El oasis chileno, una falsa ilusión de armonía y paz, desgarrado por 30 años de abusos y tratos indignos no aguantó la indolencia neoliberal y estalló. Una movilización que sacó a la calle a cientos de miles de chilenos, liderados por una parte de su juventud, apuntando por cambios sustanciales en Chile.
Durante décadas siempre han sido bonitas las palabras para elogiar el modelo neoliberal. Expertos y economistas de otras latitudes proponían el modelo chileno como uno digo de replicar en otros países del llamado tercer mundo. El laboratorio neoliberal ofrecía cifras para que los predicadores de la economía de libre mercado lo ocuparan para hablar de sus bondades, ocultando la cruda realidad vivida en los sectores populares que endeudan para poder sortear la vida mes a mes.
La revuelta popular dejo en evidencia las falencias del sistema político-económico chileno. Es el resultado de una acumulación de tensiones socioeconómicas y políticas a lo largo del tiempo. Una desigualdad multidimensional que, al momento de buscar sus causas, nos encontramos con los pilares fundamentales de sistema económico mundial. De ahí la trascendencia que para muchos en el mundo tiene lo que ocurre en las calles de Chile
El Chile de los explotados y explotadas se comenzaba a incendiar en la pobreza y a pesar de las concesiones y ofertones de último minuto que, el gobierno de Sebastián Piñera hacía, la ira no cesaba. El daño era demasiado profundo y había calado a grandes capas de la sociedad. La llamada clase media, la base de apoyo que ha tenido este sistema, cansada dijo basta y salió a protestar masivamente solo para ser escuchada. La gente ya no creía en las promesas y en el modelo que los había dejado en el completo abandono.
La pérdida de legitimidad del sistema que desembocó en una crisis social, política y de derechos humanos también reveló hasta qué punto el estado falla gravemente al asegurar el derecho de reunión, la igualdad ante la ley, la protección frente a la violencia estatal. La fuerte represión, por parte de policías y militares en las calles, terminó con más de 8 mil personas a las que se les habrían vulnerado sus derechos fundamentales, entre ellos más de mil menores de edad. Cuatro informes internacionales confirmarían las denuncias de violaciones a los ddhh.
La revuelta obligó a que haya una apertura para discutir cambios estructurales que lleva, por obligación, a un cambio a la Constitución política que fue redactada en plena dictadura cívico-militar. El acuerdo del 15 de noviembre en el parlamento entre las fuerzas políticas que apoyan a Piñera y las de la oposición (igual de cuestionada que el gobierno) convocará a un plebiscito al que están llamado los chilenos y chilenas para consultarles si, aprueban o rechazan una nueva constitución.
Fue un despertar que remeció a Chile entero y sería fácil embriagarse con la especularidad de la revuelta, pero no podemos olvidar que la élite hará todo por acallar las voces de cambios y hay que estar atento para que ello no ocurra. Los guardianes del sistema siempre estarán dispuestos a hacer todo lo posible para truncar el paso, miles de torturados, asesinados y desaparecidos en la dictadura que derrocó a la vía chilena al socialismo son muestra de ello.
Ese relato de milagro no era tal milagro sino más bien una ilusión construida por los defensores de neoliberalismo. El pueblo, que tiene la convicción de que no puede nacer nada nuevo si no es sobre las ruinas de lo viejo, hoy no quiere volver a la realidad de antes del 18 de octubre. Esa normalidad era la desigualdad y no quiere que la lucha que ha dado desde el 18 de octubre acabe (las movilizaciones y protestas no han cedido completamente a pesar de la pandemia global que igual afecta a Chile) sea en vano y sirva para reflexionar y reconocer que el sistema chileno no protege los derechos humanos de todas las personas por igual, y que es necesario corregirlo desde su base, empezando por una Constitución con todos los derechos humanos en el centro.
Las grandes alamedas son las que nos ponen en marcha, al decir de Galeano, y el compañero presidente nos diría antes de morir que más temprano que tarde pasaran por ella el hombre [y la mujer] libre para construir una sociedad mejor. A un año de la revuelta, e inmerso en una pandemia mundial, el futuro de Chile sigue en manos de las masas ciudadanas, las que tienen que decidir si Chile lo siguen construyendo los mismos de siempre o será esta vez el pueblo quien, de forma colectiva, lo haga entre todas y todos.