Caso Dreyfus, una deshonra militar

"Ha llegado a la gran pantalla la historia de Alfred Dreyfus. Esta vez de la mano del director y guionista octogenario..."

Viñeta del Le Figaro de 14-2-1898 que muestra el ambiente social de la época en una comida de familia: "1. Sobre todo no hablemos del caso Dreyfus. 2. Hablaron de ello."

Ha llegado a la gran pantalla la historia de Alfred Dreyfus. Esta vez de la mano del director y guionista octogenario polaco de apellido redundante, Roman Polansky. Ya en 1899, Georges Méliès, grabó un corto titulado “L'affaire Dreyfus”, que ya dice mucho de la conmoción que produjo en Francia el caso. En España, al traducirla, han decidido reemplazar el gran título original: “Yo acuso”, por el ñoño: “El oficial y el espía”, creyendo, quizás, que atraería por su parecido con otra taquillera película. Como otras similares, es una historia que se ha querido olvidar.

Viñeta del Le Figaro de 14-2-1898 que muestra el ambiente social de la época en una comida de familia:
"1. Sobre todo no hablemos del caso Dreyfus. 2. Hablaron de ello."

El 5 de enero de 1895, el capitán Alfred Dreyfus es degradado y deportado a perpetuidad a la isla del Diablo (da miedo sólo el nombre), un recinto militar en la Guyana francesa, donde se le denegaría, incluso, la conversación. Hasta la reforma constitucional de 1948, la pena hubiera sido de muerte. Aún tuvo suerte.

La inteligencia francesa había descubierto en 1894 que un oficial francés pasaba secretos de segundo orden a su archienemiga Alemania. Y aquí acaba la inteligencia de este caso. Los sospechosos eran cinco capitanes y el coronel Sandher, jefe de contraespionaje, dedujo que el traidor sólo podía ser Dreyfus, porque era de origen judío, alsaciano (germanoparlante) y republicano. No hubo más investigación y sí un ingente esfuerzo de casar las escasas pruebas en esta dirección. La prueba definitiva fue un expediente “secreto”, fabricado por la unidad de Sandher, entregado a los magistrados sin conocimiento de la defensa, algo ilegal.

Pero el coronel Sandher cae enfermo y es nombrado en su sustitución y como premio, el coronel Picquard, que había contribuido a la condena. Este hombre, perspicaz, percibe que el servicio de inteligencia es altamente ineficiente y corrupto. Sobre todo, tras descubrir que la información sigue llegando a la embajada germana. Y también, y no menos importante, que se espía la vida privada de dirigentes políticos del país y de cargos de embajadas extranjeras para posibles extorsiones.

Picquard informa a sus superiores (incluido el ministro de la Guerra, el general nacionalista Mercier) de que las pruebas conducen al capitán Esterhazy. Como es lógico, los generales reaccionan. ¿Investigar? No, relevan a Picquard y lo envían al extranjero como castigo. El sucesor de Mercier, el general Zurlinden, diría: «lo que se hace se hace, no se vuelve nunca para atrás». Dreyfus estaba sentenciado.

La familia Dreyfus intenta demostrar la inocencia de Alfred, algo muy difícil ya que nacionalismo y antisemitismo son mayoritarios en la prensa y en el gobierno. Como todos los nacionalismos, es excluyente, vive contra alguien y azuza los instintos más tribales y primitivos. El odio contra Dreyfus se exacerba en todo el país. Su hermano Mathieu contacta con el periodista anarquista Bernard Lazare y con políticos republicanos. En 1870, Napoleón III había iniciado la desastrosa guerra franco-prusiana que había conducido a que Alsacia-Lorena pasara a manos alemanas. Ese mismo año, una revolución condujo a inaugurar la III República, pero aún había muchos partidarios imperialistas. El ejército seguía dirigido por aristócratas y monárquicos.

Consiguen que se abra juicio (a puerta cerrada y manipulado) contra Esterhazy, un capitán de vida inestable, que es defendido por la cúpula militar y absuelto en el Consejo de Guerra, a pesar de las pruebas irrefutables. Picquard es vapuleado y la violencia antisemita estalla por las calles. Émile Zola, reconocido escritor que ya había informado del caso en Le Figaro (que dejó de publicar por miedo a perder abonados), decide jugársela y escribe “Yo acuso...carta al presidente de la República” en el pequeño diario republicano L'Aurore. Sus 300.000 ejemplares recorrieron todo el país y abrió un debate sobre la moralidad de condenar a un inocente por “razones de Estado”. Explica el caso y va nombrando uno por uno a los culpables de tal atropello. El cisma social fue enorme, surgiendo dos bandos irreconciliables: dreyfusards y antidreyfusards, germen, dicen algunos, de la actual incompatibilidad entre izquierda y derecha en Francia.

