Las elecciones de este domingo pueden escenificar una tendencia política en Catalunya que, aún cuando no podemos saber si ha venido para quedarse, demuestra el momento de excepcionalidad política que vive el país.
No es raro pensar que una ciudadana haya votado a ERC en las elecciones generales, a la CUP en los comicios de Catalunya, y para el próximo 26 de mayo se plantee decantarse por el espacio de los comunes y Podemos en su municipio y por Puigdemont en las europeas. Este es solo un ejemplo de las muchas combinaciones que existen.
¿Poca fidelidad en el voto? ¿Una sistema democrático dinámico y por lo tanto más sano? ¿Un ciudadanía más concienciada capaz de elegir su opción política en función del territorio sobre el que se le consulta? ¿Una indefinición de los partidos que han perdido sus límites y juegan casi todos a ser formaciones atrapalotodo?
Lo cierto es que resulta complicado sacar conclusiones del nuevo paradigma electoral catalán. Faltan análisis serios, pero el ciclo electoral del último lustro ha sido frenético y pararse a pensar es un lujo por la falta de tiempo; no en vano las y los catalanes han votado nueve veces en los últimos cinco años.
Más allá del componente eterio del voto en Catalunya, los comicios dominicales también demuestran que en unas mismas elecciones, caben diferentes elecciones.
Las municipales en Catalunya: entre ERC y Junts, sin olvidar a la CUP
El pasado 21 de diciembre de 2017, en las elecciones impuestas vía artículo 155 de la Constitución española, ERC, con sus líderes en la prisión y el peso moral que eso supone, estaba destinado a convertirse en el nuevo partido hegemónica de Catalunya. El efecto Puigdemont, que prometió regresar de Bruselas si ganaba los comicios, fue suficiente para que decantar la balanza y acabar con las aspiraciones de Esquerra. Junts per Catlaunya, que antes fue Junts pel sí, que antes fue el PDeCAT, que antes fue Convergència y que antes fue CiU y todo ello en menos de seis años, sobrevivió apelando a la heroica del president; la heroica del president Tarradelles, un golpe aún más duro para ERC.
Las pasadas generales del 28 de abril escenificaron el triunfo definitivo de ERC sobre los postconvergentes. En estas municipales la formación republicana espera poder repetir esos resultados para finalmente convertirse en el partido alfa de Catalunya. Pero no tan rápido pues en 2015 la derecha catalana registró el 21% del voto –si bien perdía un 6% con respecto a 2011- y ERC se situaba en el 16%.
La cautela impera, ya que la formación independentista ha sumado demasiadas decepciones en los últimos años, y vencer a Junts per Catalunya en el norte y centro del país todavía está lejos de su posibilidades. En estas regiones las y los votantes independentistas no se fían del pragmatismo de ERC y sus juegos de despachos en el Congreso de los Diputados. En cambio aprecian la firmeza de JxCat y la CUP en sus aspiraciones soberanistas. Además el arraigo sociológico de la exconvergencia en los municipios más pequeños es todavía muy alto y ERC que en realidad es un producto mucho más urbano de lo que las y los integrantes del partido están dispuestas a asumir, es en estas zonas de pequeña industria, una rara avis.
En resumen, pese el triunfalismo, el republicanismo anda con suspicacias, pues el ya citado sorpasso solamente está en las cabezas y esperanzas de la formación y en la opinión publicada.
A todo ello hay que sumar la presencia de la CUP. La formación anticapitalista se hizo fuerte en muchas plazas en las pasadas elecciones y en esta ocasión se presenta con 208 listas, 45 más que en 2015. Como ya hiciera entonces, la candidatura ha unido fuerzas con otras formaciones de la izquierda transformadora. Ciudades como Girona, Lleida, Manresa, Vic, Figueres o Banyoles ostentan su coalición izquierdista y las expectativas de voto para estos espacios políticos son altas. En algunos casos como Girona, incluso podrían llegar a la alcaldía.
El candidato de esta última ciudad por la CUP, Lluc Salellas, en un reciente artículo para la revista El Crític explicaba la necesidad de vestir un proyecto transformador que escape a los esquemas de una Catalunya metropolitana enfrentada a una Catalunya no metropolitana. Ciertamente y sin llegar a los límites extremos de Aragón, en Catalunya, el 30% de la población vive en el 0,45% del territorio, en la comarca del Barcelonès. Mientras, hay regiones en las que la densidad de población se sitúa por debajo de las 5 personas por kilómetro cuadrado. Es un problema del que se habla poco y en muchas ocasiones la izquierda fundamenta todas sus campañas y políticas en esas zonas donde la densidad de población es de 15.387 habitantes por kilómetro cuadrado, pero que en realidad no suponen la mayoría de la población.
Las municipales en la zona obrera de Catalunya: el PSC que nunca muere
La segunda fuerza más votada en las pasadas elecciones municipales fue el PSC con el 17% del voto. Esta meritoria segunda posición en gran parte fue gracias a las papeletas que la formación consiguió en el llamado Cinturón Rojo, las regiones tradicionalmente obreras cercanas al Barcelonés que concentran el 33,7% del PIB catalán –la capital concentra el 36,8% del PIB-. En estas zonas en las que el PSC que tradicionalmente arrasaba, el partido consiguió mantenerse como primera fuerza en ciudades tan importantes como l’Hospitalet, Cornellà, Mollet o Santa Coloma pero perdió muchos ediles. En 2015 parecía que el socialiberalismo estaba viviendo una lenta agonía en manos de En Comú –integrada básicamente por Iniciativa y Esquerra Unida y Alternativa- y Podemos.
