Los hermanos Sanz: dos hermanos separados por la Guerra Civil

Los hermanos Sanz son bien conocidos en Caspe. Pero lo que no todo el mundo sabe es que ambos fueron protagonistas de una historia singular durante la Guerra Civil. En estos días en los que se cumplen 80 años del golpe de Estado fascista, Pepe y Paco, con 92 y 88 años respectivamente, nos abren las puertas de su casa. Esta es su historia

Los hermanos Sanz en su casa de Caspe, a la derecha Pepe, a la izquierda Paco. Foto: Amadeo Barceló

Los hermanos Sanz son bien conocidos en Caspe. Pepe y Paco heredaron el oficio familiar y se dedicaron durante toda su vida a imprimir programas de fiestas, libros y calendarios,a vender libretas y bolígrafos, carpetas y estuches, y muchas más cosas en su céntrica papelería caspolina. Además, Pepe fue concejal con el PSOE tras la llegada de la democracia.

Pero lo que no todo el mundo sabe es que ambos fueron protagonistas de una historia singular durante la Guerra Civil: la mitad de la familia Sanz se fue a pasar un fin de semana a Zaragoza en el verano de 1936. Pretendían volver a Caspe al día siguiente, pero la casualidad quiso que eligieran el 18 de julio para visitar a los abuelos en la capital. En estos días en los que se cumplen 80 años del golpe de Estado con el que comenzó la Guerra Civil, Pepe y Paco, con 92 y 88 años respectivamente, nos abren las puertas de su casa. Esta es su historia.

Vuestro padre, José Sanz, no solo era impresor.

Pepe: No, también era concejal en el Ayuntamiento de Caspe por Izquierda Republicana.

Y tengo entendido que mantenía una relación bastante cordial con personas de todos los grupos políticos.

Paco: Sí, por su profesión se relacionaba con izquierdas y derechas.

En la imprenta se imprimían las publicaciones de diferentes partidos y sindicatos. La tipográfica era un punto de encuentro, un lugar en el que se hablaba mucho sobre política, a pesar de que había un letrero que decía “Prohibido hablar de política en este taller”. Pero no lo cumplía nadie, ni siquiera mi padre.

Sin embargo, a pesar de que el panorama nacional estaba bastante caldeado los días previos al alzamiento, vuestro padre no sospecha nada y no puso impedimento alguno en que vuestra madre, vuestra hermana Teresa y tú, Paco, fuerais a visitar a la familia el fin de semana.

Paco: Pues la verdad es que no debió de notar nada. En Zaragoza vivían nuestros abuelos maternos y hacía mucho tiempo que no íbamos a verlos. Y fíjate qué casualidad, ¡Qué mal día escogimos! El sábado 18 de julio, a las 7 de la mañana, cogimos el último tren que salió de Caspe hacia Zaragoza.

Pepe, tú les acompañaste a la estación. A esas horas la sublevación ya estaba en marcha aunque todavía no en la Península. ¿No notasteis nada fuera de lo común aquella mañana?

Pepe: Sí. Recuerdo que cuando subí de la estación me llamó mucho la atención ver a los guardias municipales en la plaza con el fusil al hombro. Eso no era normal.

Paco, llegáis a Zaragoza sin novedad, aunque a esas horas ya hay revuelo en la ciudad. Militares acuartelados, obreros movilizados… ¿Os llamó la atención algo extraño?

Paco: No, nada. Nos fuimos a casa de la abuela, al barrio de Las Fuentes. Fue al día siguiente cuando bajé hasta el paseo Sagasta y nos pasaron un par de camiones con soldados. Y cuando llegamos a la plaza Aragón vi dos cañones apostados. De eso sí que me acuerdo bien.

Pasan las horas y en Zaragoza se declara el Estado de Guerra mientras desde Madrid llegan instrucciones para toda España: declarar la Huelga General en las ciudades que hayan respaldado la militarada. Aquel domingo por la mañana la prensa ya no llega a Caspe y, muy pronto, el pregonero, escoltado por dos números de la Guardia Civil, hace público por las calles el Bando de Guerra. El capitán José Negrete encabeza la sublevación comarcal. Ordena que se entreguen todas las armas y que los hombres se presenten en el cuartel. Pretende organizar la defensa de Caspe ante la temida llegada de las columnas confederales desde Cataluña. Esa misma noche comienzan las patrullas de guardias y derechistas y durante la mañana siguiente se producen las primeras detenciones de militantes de izquierda.

En Caspe, Pepe, a partir del día 19 la situación se complicará progresivamente.

Pepe: Ya lo creo. Detenían a la gente de izquierdas y la iban poniendo allí afuera del cuartel, al sol, sentados en la acera porque no tenían sitio en el calabozo. Yo los vi.

¿Y vuestro padre siguió trabajando?

Paco: Bueno, al principio sí. Pero como el capitán hizo un bando diciendo que todo hombre que no se presentara sería pasado por las armas, y que si tenía armas las tenía que entregar, bajó al cuartel. Yo no estaba pero se lo oí decir después al papa. Se presentó él y por lo visto lo pusieron junto a otro en una terraza para hacer guardia.

