Hubo una Expo en Zaragoza

Leo Vargas es miembro de la Asociación Vecinal de la Madalena Calle y Libertad.

Por si a alguno, sobre todo de fuera de esta ciudad, se le ha olvidado, en el año 2008 hubo una Exposición Internacional en Zaragoza. Iba del agua y el desarrollo de sostenible, aunque lo de sostenible parece una suerte de broma, habida cuenta que la mayor parte de sus edificios existieron tres meses en su forma original para luego ser derruidos y los que se quedaron tal cual... Pues tal cual literalmente, dado que todos los edificios emblemáticos siguen sin uso alguno. Ahora se cumplen 7 años de su clausura.

Pero ahora mismo también hay una Expo en Milán y hubo una grandota en el 92 en Sevilla y un llamado Fórum de las Culturas en Barcelona y un montón más de las que hay que tirar de Wikipedia para enterarse de su existencia.

Echando la vista atrás este tipo de eventos son recordados, incluso con añoranza, en la ciudad donde se celebraron, pero pasado un tiempo bastante escaso es difícil que dejen ningún poso hasta en el entorno más inmediato. Si pasamos los Pirineos directamente mucha gente ni se enteró de la existencia de la Expo. Y eso que la consigna más repetida fue aquello de poner Zaragoza en el mapa.

Visto de lejos ahora todo tiene un cierto aire pueblerino, de espectáculo entre lo hortera y con un toque cateto, aquel del nuevo rico que funde montañas de dinero en fruslerías, pero que a nivel ciudadano se convierte en un plan urbanístico de urgencia que viene muy bien a algunos bolsillos y, sobre todo, a un puñado de grandes corporaciones. El modelo zaragozano no fue diferente de otros en eso.

No seré yo quien niegue que la Expo tuvo sus cosas positivas. Evidentemente las riberas del Ebro necesitaban un intenso lavado de cara, aunque más bien terminó siendo un hormigonado, pero bien está limpiar una zona degradada. Al mismo tiempo, se dragó el río en varias actuaciones polémicas y ridículas para hacerlo navegable a los barquitos de la Expo, una de esas payasadas que acompañan a estos eventos. Tampoco vienen mal más zonas verdes, como lo es el Parque del Agua, con todas sus precariedades pasadas y presentes, que amenazan con ser futuras.

Pero respecto a todas las otras presuntas maravillas que iba a traer la Expo mirar el presente y leer el pasado me lleva a cuestionarlas.

La gran obsesión en Zaragoza era no repetir el fallo de Sevilla 92, que dejó un reguero de edificios abandonados durante una década y más. Carísimas estructuras que durmieron el sueño de los justos y millones desperdiciados en áreas donde hoy solo hay maleza.

Hubiera sido estupendo que ese objetivo se hubiera conseguido, pero, habida cuenta que por la última parcela que quedaba pendiente de subastar ni tan siquiera ha habido ninguna oferta y que todos los llamados edificios emblemáticos siguen vacíos ni el más firme defensor del evento leería esto como un éxito.

La guinda llegaba con los nuevos presupuestos del estado: ni un euro para reabrir el Pabellón de España, que sigue vallado para evitar que alguna de las piezas de su fachada le parta la crisma a algún paisano al caer.

Otros edificios también son el típico lucimiento arquitectónico que luego resulta no ser funcional. Un buen ejemplo es la Torre del Agua, que podría ser el perfecto monumento a la España del ladrillo. Un edificio hueco. 5000 m2 de perfecta nada con una escultura en mitad. Se pretende además publicitar como algo que podría atraer turismo. Personalmente preferiría que ni se supiera hasta qué punto nos dejamos tomar el pelo en estas tierras, porque es lo que me pareció en su momento y me sigue pareciendo: una inmensa y cara (53,5 millones) tomadura de pelo.

Claro, algunos edificios, a base de una continua inversión pública, se han terminado utilizando y el llamado parque empresarial ha terminado siendo un parque institucional a base de juzgados, Tesorería, Jefatura de Tráfico, INAEM o DGA. Una inversión nada barata dado que se construyó, se derribó y se reformó. Además se ha desvestido un santo para vestir a otro, dado que ahora tenemos un gigantesco edificio en plena Pza. del Pilar, que ocupaban los juzgados, pendiente de uso.

Me permito recordar de nuevo que ya hace 7 años del evento, un tiempo más que razonable para pensar qué hacer con los edificios estrella: el Pabellón Puente, la Torre del Agua, pabellones de España y Aragón o el azud del Ebro… 202.7 millones de gasto, pues sería absurdo llamarlo inversión. Estructuras que llegaron a multiplicar hasta por cuatro el coste previsto, como el azud del Ebro y a las que de momento no se ve ninguna posibilidad de retorno de lo dilapidado.

Otras de las inversiones, como el teleférico que iba a ninguna parte, han terminado desmontadas y alguna es directamente un solar con hierbajos, como el aparcamiento norte.

Positivo es que venga turismo a la ciudad, o eso dicen. Y vino. Pero aún dando por buenas las cifras de asistencia, dado que tuvieron muchísimo truco, descubrimos que la gran mayoría de las personas que entraron al recinto Expo eran masivamente de la misma Zaragoza y por extensión Aragón. Suena muy bien decir que acudieron más de 5 millones, pero en realidad la gracia de una inversión es que perdure en el tiempo, no que se concentre en un fogonazo momentáneo que se apaga como se encendió.

Y no es menos cierto que estos saraos cada vez atraen a menos gente. Lo que sobran son parques temáticos y algunos mucho mejor montados. Igual es mejor idea tirar de lo que ya tiene nuestra ciudad, empezando por su gente, y de paso nos hubiéramos evitado la estratosférica subida de precios que trajo la Expo.

De las cuentas no hablaremos. A fecha de hoy todo lo que sabemos de lo que costó la fiesta son estimaciones, pero toda cuenta sería falsa, dado que la Expo a fecha de hoy sigue costando dinero, dado que el mantenimiento de las infraestructuras, aunque no se usen, se sigue realizando. Asimismo se siguen reformando edificios a cuenta del erario y se mantienen contratas privadas. Esas empresas seguro que están realmente contentas, pues son las que se han llevado la parte del león de la muestra.

Hoy por hoy siguen algunas de las que empezaron, tras diez años de negocio seguro que empezó con el desmonte del terreno, ya sea mediante construcción o contratas de mantenimiento y servicios. A saber: FCC, Ferrovial, Eulen, Sacyr...

Ahora queda el tiempo para la reflexión, para ver qué se puede hacer con tal cantidad de hormigón y cómo se puede aprovechar. No es cuestión de ser simplemente agorero, que es la forma de llamar en la España del ladrillo a la ciudadanía de mirada pragmática. Es tan simple como aprender de los errores pasados y no considerar un éxito que 7, 8 ó 10 años después sepamos en qué reconvertir el mamotreto de turno.

Confiar en que este tipo de macroeventos no se justifiquen haciendo patria y denostando la mirada crítica hacia los mismos. Las expos se van, pero la deuda y las consecuencias se quedan y la ciudadanía también. Es pues nuestro papel mirar con calma lo que la Expo trajo y lo que de ella queda y preguntarnos ¿Realmente mereció la pena todo ese derroche?

La respuesta cada uno/a debe dársela. A los responsables de la Expo 2008... échales un galgo.

Autor/Autora

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de nuestra política de cookies, pincha el enlace para más información.

ACEPTAR
Aviso de cookies