Acción y reflexión en la escuela pública

La escuela no es neutral. Ya lo dijo Paulo Freire hace unas cuantas décadas al reflexionar sobre la educación liberadora. El sistema dominante reproduce el orden social existente a través de la educación y, por tanto, está atravesada por la hegemonía política y económica que el Estado defiende en todas sus instituciones con la base inerme de este estar en el mundo sin alternativas a la realidad impuesta. Este concepto tatcheriano y máxima neoliberal del “no hay alternativa” es asimilado hasta tal punto que naturalizamos la reproducción de las desigualdades, incluso las más visibles como las segregaciones escolares a lo …

La escuela no es neutral. Ya lo dijo Paulo Freire hace unas cuantas décadas al reflexionar sobre la educación liberadora.

El sistema dominante reproduce el orden social existente a través de la educación y, por tanto, está atravesada por la hegemonía política y económica que el Estado defiende en todas sus instituciones con la base inerme de este estar en el mundo sin alternativas a la realidad impuesta.

Este concepto tatcheriano y máxima neoliberal del “no hay alternativa” es asimilado hasta tal punto que naturalizamos la reproducción de las desigualdades, incluso las más visibles como las segregaciones escolares a lo largo y ancho del Estado español, que lejos de desembocar en un debate social y político en el que se pongan encima de la mesa las causas y consecuencias que generan una discriminación sistemática del derecho a la educación, se abordan como verdades incómodas, de las que no hay trabajos de investigación y apenas se tiene datos concisos sobre la escolarización de miles de niños, niñas y jóvenes racializados y en su mayoría pobres en centros educativos públicos segregados.

Este proceso de deshumanización por goteo que tiene lugar en la escuela pública incomoda, pero está muy lejos de situarse en el centro de las preocupaciones de las élites culturales, que son las que tienen acceso directo al poder y dinamizan ciertas prácticas educativas, y tampoco en la agenda política institucional, porque actuar decididamente para superar la segregación escolar y las discriminaciones que reproduce supone mover las estructuras mismas de la escuela, del conjunto del sistema educativo y del pensamiento dominante.

La escuela pública hoy, como ayer, sigue necesitando una práctica pedagógica crítica que cuestione y problematice el contexto sociocultural en el que se sitúa, que haga emerger a un profesorado más allá de las resistencias (que ya es) para poder generar las condiciones que a través del debate y el diálogo logren que el sentido de la educación no se quede en las recetas burocráticas que han de plasmar los documentos de centro, el currículum oficial y planes gubernamentales, sino que abra un camino liberador para que todas las identidades plurales que en ella conviven cada día puedan ver reconocida su agencia y abrirse paso colectivamente hacia la transformación de la realidad. Se trata de reivindicar unas identidades cada vez más visibilizadas y mixtas, cuyos referentes culturales se caracterizan por su autonomía en los movimientos feminista, LGTBIQ, antirracista y anticapitalista con respecto al poder y el control social que este ejerce.

Por ello, se hace más necesaria además de la acción, la reflexión sobre las grietas que abre la diversidad de subjetividades que se resisten y que generan contradicciones para la clase dominante, que pretende únicamente su adaptación a un sistema educativo cada vez más amenazado por las privatizaciones, la composición de la escuela como una empresa regida por la eficiencia y su universo competencial encaminado a la preparación para el mercado de trabajo y el entrismo con alfombra roja de las grandes corporaciones tecnológicas que pretenden convertir sus propios intereses de acumulación capitalista en objetivos y necesidades educativas. Además de lidiar con este marco en el que el Estado está invirtiendo la mayoría de los recursos públicos, el repliegue reaccionario cada vez más influyente en esta sociedad sumida en una crisis a todos los niveles supone otra vuelta de tuerca para la educación. Cuestiones como el pin parental se traducen también en la disputa del poder hegemónico dentro de las instituciones.

Va siendo pues cada vez más urgente que realicemos una labor de reconstrucción, con el esfuerzo de las comunidades educativas dentro y fuera de la escuela así como con los movimientos sociales, de los principios de participación democrática que nos lleven a modelos educativos más justos y emancipadores.

Lograr un marco de acción y reflexión, en el que los y las docentes como integrantes de la clase trabajadora, seamos parte activa en la construcción del progreso social que aspira a un mundo justo cambiando la realidad concreta. Afrontar la crisis climática desde esa toma de conciencia, se plantea como un reto ineludible que afecta a nuestras condiciones de vida y las de las generaciones futuras. Las consecuencias sociales y medioambientales del cambio climático y de esta pandemia impactan con más potencia sobre las mayorías sociales generando mayores desigualdades.

Los cambios transformadores que rigen la sostenibilidad de la vida y el cuidado del planeta sólo van a ser posibles desde la problematización que hagan los y las de abajo de las causas que nos llevan en dirección contraria y la toma de decisiones a través de su auto-organización en diferentes espacios. En ese sentido, la escuela ofrece un espacio confluyente en el que todas las voces deben ser escuchadas y en donde, a través del diálogo permanente, protagonicen la construcción del conocimiento sobre el mundo desde la experiencia vivida, nuestra relación con él y con los y las demás para poder llegar a materializar cambios concretos.

Ni el profesorado ni el alumnado podemos permanecer como meros observadores manteniendo la actitud tradicional del educador y educando. Frente a esa escuela del futuro, como concepto que nos es aportado paradójicamente como camino ya determinado e impreso en los papeles, promovido por los intereses que imponen las élites desde el precepto del “no hay alternativa”, el camino hacia una educación liberadora tiene que ser transitado en el presente, desde el conocimiento consciente de lo que sucede hoy, porque no hay nada en el futuro que no se empiece a construir desde el presente y eso siempre significa que la duda y la crítica es un buen punto de partida para colectivizar las experiencias que la escuela reúne.

En definitiva, necesitamos una escuela pública impregnada de educación humanista y popular que ponga en práctica la historización de las estructuras sociales para dialogar sobre la experiencia común y tomar conciencia del momento actual para transformarlo.

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