Pepe: No fue exactamente así. Los pusieron en la parte de detrás del cuartel, vigilando un sitio por donde se podía entrar por una terraza. El caso es que iban con armas en la mano cuando entraron los “rojos”. Y menos mal que con los milicianos entró uno del pueblo, Mompel, y les gritó: ¡Parar, no tiréis que son de los nuestros!

Mompel regentaba un bar en la misma plaza del cuartel; en el entresuelo de su establecimiento estaba ubicada la sede de la CNT local. Por otro lado, Pepe, cuando dice que “entraron los rojos” se refiere al día 25 de julio. Una avanzadilla de anarcosindicalistas “impacientes” llegados desde Cataluña no esperó al grueso de la Columna Hilario-Zamora y se enfrentó a los insurgentes el día 24. Tras combatir todo el día se retiraron sin lograr tomar Caspe. Al día siguiente, con la Hilario-Zamora ya a las puertas de la ciudad, Caspe se tomó tras unos breves combates. Esa misma tarde llegó la Columna Ortiz, con Antonio Ortiz a la cabeza. Y el ajuste de cuentas se desencadenó.

Entretanto, en Zaragoza, Paco, ¿tuvisteis conocimiento de que en la propia ciudad se estaban cometiendo asesinatos?

Sí, precisamente teníamos un vecino del piso de debajo que cobraba las contribuciones y supimos que lo habían matado. También teníamos en Caspe un maestro, don Edras, que debía ser de Zaragoza, no sé, pero tenía una hija que era comunista o muy avanzada, y también la fusilaron en Zaragoza.

Paco, y tu hermana Teresa vivía en Torrero, cerca del Canal, ¿no?

Justo al lado mismo... aún está la casa. Mi hermana vivía muchas temporadas con mis tíos, que no tenían hijos. Un día, mi tío Paco estaba pescando en el Canal cuando pasó una camioneta por el otro lado cargado de presos y uno de ellos conoció a mi tío. Un tal Sierra, de apellido, que trabajaba en talleres Mercier. Y le gritó: “¡Paco, hasta la eternidad!”.

[Pepe se emociona al oír del relato de su hermano]

Por el paseo del Canal los llevaban a matar al cementerio, a la parte de detrás. Allí mataron a muchos. Mi hermana Teresa [tiene 95 años] todavía lo cuenta: pasaban un par de coches de policía, y después el camión con los presos que iban a matar. Mi tía llevaba la cuenta de cada vez fusilaban. Desde arriba de la terraza veía pasar a la ambulancia cada vez que habían matado a alguno. “Pues hoy ha pasado dos veces, hoy tres veces”, decía.

Entretanto, en Caspe, a partir del día 25 de julio, la furia se desata contra propiedades, templos, y personas. La revolución toma forma de venganza durante los primeros días y las ejecuciones de derechistas se cuentan por decenas, como bien recuerda Pepe.

En Caspe, Pepe, hubo muchos asesinatos los primeros días. Creo que tú presenciaste alguna detención que luego acabo mal.

Es que como mataron a muchos anarquistas el día 24, cuando entraron en Caspe iban “desaforaos”. Yo vi cuando fueron a buscar a Herrera, el farmacéutico. Me acuerdo que estaba allí en la puerta con su bata blanca, como si con él no fuera la cosa. Y se lo llevaron al cuartillo del Ayuntamiento y lo mataron al día siguiente. Alguien lo habría denunciado, porque los que vinieron de fuera no sabían si había apoyado a Negrete o no.

Van pasando las semanas, los meses, y las dos partes de la familia no podéis reuniros. ¿Os pudisteis poner en contacto? ¿Supisteis, al menos, los unos de los otros?

Paco: sí, hubo una fotografía que nos hicimos en Zaragoza mi madre mi hermana y yo, y la mandamos por Francia. Y llegó. Y mira, aún la guardamos.

Foto: Hermanos Sanz
Foto: Hermanos Sanz

Pepe: Mi padre tenía un amigo botero, Valién [fue el primer alcalde cuando llegaron los franquistas] y a través de un comercial suyo que era francés mandamos una carta. Pero también le dio dinero una vez a uno que iba a Francia para que lo enviara a mi madre, y no les llegó nada.

Y en Zaragoza, Paco, ¿Qué se contaba de la zona republicana?

Se decía que mataban a mucha gente. Mi madre lloraba muchas veces pero no porque se lo creyera. Ella tenía miedo por mi padre, por ser concejal, pero por si entraban en Caspe los “nacionales”.

En Caspe, Pepe, ¿cómo era el día a día en la capital del Aragón leal?

Para mí buena, yo vivía como Dios, comía muchos días con los jefes de la Segunda Columna. Normalmente vivíamos enfrente de la imprenta, pero cuando se fue mi madre y mis hermanos, los Pellicer nos insistieron para que pasáramos allí a su casa, que era muy grande. Los Pellicer tenían mucha influencia. En fin, estábamos muy bien. Lo único los bombardeos, pero por lo demás Caspe era un sitio muy emocionante, lleno de gente, muchos soldados, personalidades... pasaban muchas cosas.

