A los muertos se los festeja con Chicha

El 1 de noviembre de 1979 Bolivia sufrió un golpe de estado dirigido por el Coronel Alberto Natush Busch. Durante 16 días, los que duró la resistencia del pueblo boliviano, fueron asesinadas alrededor de 300 personas. Hoy, esta masacre no perdura en la memoria colectiva de los bolivianos, quizás eclipsada por una de las tradiciones y creencias populares que más incidencia tiene en el imaginario cultural de todo un pueblo: el día de los muertos. El pasado 2 de noviembre visitamos Santivañez, un pueblito cercano a Cochabamba, donde pudimos comprobar, desde el respetuoso ateísmo, la importancia que tiene esta fiesta …

Foto: Ainhoa Fernández (AraInfo)
Foto: Ainhoa Fernández (AraInfo)
Foto: Ainhoa Fernández (AraInfo)

El 1 de noviembre de 1979 Bolivia sufrió un golpe de estado dirigido por el Coronel Alberto Natush Busch. Durante 16 días, los que duró la resistencia del pueblo boliviano, fueron asesinadas alrededor de 300 personas. Hoy, esta masacre no perdura en la memoria colectiva de los bolivianos, quizás eclipsada por una de las tradiciones y creencias populares que más incidencia tiene en el imaginario cultural de todo un pueblo: el día de los muertos.

El pasado 2 de noviembre visitamos Santivañez, un pueblito cercano a Cochabamba, donde pudimos comprobar, desde el respetuoso ateísmo, la importancia que tiene esta fiesta para el pueblo.

Según la cosmovisión quechua, todo es dual y dialéctico y está en un perfecto equilibrio. Así, la muerte es una etapa más de la vida. Ese pensamiento, unido al cristianismo colonial, genera sincretismos cercanos a la herejía para la Iglesia Católica. Sin embargo, la creencia popular precolonial está tan arraigada, que el Vaticano la ha tenido que asumir e integrarla en sus formas y discursos.

Desde la cultura judeocristiana occidental, celebrar la muerte con esa alegría que manifiestan las y los bolivianos, además de inconcebible, (e inentendible desde la concepción occidental de la muerte) sería una profunda falta de respeto hacia los muertos y hacia la moral y la tradición de una religión oscurantista y triste. Aquí en Bolivia, es la forma más alta y digna de honrar a los difuntos. Y se les honra en colectividad y con chicha (una bebida alcohólica de maíz), el día de la muerte, a los nueve días, al mes, a los tres meses, a los seis, y al año de morir, además del día de difuntos (1 y 2 de noviembre).

A las 12.00 del día 1 de noviembre, en la casa del difunto se prepara un altar donde se coloca una imagen del difunto junto a la comida y bebida (en abundancia) que en la vida terrenal le gustaba. Se colocan también las “t´anta wawas”, unas deliciosas figuritas de masa dulce con forma de bebé como ofrenda. También se elaboran unas pequeñas escaleras de pan por las cuales el alma del difunto debe descender el día 1 para compartir un día con la familia, y por las cuales volverá a subir el día 2 habiendo compartido, bebido y comido junto a sus familiares y amigos. A partir de entonces, el difunto velará, cuidará y guiará a sus allegados.

En la mañana del día 2 pudimos comprobar este ritual en la casa de un fallecido, en la cual se nos invitó a rezar por ellos y nos obsequiaron con vino y un plato repleto de pastas. Las que no te puedas comer en el momento te las debes llevar y comerlas más tarde en honor del difunto. Todo el mundo es invitado a tomar pastas y vino. A la tarde, cuando ya se ha quitado el altar y el muerto se ha marchado, se hace una especie de sopa de maíz y pasta, a la que se convida a toda la gente que se acerca a la casa. Este plato se acompaña de chicha, que es tomada hasta que la ebriedad hace mella en muchos.

Pudimos comprobar la insistente y desprendida hospitalidad con la que eres invitado a comer y tomar cantidades ingentes de chicha que tienes que tomar de un solo trago (que para alguien que no está acostumbrado se hace complicado ingerir). Todo ello acompañado de música, baile, y cantos populares en quechua y castellano.  Y entre música, cantos y convites conocí a una entrañable abuelita trotskista vestida de negro, que cantando 'La Internacional' se me acercó y me invitó a tomar chicha en una piña vaciada. Obviamente, a pesar de llevar el estómago lleno, ese trago me lo bebí con gusto.

El cementerio se convierte en una suerte de caos de gente, coches, mercados de flores, helados y comida, bandas de mariachis tocando para los muertos, niños pidiendo favores a gritos a los muertos, adolescentes rezando a ritmo de rap y decenas de familiares compartiendo, en alegría, con vivos y muertos (que ese día están vivos) chica, comida, abrazos y rezos.

Y allí, como gringo receptor de la mirada de los bolivianos, se me acercó un oriundo a preguntarme de donde era, español le dije, así sin ningún matiz ni explicación. "Ah! Conquistador!", me dijo. Pues mira no, pensé, soy conquistado, explotado y aculturizado, casi tanto como vos hermano.

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