Ya se pueden imaginar, a estas alturas, que Zola fue juzgado (denunciado por el ministro de la Guerra, general Billot), que los generales declararon contra él (llegando a insinuar un golpe de Estado, incluso) y que fue condenado a un año de cárcel. Mientras, la prensa nacionalista y antisemita no paraba de injuriar a sus anchas. Zola (y otros dreyfusards) fue amenazado y acosado. A estas alturas, el coronel Picquard, también había sido apresado por su obstinación en defender la inocencia del judío Dreyfus. Y por una prueba falsa y secreta fabricada por su sucesor en la dirección del servicio de espionaje, el coronel Henry, prototipo de militar obediente y servicial a la par que falto de ética y que había visto la aparición del coronel Picquard como una injerencia en su chiringuito y en su carrera militar.

En Le Temps, un nutrido grupo de intelectuales como Zola, Anatole France, Marcel Proust, Georges Sorel, Claud Monet o Emile Durkheim, piden la repetición del juicio a Dreyfus. El nuevo ministro de Guerra, Cavaignac, pretende cerrar el caso definitivamente, culpando a Dreyfus, pero descubre que la prueba principal era una falsificación burda del coronel Henry, que es encarcelado y aparece muerto al día siguiente. Los antidreyfusards declaran a este, héroe nacional y hacen una colecta para hacerle un monumento (14.000 suscriptores, 53 de ellos diputados).

En 1899, el caso Dreyfus no se apaga (lleva 5 años ya). Émile Loubet, partidario de la revisión del caso, asume la presidencia de Francia. La violencia antidreyfusard se agudiza e intentan un golpe de Estado. El Tribunal de Casación anula el juicio a Dreyfus de 1894 y el caso es reenviado al Consejo de Guerra. Zola vuelve de su exilio en Inglaterra, Picquart es liberado, y el general Mercier acusado de comunicación ilegal de documentos.

Iniciado el nuevo Consejo de Guerra, las calles arden de presión antidreyfusard. Fernand Laborí, abogado de Dreyfus, es tiroteado, aunque salva la vida. Esterhazy confiesa ser el autor de la carta enviada a la embajada alemana y, por tanto, de traición y huye a Inglaterra. Sin embargo, sigue la acusación contra Dreyfus. El general Mercier declara bastar su sola honorable palabra para saber que Dreyfus es un traidor. Mercier solivianta a la prensa y se respira guerra civil en las calles. La sentencia vuelve a condenar a Dreyfus, aunque “con circunstancias atenuantes”, a 10 años de prisión.

El 21 de septiembre de 1989 es puesto en libertad Dreyfus, al aceptar un indulto, lo que no deshacía su culpabilidad jurídica. Dos meses después, el primer ministro Waldeck-Rousseau, firmó una ley de amnistía para todos los delitos y crímenes relacionados con el caso Dreyfus, lo que enfadó a los dreyfusards, ya que nadie pagaría por semejante desatino e injusticia.

Película recomendable, exquisitamente ambientada, de guión creíble, actuación primorosa y muy amena a pesar de su duración: 126 minutos. Ahora invito a usted a ir al cine a comprobar qué, de lo dicho aquí, se cuenta en la película y cómo. A su criterio queda.

Zola Murió en 1902 asfixiado por el humo de una estufa. Picquard fue repuesto en su empleo y llegó a ministro. Falleció en 1914 en un accidente de caballo. En 1906 el tribunal de casación revocó la segunda sentencia contra Dreyfus, que fue repuesto en su empleo pero perdió su carrera militar, llegó a coronel. En 1908 las cenizas de Zola llegaron al Panteón de París. En el acto, Dreyfus fue tiroteado por un periodista de extrema derecha que quería vengarse de los dos traidores de Francia: Zola y él. El terrorista fue absuelto en otro “error” judicial. Dreyfus murió en 1935.

En aquellos años, España también era un hervidero social. A la desigualdad social se unió el desastre de la pérdida de las últimas colonias tras la guerra contra estados Unidos, lo que llevó a nuestro rey a buscar nuevas colonias en África, de resultado infausto.

Es inevitable, al tiempo que se sigue el hilo de la película, ir recordando casos de nuestro país. La expulsión del ejército español de personas como el teniente Segura por denunciar corrupción, del cabo Santos por firmar un manifiesto en contra de otro franquista, de la soldado acusada falsamente de protagonizar vídeos pornográficos, o la soldado que debió sufrir continuamente a su jefe masturbándose delante de ella. También el caso del JAK-42, un avión que no debió despegar nunca y un ministro y unos generales que mintieron y humillaron a las familias de los muertos, o el caso del accidente del metro de Valencia, recientemente sentenciado después de 14 años. O la apisonadora del Estado a través de las “cloacas” investigando la vida privada de personas a las que extorsionar con dinero y a funcionarios públicos; o el vilipendio judicial y social a los titiriteros o a la pelea del bar de Alsasua. O, lo que es peor aún, políticos irresponsables extendiendo el odio y la violencia por los medios de comunicación y por las calles. Conviene recordar, que después de aquello vino la I Guerra Mundial y el mundo entero estremeció de odio.

Mathieu Dreyfus agradeció al coronel Picquard su implicación en el caso, cuando pudo haberse desentendido o mentido como hicieron la mayoría. Picquard respondió: “sólo cumplí con mi deber”. Este es el verdadero honor militar: defender la paz y la justicia. Lo contrario es el anti-Ejército, el anti-Estado.

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