La Superliga y la lógica de acumulación del capital

El fútbol hace muchos años que dejó de pertenecer a sus aficiones y que se convirtió en un negocio egoísta en el que sólo ganan unos pocos

Foto: @nocontextfooty

Andan los burócratas de las diferentes federaciones de fútbol y de las ligas escandalizados con el anuncio realizado por 12 de los equipos europeos más poderosos de crear una Superliga exclusiva para ricos. Los mismos directivos que han estado mercantilizando el fútbol profesional hasta convertirlo en un producto de mercado más, ahora se llevan las manos a la cabeza por un proyecto que sigue la misma lógica capitalista que ellos mismos llevan décadas practicando en el fútbol.

No hay en este caso una batalla entre los que defienden un fútbol más popular y los que defiende un fútbol-negocio, pues ambos defienden lo segundo desde hace mucho tiempo. El fútbol profesional está totalmente insertado en el sistema capitalista y por eso sigue sus mismas lógicas y genera los mismos conflictos que en cualquier otro sector económico. En este caso, los 12 grandes a nivel europeo, conocedores de su posición de dominio en el mercado, la hacen valer porque quieren quedarse con todo el pastel y no tener que repartirlo. Y otros capitalistas, con menos poder económico, se rebelan y piden al Estado que no permita una situación de monopolio del mercado. Como si estos burócratas no hubieran aprovechado su monopolio de las competiciones para obtener las máximas plusvalías posibles a costa de mercantilizar todo lo posible este deporte. Son los mismos responsables de organizar el Mundial de Fútbol en Qatar donde según The Guardian han fallecido ya 6.500 obreros construyendo las infraestructuras del evento.

La tendencia natural del capital es la concentración y el monopolio. Los capitalistas, por más ricos que sean, siempre van a querer tener más y más beneficios y eso sólo se consigue expulsando del mercado a los competidores. Es una lógica implacable que funciona en el fútbol, en el comercio textil o en la distribución de alimentos.

Los ricos más ricos, los pobres más pobres. No hay espacio para la clase media ni para la pequeña o mediana burguesía en un capitalismo neoliberal que destroza los pactos sociales y cualquier atisbo de regulación desde lo público. Como mucho, autorregulación y códigos éticos. Pero leyes, las justas y necesarias para permitir que el capitalismo funcione.

La Superliga es una importación del modelo yankee de la NBA, que no es más que una asociación privada e independiente de la federación de baloncesto de EEUU. En la NBA, los equipos son franquicias que incluso pueden cambiar de ciudad según interese, como Los Ángeles Lakers que fueron los Minneapolis Lakers. De la misma manera que el neoliberalismo tiene su motor central en los EEUU, el modelo de deporte-negocio mercantilizado también tiene a los EEUU como su máxima inspiración.

El fútbol moderno poco tiene que ver con un deporte popular transmisor de valores. Todo es negocio, hasta los partidos benéficos. Nada queda, por ejemplo, de ese Barça que era mes que un club. Ni siquiera fue capaz de aguantar el simbolismo de dejar su camiseta libre de propaganda y ha terminado luciendo primero propaganda del régimen de Qatar y ahora de Rakuten, la macrotienda on line japonesa. Al Barca ya no le importa su socio de Nou Barris, ni al Real Madrid el de Carabanchel, quieren nuevos clientes en Dubai o Pekin con una mayor capacidad económica. Llevan de hecho años expulsándolos de las gradas con un aumento desorbitado de los abonos. En el Liverpool FC, otro de esos 12 grandes que crean la Superliga, un club de afición históricamente obrera el precio de los abonos más económicos aumentó un 1100% en la década de los 90 y principios de los 2000.

