Las personas y colectivos que desde hace 30 años se han opuesto a los sucesivos proyectos de interconexión con Francia, han conocido a esta empresa con varias denominaciones, con varios presidentes y con varios formatos administrativos. De ser una empresa de titularidad pública, en la época de la ‘Aragón - Cazaril’, salió a bolsa en 1999 en línea con los procesos de privatización de los sectores estratégicos que tanto Felipe González como José María Aznar acometieron de acuerdo al credo, tan neoliberal como mentiroso, de que la gestión privada de los servicios públicos es más eficiente y económica. Ambos políticos podían diferenciarse en el traje, pero su obediencia a los mercados era idéntica y sus sucesores continúan la misma senda.
Desde este rincón del mapa hemos sido testigos del devenir energético estatal y hemos hecho cuanto ha estado a nuestro alcance para contrarrestar el relato impuesto desde los intereses empresariales al que los representantes públicos, del Estado y la autonomía, rinden histórica pleitesía. Hemos visto llegar las energías (mal llamadas) renovables y hemos alertado desde los foros en que participamos de la desproporción creciente de esta forma de generación de electricidad y del proceso de especulación mundial que se ha venido desarrollando ante el silencio de las administraciones.
Desde nuestros colectivos ciudadanos se ha dicho y repetido que la propia naturaleza de las nuevas fuentes de energía, que sería más adecuado llamar ‘alternativas’, no se ajustarían bien a una gestión centralizada y que el viejo modelo, basado en grandes centros de producción y redes de transporte debería adaptarse a sus características. Tristemente se ha desperdiciado una oportunidad de construir un sistema más democrático y participativo de la gestión energética y los oligopolios, amparados por los brotes de autoritarismos que se alimentan del ruido político incesante que sufrimos, parecen salir triunfantes. Cierto es que cuando la lógica y la razón se alteran, no tarda en producirse una consecuencia. Y eso ha sido este apagón que ha conseguido eclipsar hasta el mismísimo conclave católico que, no se sabe muy bien porqué, se había colado en todas las pantallas.
Los colectivos ciudadanos seguirán diciendo que no es posible la electrificación total del sistema económico, que los cambios se deben hacer de forma pausada y que un periodo de ‘Transición’ como el que se está viviendo es un tiempo complejo en el que lo viejo ya no vale y lo que tendría que venir aun no ha llegado. Las transiciones sean sociales o energéticas/ecológicas, como en nuestro caso, no se pueden modular con las normativas antiguas y en tanto no se arbitren las nuevas se abre in interregno en que hace falta un cuidado especial. Cuidado que, como ha quedado demostrado, no se ha tenido.
En este barullo de codicia empresarial, políticos serviles, dinero público, ambición privada y población banalizada, no se están haciendo bien las cuentas. Se lanza la idea de que con apenas unos pequeños cambios en las fuentes de energía pintaditas de verde, podrá continuar el mismo modelo de crecimiento como si el Planeta Tierra fuera una fuente inagotable de recursos. Lamentablemente buena parte de la población asume esta posibilidad de pobreza mental y miseria espiritual y está dispuesta a dar su confianza para la gestión de la cosa pública al fascismo vestido de Prada. Tendrán que ser los colectivos ciudadanos, también desde Ribagorza, los que digan que “el emperador está desnudo” y que encargarle un traje a ese sastre fantástico que fabrica ropa que solo ‘los mejores’ son capaces de ver, no es buen negocio. El crecimiento sostenido es un suicidio colectivo que solo desde el más absoluto desprecio a la ciencia se puede sostener.
Aunque no falten científicos que hablen de las cada vez menores tasas de retorno energético en los procesos industriales o de que elementos como los hidrocarburos, el famoso uranio o las más famosas tierras raras, son cada vez más caros de obtener, no parece que la “tecnolatría” pierda feligreses.
Así las cosas, los que tenían que liderar la transición ecológica lo hacen a medias o directamente en contra y como ejemplo podemos ver la actitud del Departamento de Vertebración del Territorio, Movilidad y Vivienda de nuestro gobierno, que durante las pasadas legislaturas no fue capaz de vertebrar mínimamente el aluvión de instalaciones eólicas y fotovoltaicas que, de la mano de la especulación energética, cayó sobre Aragón. No se sabe si como consuelo, en los informes del Consejo de Ordenación del Territorio de Aragón (órgano de participación inútil donde los haya) decía ..“Mostrar la preocupación por la falta de planificación territorial, ambiental y sectorial, que dificulta la completa valoración de los efectos acumulativos de estas infraestructuras en la zona de implantación”. Un ejercicio de cinismo perfecto por cuanto, precisamente es ese departamento el facultado para la planificación territorial.
Sabedores de no tener más éxito del hasta ahora alcanzado en la prédica por un sistema energético justo, no dejaremos de pensar y compartir que, ante la reciente crisis eléctrica, la totalidad de la clase política que ha tenido parte en la gobernabilidad del estado en todos sus peldaños, debieran hacer ‘apagón’ de opiniones, esperar pacientemente el análisis de los hechos ocurridos y asumir sus consecuencias. Ni las personas, partidos políticos, empresas o grupos financiaros son carentes de responsabilidad y harían bien en renunciar al enconado enfrentamiento destructivo, constante y creciente, que solo avala la aparición de una sociedad civil desarticulada lista para todo tipo de sinrazones.