Casi todos se equivocaron y él, solo, se fue muriendo

Pasados los sofocos de una irritación, acelerada por el esperpento en el Congreso, terminado de contar hasta cien, y hasta doscientos, paso a comentar en voz alta, mejor en escrito claro, mi opinión. Dejar todo atado, hasta la más ínfima gavilla o coma adicional, por temor de que la gran patronal se descolgase del acuerdo, fue un gran error del PSOE, el enésimo en su trayectoria errática de partido socialdemócrata a partido de centro con el epíteto erróneo de socialista. Apoyarse en un partido neoliberal en descomposición, que es como decir en un caladero de tiburones a la espera de …

Carlos Tundidor

Pasados los sofocos de una irritación, acelerada por el esperpento en el Congreso, terminado de contar hasta cien, y hasta doscientos, paso a comentar en voz alta, mejor en escrito claro, mi opinión.

Dejar todo atado, hasta la más ínfima gavilla o coma adicional, por temor de que la gran patronal se descolgase del acuerdo, fue un gran error del PSOE, el enésimo en su trayectoria errática de partido socialdemócrata a partido de centro con el epíteto erróneo de socialista.

Apoyarse en un partido neoliberal en descomposición, que es como decir en un caladero de tiburones a la espera de anzuelo, y de un partido como UPN, frontera con la extrema derecha y heredero del carlismo más tradicional, fue producto de esta enorme miopía que lleva a confundir valor y precio como alertó Machado, don Antonio.

Unidas Podemos pecó de ingenuidad, también de excesiva flexibilidad. A veces, ese bandeo en función del viento que más sopla no es virtud sino embeleco innecesario. Dar un golpe encima de la mesa, al menos para comprobar si rompe o no, no es mala cosa. Aceptar la ausencia de cordel con el que negociar con ERC o con el PNV es algo que nunca, nunca debió de haber ocurrido.

Esquerra y el Partido Nacionalista Vasco también pecaron de soberbia, de juegos malabares con las encuestas futuras. Podían tener razones sólidas como para amenazar con el órdago. Podían, incluso, llegar con él hasta el final del juego. Era una manera de decir al Gobierno que 154 diputados no son 176, pero debieron reservarse la carta de la abstención, como poco, para la escenografía final. Sus votantes, mayoría de trabajadores en Esquerra y algunos en el PNV, tendrán que pedirles cuentas por votar en contra de una reforma, quizá descafeinada, importante para la mejora de siete millones de contratos en precario.

Para el Partido Popular fue otro tren perdido ¡y van…! con el que pillar el sendero de un partido conservador civilizado, racional, educado, europeo. Siguió por el camino del “cuánto peor, mejor” de sus compadres de VOX, continuó por la ruta que corroe la democracia prostituyéndola, incluso, con la compra de voluntades. Quizá, para desgracia del país, también de la mayoría de sus propios votantes, ganen alguna elección -la cultura política en España nunca ha progresado adecuadamente-, pero ese atajo no les lleva a otro lugar que a confluir con un partido fascista con tufo a naftalina y sangre, disfrazado de cordero que no oculta sus pezuñas de bestia. El barullo de un partido liderado por un individuo, digno de ser el mejor protagonista de cualquier esperpento valleinclanesco, no conduce a otro escenario.

Otro galán en la sombra era la gran patronal de Garamendi. Actor sobrevalorado al disputárselo su socio natural, el partido popular, y el ocasional, los socialistas. Actor que amenazaba con salirse del acuerdo si se añadía, o quitaba, una coma siquiera. Sin duda alguna, hubiera aceptado unas pocas más. El prestigio de la CEOE en Europa, y en el país, está bajo mínimos y estoy seguro de que, a la cima de la gran patronal, no les interesa seguir pareciendo lo que es. ¿Cuándo se convencerán los buenos empresarios de que NO es con el empleo precario, con salarios de miseria o condiciones de trabajo similares a lo peor, como avanzará la economía? Solo con un mejor reparto de la riqueza, mucho mejor reparto, el sistema podrá aguantar. Solo prosperará el país que apueste por los derechos sociales, por el bienestar social para todos, por los impuestos progresivos de verdad. Esa verdad de Perogrullo que es la aseveración anterior, se niegan a asumirla muchos de los grandes empresarios que son, más bien, caciques, esclavistas, fedatarios, como mucho, de ese “Buen patrón” registrado por Aranoa e interpretado, magistralmente, por Bardem.

Solo ha existido en esta historia alguien que ha acertado. En este caso, dos: Sergio Sayas y García Adanero. Dos tránsfugas alentados por el Partido Popular. De igual manera que en tamayazos anteriores, estos dos tipos -¡dos más!- envilecen la democracia, la pervierten. Constatando que tanto es corruptor quien da dinero por una contrata pública como el que lo recibe, aquí, los dos actores siguen corrompiendo el sistema: el que pone el cebo para convertir en tránsfugas y quienes están deseando dejarse tentar para transformarse en esa miseria moral disfrazada de conciencia. Probablemente, a estos dos individuos no se les verá el pelo en la próxima legislatura. Habrán aprovechado su tren, lo tomarán hasta el cruce con una estación anónima en donde vivirán muy confortablemente al amparo de sus noes desertores, que lo mismo podrían haber sido síes al compás mercenario del “toma y daca”.

Repaso lo escrito y me doy cuenta de que falta un personaje en la tragicomedia. Quizá el histrión, ¿será el protagonista principal o el payaso? ¡Quién sabe! El señor Casero recordará su distracción para la vida que le quede. Probablemente, en sus años mozos, que los tuvo, alguien, leyendo las rayas de la mano delante de un Sacromonte, le contó que llegaría el día en que sería famoso, afamado, que su nombre sería más célebre que el de cualquiera de su generación en ese momento. Y acertó. El señor Alberto Casero ha tenido su minuto, más que minuto, su semana de gloria por mor de su diligencia. Parafraseando a Churchill, pocas veces un voto equivocado ha servido para tanto. Quizá su carrera política, esa que le permitía siestas y perezas, se haya terminado, pero que le echen un galgo: ha pasado a la inmortalidad.

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