Hoy ese aficionado de Carabanchel o Nou Barris escucha a LaLiga, la Real Federación Española de Fútbol (RFEF) y el Gobierno de España sentenciar que ahora sí, el fútbol es elitista y se ha convertido en un negocio, ellos que llevan años expulsados de las gradas por pobres y condenados a estar dos horas con la consumición más barata en el bar del barrio para poder ver a su equipo. No resulta creíble que quienes no han tenido escrúpulos en aprovechar el fútbol para que las casas de apuestas destruyan a la juventud trabajadora, se hagan los indignados por la acumulación de capital que supone la Superliga. No puede la RFEF pactar con el régimen saudí celebrar allí la Supercopa de España sin más interés que el económico e indignarse porque otros hagan lo mismo creando la Superliga, última vuelta a la tuerca del fútbol negocio, que ellos giraron demasiadas veces anteriormente.

La Superliga, por tanto, no es más que una evolución natural de un proceso de acumulación del capital, apoyado además por los mismos que ahora mismo rechazan sus consecuencias. Si se inserta el futbol en la lógica del capitalismo y se obliga a los clubs a ser sociedades anónimas, ¿cómo luego escandalizarse porque haya sociedades anónimas que quieran ingresar 400 millones al año en lugar de 100 millones? Para el resto de equipos, 100 millones ya es mucho, pero esa no es la lógica del capitalismo. No existe el “mucho”, sólo existe el “más”.

Ocurre algo similar al proceso de concentración bancaria, donde las cajas de ahorros tenían arraigo en el territorio y ninguna entidad financiera tenía una posición de dominio de mercado como las que actualmente tienen los grandes bancos. Una ley obligó a bancarizar las cajas y ello fue el detonante de un proceso de concentración que ha llevado a que los 5 grandes bancos españoles concentren el 70% de un mercado convertido en un claro oligopolio. También fue una ley la que impulsó la mercantilización del futbol al obligar a los clubs a convertirse en sociedades anónimas deportivas y por tanto a funcionar bajo la lógica del capital.

La Superliga no es otra cosa que reproducir a escala europea la creación de la Liga de Fútbol Profesional (LFP) en los años 80, que desvinculó el futbol profesional de 1ª y 2ª División del resto de categorías. Entonces fueron los clubes los que se emanciparon del control de la RFEF para gestionarse ellos mismos el negocio y no compartir el pastel. Hoy, los tres clubes más grandes de España, se emancipan a su vez de LaLiga siguiendo exactamente la misma lógica que llevó hace casi 40 años a crear la LFP y que ha llevado a que la máxima competición nacional se llame “Liga Santander”. No es poco el poder de los 3 grandes clubs de fútbol españoles, esta misma mañana han conseguido unas sorprendentes cautelarísimas del Juzgado de lo Mercantil 17 de Madrid, que impide a la FIFA y la UEFA no solo sancionarles incluso emitir comunicados o declaraciones que dificulten de manera directa o indirecta, la preparación de la Superliga. Ahí es nada.

El fútbol hace muchos años que dejó de pertenecer a sus aficiones y que se convirtió en un negocio egoísta en el que sólo ganan unos pocos. ¿Qué situación laboral tienen las futbolistas de la liga femenina? ¿Y los jugadores de 2ªB? ¿Qué credibilidad pueden tener Tebas o Rubiales hablando de solidaridad o de que el fútbol no es sólo negocio sino también valores? La misma que el Corte Inglés cuando se queja de que Amazon está poniendo en riesgo miles de empleos en el comercio.

Igual que sucede con cualquier otro sector, no hay solución dentro del capitalismo, no hay “capitalismo con rostro humano” posible. Si de verdad anhelamos un fútbol popular, transmisor de valores, con arraigo en los barrios, pueblos y ciudades, hay que construirlo al margen del capitalismo, al margen de la lógica de acumulación y de la generación de plusvalía. Sólo así podremos recuperar un deporte que en su origen fue popular pero que hace mucho tiempo que tiene secuestrado el capital, igual que nuestras vidas. En estos momentos aficionados ingleses del Chelsea se concentran para protestar en Stamford Bridge, antes del encuentro previsto contra el Brighton, ojalá sea el despertar de un movimiento popular que no solo pare esta Superliga, desmonte también décadas de convertir al fútbol en un simple negocio y organice el odio eterno al fútbol moderno con la esperanza de que hay alternativa, pero con la conciencia de que nunca será dentro del capital.

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