Algo pasó un día estando tú con Ortiz, ¿no?

Eso ya te lo he contado alguna vez [sonríe]. Una noche estaba Antonio Ortiz con nosotros, en la casa de Pellicer. Y mientras preparaban la cena se puso a tocar una pianola que había en el salón. Y al poco rato llaman a la puerta. Bajé yo a abrir y eran milicianos, los de la Calavera, los de Fresquet. Me preguntaron:

— ¿Quién está tocando el piano?

— Ah, no sé, esperen un momento —contesté yo—.

Subí, conté lo que pasaba, y antes de que me diera cuenta Antonio Ortiz pegó un bote y con la pistola en la mano bajó las escaleras. ¡Y los de Fresquet salieron pitando!

Y en cuanto al colegio, Paco, ¿seguiste acudiendo?

Sí, con los escolapios. Me metieron por mediación de un canónigo que era de Caspe. Allí me quedaba a comer y todo. Eran bastante duros, por cierto. De hecho me acuerdo que cuando volví a Caspe tenía más nivel que los de mi edad. Los chicos de Caspe no habían ido mucho a la escuela.

Pepe: yo sí que fui, al Instituto Joaquín Costa.

¿Y qué recuerdas tú del día a día en Zaragoza, Paco?

Me acuerdo que había mucho movimiento de tropas, desfiles, y los prisioneros que traían, que paseaban por Paseo Independencia y por allí...y yo me tenía que fijar mucho para contárselo a mi abuela, que siempre me preguntaba.

Háblame de la vuelta, Paco. ¿Cuánto había cambiado Caspe en marzo de 1938?

Yo volví de los primeros, en el segundo tren que viajó hacia Caspe, con mi madre. Mi hermana no, que se quedó a trabajar en la fábrica de “La Veneciana”. Me acuerdo de cuando bajé en la estación... ¡Cómo estaba todo!... era tremendo. Hacía solo dos o tres días que se había tomado Caspe y estaba todo lleno de escombros, en fin, desecho. Y las calles lo mismo. Y eso que aquí combate casi no hubo en el 38, que fue más en las afueras. Pues bueno, cuando llegamos nos fuimos a casa. Allí había soldados, mi madre les explicó la cosa y se marcharon.

Pero vosotros, Pepe, no estabais en Caspe. Os fuisteis por miedo, claro.

Bueno, yo no, pero mi padre sí que tenía. ¡Y no me iba a quedar aquí yo solo!

¿Hasta dónde llegasteis?

Pues fuimos mucho trozo andando, hasta cerca de Mora de Ebro. Y luego en tren. Yo me quedé en Mataró con unos familiares por unos meses. Luego la vuelta fue tremenda también. Encontramos transporte pero me llevaron a Zaragoza y dormí en la Diputación porque un hermano de esta tía mía de Mataró trabajaba allí. Y al poco ya me fui para Caspe.

Paco: aún me acuerdo de verlo venir, con la cabeza asomada por la ventanilla.

¿Bajabas a la estación todos los días a esperar a tu hermano?

No, bueno, es que no había clase y los críos rondábamos sin parar por el pueblo. Y a la estación íbamos mucho porque además entonces llegaba mucha gente a Caspe. Me acuerdo que había allí siempre gente del régimen, para detener a algún “rojo” que llegaba. Uno al que habían matado a sus hermanos estaba en la estación mucho, vigilando. Y a ese lo vi yo cómo echaba la mano a uno que había bajado del tren. Y se lo llevaron.

¿Cuándo volvisteis a reuniros todos?

Paco: mi padre volvió a los dos meses de acabar la guerra. Se colocó en Francia en la imprenta de un pueblo, pero no aguantaba sin la familia y se arriesgó a venir. Y tuvo suerte porque como tenía amigos  de derechas no tuvo muchos problemas. Solo lo condenaron a 400 y pico pesetas y a hacer trabajos, pero no fue a la cárcel.

Una cosa en la que pienso mucho es en las sensaciones de vosotros, los niños de la guerra y en cómo un conflicto armado, igual entonces que hoy, acaba bruscamente con la infancia. Los críos se ven obligados a convivir con la muerte y eso no se puede olvidar nunca. Fue un impacto para toda vuestra generación.

Paco: Pues imagínate. Y lo peor de todo es que las muertes siguieron. Porque los “rojos” en el primer tiempo mataban, pero estos siguieron matando entonces y después.

Pepe: y en nombre de Dios... pues fíjate lo que hacían.

Y después de la guerra qué.

Paco: después de la guerra me coloqué en la CNS, pero el rato que tenía me iba enseguida a la imprenta, que me gustaba más.

Pepe: yo me puse enseguida a trabajar en la imprenta. Y también a salir con la maleta por los pueblos, a vender carpetas, libretas... de todo. La verdad es que los años 40 fueron muy duros. Todo aquello no fue bueno no, no fue bueno para nadie.

Paco: malo malo.

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