Brexit, una tabla que se hunde

En la mayoría de las zonas del Reino Unido de tradicional apoyo laborista las clases trabajadoras han votado en favor del Brexit, asumiendo como propio el mensaje antimigratorio, y de protección del empleo, de UKIP

Cartel de UKIP transformado, alentando a reclamar mejor sueldo y sindicalizarse.

Ante un resultado como el conseguido por el referéndum sobre la permanencia en la Unión Europea del Reino Unido, el grueso de las miradas se fija en la clase política y las reacciones de los mercados, sin echar por un momento un solo vistazo al votante que ha dinamitado en las urnas, los augurios de las encuestas.

A buen seguro, David Cameron, estará en Downing Street curándose las heridas del tiro que él mismo se ha pegado en el pie. Mientras, el excéntrico y conservador ex alcalde de Londres, Boris Johnson se frota las manos, y tras él, un exultante Nigel Farage, que ve como UKIP, el ultranacionalista y xenófobo partido que dirige, se afianza en grandes zonas de Inglaterra.

Mientras, algún tibio sector de la socialdemocracia pide la cabeza del líder laborista Jeremy Corbyn, que también apostaba por la permanencia en la UE. Otra parte del laborismo, esta sí situada a la izquierda, celebra el resultado, convencida de que la salida del club europeo supone una posibilidad de movilización de las clases trabajadoras.

Sin embargo, son esas clases trabajadoras, y sobre todo las de ciudades pequeñas y zonas rurales las que han conseguido que el Brexit triunfe. Una especie de lucha contra el establishment, pero también contra el laborismo, e incluso contra esos urbanitas sabelotodo, licenciados en universidad que creen y afirman tener la solución para encontrar una sociedad más social y más justa.

Son esas mismas clases trabajadoras las que vieron como el capitalismo se llevaba sus astilleros, sus fundiciones y sus minas, dejando a miles de familias en la absoluta dependencia del estado. Son las hijas e hijos de aquellos que perdieron el puesto de trabajo en beneficio de las grandes empresas de la City, las que ahora conviven en pequeñas ciudades, repletas de locales vacíos. Persianas bajadas para siempre, salarios bajos o muy bajos, jefes y empresas de trabajo temporal que les tratan como a animales, horribles bloques de viviendas de protección oficial, un servicio de salud, de modelo mixto, que tarda horas, muchas horas en atenderles, y un cada vez más difícil acceso a las becas para estudios. Una situación retratada, con tremendo acierto, por Owen Jones, en su imprescindible Chavs, la demonización de la clase obrera.

Norman Tebbit, político tatcherista, decía que "en los años treinta, cuando mi padre se quedó sin trabajo se subió a su bicicleta y salió a buscarlo". Bien señor Tebbit, pero y ¿si no hay trabajo? Si sabes que por muchos pedales que des solo encontrarás persianas cerradas y servicios sociales, ¿entonces qué, señor Tebbit?

Muchos se han visto obligados desde hace décadas a permanecer en sus decadentes towns, sin posibilidades de medrar, sin acceso al ocio, sin cultura. Algunos viviendo de los servicios sociales. Otras maltrabajando en puestos precarios y con salarios muy bajos. Todos alienados por los reality shows y por una  potentísima prensa sensacionalista, que no dudan en alentar un nacionalismo rancio, fomentar el racismo y la xenofobia, además de un individualismo exacerbado.

Cuando el Reino Unido limitó, en 2013, las ayudas en servicios sociales a los extranjeros, fueran o no miembros de la Unión Europea, la medida fue vista con buenos ojos por muchos británicos, sin entender, ni ellos ni el estado que impulsaba estas medidas, que lo que se hacía era alimentar en cierto modo, ese mensaje nacionalista y xenófobo. Las clases trabajadoras disueltas ya en una masa de individuos egoístas y racistas pendientes de salvar su propio culo.

Así, hemos llegado a 2016. Con unas clases trabajadoras, que carecen totalmente de conciencia de clase, o de cualquier atisbo de pensamiento colectivo, y en muchas ocasiones incluso de empleo. Una suerte de individualidades desclasadas. Lumpenproletariado, en el lenguaje de aquellos eruditos conocedores del marxismo, contra los que también se están revelando.

Pero estos desclasados no son exclusivamente británicos. Europa entera, tras casi una década de recortes sociales, se enfrenta a la caída del bipartidismo imperante, y muchos de estas clases trabajadoras ahogadas por la crisis, desmoralizadas y despojadas del sentimiento de colectividad, encuentran refugio en el patriotismo desideologizado, en el discurso antimigratorio y las arengas sociales de una ultraderecha en auge. Entiende el trabajador austríaco que votando al FPO saldrá de sus miserias, lo mismo el británico votando a UKIP, el griego a Amanecer Dorado y el Francés a Marine Le Pen. Una revuelta contra todo lo establecido, pero también contra ellos mismos.

Sin embargo, esa lucha no les llevará a ningún sitio, la salida de la UE no va a mejorar sus vidas. Si acaso obligará a algunos miles de inmigrantes a abandonar el Reino Unido, sin que ello pueda hacer mejorar la situación de los autóctonos. Una revuelta estéril contra los organismos europeos, sin que en ningún momento puedan llegar a pensar en que el enemigo está tanto fuera como dentro. El establishment, británico y europeo, se encuentra, por fin, ante lo que siempre quiso: una clase trabajadora débil, fragmentada y difusa. Peligrosamente dispuesta a cometer errores del pasado.

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