48 asesinadas, 48 motivos para no bajar la guardia

Cada asesinato confirma lo que llevamos décadas denunciando: nos siguen matando por ser mujeres. Una cada 7,6 días en 2024. También ha sido el año con más víctimas por violencia vicaria: nueve menores asesinados por los agresores de sus madres. Ni una menos no es una consigna. Es una exigencia política. Una lucha cotidiana. Un grito de dignidad.

"No morimos, nos matan". Pancarta en una concentración en Zaragoza contra los feminicidios | Foto: Pablo Ibáñez

El Observatorio del Consejo General del Poder Judicial ha hecho público su informe anual sobre víctimas mortales por violencia de género. El dato que encabeza muchos titulares es que 2024 dejó la cifra más baja desde que hay registros: 48 mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas en el Estado español. Como si hablaran de números y no de vidas. Como si pudiéramos celebrar algo cuando seguimos contando feminicidios.

Este descenso del 17,2% respecto a 2023, aunque estadísticamente significativo, no es motivo de satisfacción. Es más bien un espejo de nuestras carencias como sociedad. Porque mientras la cifra baja, el machismo se mantiene. Porque, aunque haya una víctima menos, cada asesinato confirma lo que llevamos décadas denunciando: nos siguen matando por ser mujeres. Una cada 7,6 días. A manos del hombre que decía amarla, del que un día fue su pareja o del que nunca aceptó dejar de serlo.

Los datos, lejos de tranquilizar, deberían escocer. Desde 2003, han sido asesinadas 1.292 mujeres. En 2024, 40 menores quedaron huérfanos por el asesinato de sus madres. Y si sumamos también a hijos e hijas mayores de edad, la cifra asciende a 82. Más del 83% de las mujeres asesinadas tenían criaturas. La violencia machista no se ceba solo con ellas, sino con todo lo que construyen: hogares, redes, familias.

2024, el año con más víctimas por violencia vicaria

Y lo más atroz: 2024 ha sido el año con más víctimas por violencia vicaria desde que se tienen registros. Nueve niños y niñas fueron asesinadas por los agresores de sus madres. Desde 2013, suman ya 62 menores. En el 85,5% de los casos, el asesino fue el padre biológico. Es difícil imaginar una forma más brutal de ejercer el poder patriarcal que matar a tus propios hijos para hacer daño a su madre. Y sin embargo, sigue ocurriendo. A veces con total premeditación. A veces, incluso, después de haber sido denunciados.

Los perfiles son conocidos. La víctima tiene una edad media de 44,5 años. La mitad tenía entre 26 y 45. La más joven, 15. La más mayor, 76. El 50% eran extranjeras, lo que refuerza algo que los feminismos llevan tiempo diciendo: la precariedad y la vulnerabilidad social también matan. El 66,7% convivía con su agresor. Un tercio había denunciado. Cinco tenían medidas de alejamiento en vigor. Y fueron asesinadas igualmente.

En cuanto a los agresores, tenían una media de edad de 49 años. En el 70% de los casos, eran mayores que sus víctimas. Casi dos tercios eran españoles. Uno de cada cuatro se suicidó después de cometer el asesinato. Y, como siempre, la mayoría de los crímenes se cometieron en el domicilio familiar. Porque el hogar, para muchas mujeres, sigue siendo el lugar más peligroso.

No hay monstruos ni locos: hay socialización patriarcal, impunidad y negligencia institucional

Hay quienes, ante estas cifras, insisten en hablar de los hombres como víctimas. En 2024, cuatro hombres fueron asesinados por sus parejas o exparejas mujeres. Cuatro frente a cuarenta y ocho. No son comparables ni en número ni en contexto. En uno de esos casos, incluso, existía una denuncia previa por violencia machista contra el hombre asesinado. Y aun así, hay quienes se empeñan en invisibilizar la violencia estructural que sufrimos las mujeres con el cómodo argumento de que “la violencia no tiene género”. No lo tiene, dicen, pero las víctimas sí lo tenemos. Y seguimos siendo, abrumadoramente, nosotras.

La violencia machista no es una anomalía, es el síntoma más extremo de un sistema que sigue enseñando a los hombres que tienen derecho a poseer, controlar y castigar. No hay monstruos ni locos: hay socialización patriarcal, impunidad y negligencia institucional. Hay mujeres que denuncian y no son escuchadas. Hay criaturas que son asesinadas. Hay políticas que se recortan y discursos que nos criminalizan.

Frente a eso, lo único que no podemos permitirnos es bajar la guardia. No podemos conformarnos con una estadística menos mala. No podemos aceptar que cada año mueran decenas de mujeres como si fuera parte del paisaje. No podemos permitir que la ultraderecha, desde las instituciones o desde los platós, siembre dudas sobre una violencia que nos atraviesa, nos duele y nos mata. No podemos olvidar que hay 48 nombres, 48 historias, 48 vidas que ya no están. Ni una menos no es una consigna. Es una exigencia política. Una lucha cotidiana. Un grito de dignidad.

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