'12 años de esclavitud': De resistencias, dignidades… y pactos

12 años de esclavitud ha generado elogios casi unánimes en la crítica periodística. Con todas sus virtudes, incluye elementos cuestionables. Como un final amargo que, en comparación con las experiencias posteriores de su protagonista, quizá resulta demasiado digerible El realizador inglés Steve McQueen (Hunger, Shame) ha dedicado su tercer largometraje a la historia real de Solomon Northup, un hombre negro nacido libre que fue secuestrado y vendido a terratenientes de la Norteamérica esclavista. El material de referencia es el libro de memorias del mismo Northup, cuya publicación contribuyó a impulsar un debate público sobre esos delitos. La magnitud de esta …

El realizador Steve McQueen trata el tema de la esclavitud desde un nuevo punto de vista.
El realizador Steve McQueen trata el tema de la esclavitud desde un nuevo punto de vista.
El realizador Steve McQueen trata el tema de la esclavitud desde un nuevo punto de vista.

12 años de esclavitud ha generado elogios casi unánimes en la crítica periodística. Con todas sus virtudes, incluye elementos cuestionables. Como un final amargo que, en comparación con las experiencias posteriores de su protagonista, quizá resulta demasiado digerible

El realizador inglés Steve McQueen (Hunger, Shame) ha dedicado su tercer largometraje a la historia real de Solomon Northup, un hombre negro nacido libre que fue secuestrado y vendido a terratenientes de la Norteamérica esclavista. El material de referencia es el libro de memorias del mismo Northup, cuya publicación contribuyó a impulsar un debate público sobre esos delitos. La magnitud de esta otra tragedia, paralela a la de la esclavitud, es imposible de cuantificar debido a la impunidad reinante. Pero la promulgación de diversas leyes estatales evidencia que las instituciones sabían del problema: la persecución (legal pero extrajudicial, además de aberrante) de siervos fugados ocultaba el rapto de ciudadanos con derechos reconocidos.

En pleno siglo XXI, McQueen y el guionista John Ridley difunden con esta película una vertiente poco conocida de la explotación racista. Y optan por ofrecer una historia de sufrimiento, donde la autoconservación está al servicio del reencuentro posible con los seres queridos. Pero, como en su anterior Shame, el realizador muestra una cierta querencia por el distanciamiento emocional, esta vez acompañada de una mayor sobriedad en la posproducción. El componente amoroso tampoco deriva hacia lo lacrimógeno, ni se escamotean a la audiencia algunos conflictos éticos que el protagonista debe afrontar. Northup no es un héroe ideal en constante lucha por su dignidad y libertad, sino una persona real víctima de un sistema aniquilador. Alguien que escoge las batallas que libra, pero sigue buscando vías de escape a pesar del peligro permanente. Esta angustia constante del cautivo derriba aquella nostalgia de un Sur idealizado que sustentó parte del cine estadounidense del siglo XX. Y el filme muestra esta pesadilla de una manera estéticamente brillante. Porque su autor vuelve a crear imágenes bellas, especialmente en planos de transición captados de escenarios naturales.

Con todas sus virtudes, 12 años de esclavitud puede ser legítimamente debatida. Más aún al estrenarse en un contexto de aparente apuesta industrial por un cine de la experiencia afroamericana, como si la administración Obama fuese una coyuntura que explotar. En Slate, Peter Malamud Smith parecía lamentar  la concepción general del filme, más que su materialización. Las reservas del comentarista se pueden comprender y también matizar. Los responsables de la película usan de nuevo un caso individual con el que personalizar la tragedia de millones, pero esa parece una línea de trabajo lógica, dado que se parte de una narración testimonial. El rol protagónico de Northup, además, se compensa con el espacio conferido a personajes como una mujer esclava… o el negrero que la desea y tortura (esta sería otra transgresión: el tiempo dedicado a mostrar las turbulencias interiores de este propietario-verdugo).

Por supuesto, también puede preguntarse porqué se elige precisamente la experiencia de una persona libre a quien arrebatan abruptamente su soberanía individual. No obstante, esta decisión no necesariamente debe fundamentarse en criterios comerciales. También puede provenir de un deseo legítimo: que incluso el espectador menos concernido por el drama esclavista, aquel con dificultades para ponerse en el lugar de un siervo desde la cuna, empatice con esta extrema anulación del yo. Lo colectivo, ciertamente, tiene un peso escaso en esta narración de supervivencia. Y su afroamericano urbano con capacidades artísticas puede considerarse, también, un signo más del aparente rechazo a otorgar protagonismo narrativo al proletario. Pero no parece justo cargar al realizador con las culpas acumuladas por convenciones muy sólidamente establecidas. Como el dominio de las ficciones que usan un número muy reducido de personajes principales, con quienes la audiencia debe identificarse sentimentalmente.

Que McQueen explique una historia terrible dulcificada por una liberación final puede despertar más dudas concretas. Esta decisión deriva de la biografia de Northup. Y, al fin y al cabo, la película adapta 12 años de esclavitud. Pero el amargo happy end puede resultar frustrante. Porque, por mucho que unos textos finales adviertan de relevantes acontecimientos posteriores, probablemente lo que permanecerá en la memoria de la audiencia será la última imagen del film. La estampa de reunión familiar difícilmente será desplazada por la letra que alude a las victorias judiciales de los secuestradores, a la participación del personaje principal en liberaciones clandestinas, o a sus enigmáticos últimos años.

A pesar de ello, 12 años de esclavitud no debe clasificarse como una obra fácil, roma, dócil. Sus responsables filman escenas casi insoportables, como un intento de linchamiento que extiende la representación del sufrimiento de Northup: aun con distensiones en forma de cortes de montaje, esta va mucho más allá de lo que sería previsible en un drama comercial. Y el terrible vía crucis de la joven Patsey, profundamente turbador, llega a abrir la puerta a la admisibilidad de su opción suicida. Este tema, colateral, podría haber sido fácilmente purgado del guión para no incomodar a diversos sectores del público global. El resultado final puede considerarse pactista, una película que acerca a sus espectadores al horror sin abandonarles dentro de este. Pero también parece un trabajo artísticamente loable, y una herramienta válida de divulgación (parcial) de la historia. Capaz, además, de generar un gran impacto emocional sin bascular hacia la sensiblería.

Ignasi Franch | Publicado en En Lucha | Para AraInfo

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