Experiencias como Barcelona o Badalona en que la izquierda transformadora ganó las elecciones hacían suponer que el recambio estaba servido. Así mismo en las últimas elecciones de Catalunya, Ciudadanos arrasó en estas zonas y las deficiencias del PSC en el Cinturón Rojo, con gobiernos caciquiles de más de 30 años de duración y casos de corrupción por doquier, se hacían más que evidente.
Sin embargo, la transmutación no ha sucedido y después de las pasadas elecciones generales, el PSC ha vivido su propio despertar. Un partido deprimido, ahora saca pecho de haber parado al fascismo –cuando en realidad Pedro Sánchez pedía debatir solo en programas televisivos donde estuviera Vox-, y eso se nota en las zonas industriales. A ello hay que sumar otro hecho: Podemos y el espacio de comunes no ha supuesto el revulsivo que se esperaba. Las llamadas fuerzas del cambio han caído en muchas ocasiones en guerras fratricidas entre esas personas que se integraban de nuevo en la política y aquellos viejos integrantes de partidos como ICV o EUiA; los herederos del PSUC.
Es por todo ello que parece que el silencioso ascenso que estaba viviendo ERC en estos territorios se verá frenado por esa retórica victoriosa del PSC. Con todo, el dedo no debe tapar la luna, pues resulta de lo más meritorio que un partido independentista como el republicano, que hace 15 años no tenia apenas presencia en el Cinturón Rojo, ahora sea la segunda fuerza más votada en esa zona. Se trata de un trabajo de largo recorrido que ya dio fruto las pasadas elecciones de 2015. Por aquel entonces, ERC pasó de tener 171 concejales a tener 405 en todo el Cinturón Rojo.
La estrategia del partido depende del discurso. Tal y como confiesan algunos candidatos de la zona tradicionalmente unionista por la migración estatal de los 50 y 60, la campaña republicana se centra en el aspecto social más que en el eje nacional. Y lo cierto es que es un acierto: sin la clase obrera del Cinturón Rojo no habrá independencia.
Asimismo, si bien Ciudadanos lideró las urnas el 21 de diciembre de 2017, la inexistente presencia de cuadros políticos sobre el terreno –muchos candidatos de ciudades del territorio, no son de esas ciudades- hace suponer que su resultado en las municipales será pobres. El que se llegó a bautizar como cinturón naranja no será, porqué la clase obrera quizás se ha dado cuenta de que la formación de Albert Rivera se parece a muchas cosas menos a la socialdemocracia.
Las elecciones en Barcelona: en juego el modelo de ciudad
La lucha por la capital catalana se ha convertido en una batalla simbólica. Sacar allí unos buenos resultados significa un golpe de efecto importante para cualquiera de las formaciones que se presentan.
Sin embargo, no solo es simbólica, sino que también es pragmática. Barcelona es un hipermonstruo de ladrillo ha crecido desmesuradamente en las últimas dos décadas y esto ha aumentado las desigualdades estructurales de la ciudad. Los precios de los pisos se han disparado expulsando a parte de la ciudadanía del centro de la ciudad hacia barrios cada vez más periféricos. Cada día se producen 44 desahucios. Los índices de contaminación se han elevado convirtiéndose en un problema de salud pública.
La especulación y turistificación han sido los elementos determinante de este proceso que ha convertido la ciudad en un aparador de uso prohibitivo. Es por este motivo que lo más sorprendente de la campaña electoral de las elecciones municipales en Barcelona ha sido ver como las diferentes candidaturas discutían de proyectos concretos y no de ideas etéreas, reconociendo todas que existen problemas en la ciudad y que el modelo urbanístico y social debe replantearse.
Mientras Ada Colau se ha centrado en proteger a capa y espada su mandato, ERC quiere convertir la ciudad en la capital del independentismo. Por su parte, las elecciones también entrañan una prueba de fuego para Anna Salient y la CUP. La formación anticapitalista hace unas semanas se veía fuera del consistorio y en los últimos días ha recuperado la confianza en sus posibilidades de tener representación en el Ayuntamiento. El peso de la candidatura es necesario para arrastrar las políticas de Barcelona En Comú –cuya gestión en muchas ocasiones ha sido excesivamente tibia y corporativista- hacia la izquierda y para frenar el proyecto de ERC que en lo sustancial significa una mezcla entre la ciudad marca pero con toques independentistas.
Y en el otro lado de la balanza, el resto de fuerzas abogan por una ciudad continuista de la Barcelona del PSC. Con más o menos ahínco Junts per Catalunya, Valls, PP y el propio PSC anhelan los tiempos de Maragall –Pascual- y de los Juegos Olímpicos. Una Barcelona mítica que tal y como afirman los movimientos sociales fue una etapa negra para la ciudad y es el germen de todas las contradicciones que vive la capital catalana hoy en día: una Barcelona irrespirable.
Las europeas: el plebiscito a Puigdemont
Poco se puede decir de estos comicios que con bastante seguridad darán un triunfo a la derecha catalanista. Carles Puigdemont ha polarizado el debate en el marco europeo y los comicios continentales se articularan bajo la siguiente dioptría: ¿Debe el independentismo seguir una estrategia de internacionalización del conflicto?
Junto al president en el exilio, el soberanismo catalán podrá elegir otra papeleta, la encabezada por el preso político Oriol Junqueras de ERC, en la coalición Ahora Repúblicas de la que forman parte EH Bildu, BNG, Puyalón de Cuchas, Andecha Astur y Ahora Canarias. Todo un pulso al poder.
La elección puede ser interesante, pero tal vez hay debates más importantes en estas elecciones que van a estar marcadas por el ascenso o el estancamiento de la extrema derecha. Europa no funciona, pero una Europa xenófoba, machista y ultranacionalista pone en grave riesgo el futuro, simple y llanamente.