsistencia. …

cocineraCocinar alimentos es una de las prácticas más antiguas de los seres humanos desde el uso del fuego. Es uno de los elementos básicos de la reproducción social: qué, cómo y quién cocina, para quién y con quién se consume es lo que hay que preguntarse si queremos conocer las relaciones sociales y económicas que configuran una sociedad.

La cocina es un trabajo esencialmente femenino y con un acceso desigual a los tipos de alimentos según la clase social. Los ricos comen más y mejor mientras que el resto de la población accede a los recursos básicos para la subsistencia. No es casualidad que los primeros recetarios estén escritos por ricos y para ricos. Aunque la revolución industrial y la expansión colonial proporcionaron en occidente nuevos alimentos y maneras de cocinarlos, y los hizo más accesibles, no supuso una mejora sustancial de la alimentación de la mayoría hasta que no se conquistaron unas mejores condiciones de vida en base a las luchas.

La consolidación del Estado del bienestar comporta una apertura de mercados de la industria alimentaria dirigida a amplias capas de la población, haciendo asequibles alimentos anteriormente accesibles sólo a las clases dominantes. Paralelamente la agroindustria inicia su “revolución verde” a base de nuevas técnicas basadas en los pesticidas, herbicidas y fertilizantes químicos, produciendo un empobrecimiento ecológico, la incorporación de estos químicos y fármacos a la ingesta humana y la desaparición de miles de especies tradicionales.

La incorporación de las mujeres al mundo del trabajo, que no se ha traducido en un reparto del trabajo doméstico entre hombres y mujeres, reduce el tiempo de que dispone para el trabajo doméstico. Así surgen nuevos fenómenos como los precocinados y muy especialmente el fast food.

La crisis ha provocado ya que unos dos millones de niños y niñas en el Estado español tengan deficiencias nutricionales y los primeros casos de muerte por hambre. También se está reduciendo cada vez más el gasto familiar destinado a la alimentación. Menos variedad y más productos baratos e hipercalóricos, rápidos de comprar y consumir. Paradójicamente cuanto más pobre más problemas de obesidad. La precariedad conlleva horarios imposibles de conjugar con una compra en el mercado local, y el tiempo que se dedica al cocinado o a un consumo reposado. Una espiral que conlleva una merma para la salud y la calidad de vida.

Sólo destruyendo el paradigma actual podremos reconquistar el disfrute de preparar los alimentos, explorar los sentidos, dándole toda la dimensión social y humana de comer y beber en sociedad.

Aleix Bombilà, militante de En lluita | Publicado por En Lucha | Para AraInfo

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